La situación del recurso hídrico en Chile es complicada.
La última década, la disminución de las lluvias y las mayores temperaturas han hecho disminuir los caudales de los ríos, y por ende escasea el agua, vital para el consumo humano, el riego de los cultivos, los relaves mineros, la energía, etc.
Ello significa un problema gravísimo para nuestro país. Sin embargo, no se ve una priorización o política de Estado al respecto. Política que no debería depender de las prioridades del gobierno de turno, por ser estratégica. Además, se requiere un sentido de urgencia para desarrollar pronto los proyectos que se necesitan, y que en algunos casos llevan un rezago de décadas.
Y no es necesario inventar la pólvora. Se requiere embalsar el agua que proviene de la cordillera reservándola para el verano, infiltrar napas, usar paneles fotovoltaicos, licitar plantas desalinizadoras que permitan aprovechar nuestro recurso más inagotable: el agua de mar. Y por qué no reactivar proyectos como la carretera hídrica de sur a norte.
También aprovechar los avances de la biotecnología para desarrollar nuevas variedades agrícolas tolerantes a la sequía o a la salinidad del norte y así poder cultivar en nuestro desierto.
Existen un par de esfuerzos de universidades y empresas privadas al respecto. Sin embargo, a mi juicio, instituciones de investigación que reciben aporte del Estado, como es el caso del INIA, deberían crear líneas especiales de trabajo tendientes a desarrollar como verdadera prioridad estas variedades necesarias para nuestra seguridad alimentaria ante el nuevo escenario climático.