Investigar es algo que nos ha conducido al nivel de desarrollo y a la calidad de vida que tenemos hoy en día. A veces en temas en el que se han encontrado cosas sin esperarlas. Y en los polos, aunque nos quedan muy lejos de España -la Antártida está a 13.000 km y el Ártico a 5.000 km más o menos-, ocurren procesos relevantes que afectan a nuestra vida, que merece la pena investigar allí.
Hay muchos motivos: el clima, las temperaturas, las corrientes marinas, incluso los recursos marinos que esas corrientes condicionan, el nivel del mar –que esté más alto o más bajo-. Todo esto va a tener muchas consecuencias en nuestra economía y en nuestras vidas. Todo ello está regulado en gran medida desde los polos.
Quizá una respuesta sencilla de por qué investigar tan lejos nos la puede dar el descubrimiento del agujero de ozono. Si no se hubiera estado midiendo los valores de ozono en la troposfera, a 30 kilómetros de altura en la atmósfer, en la Antártida, no se hubiera descubierto que se estaba generando un déficit de ozono que permitía la llegada de radiación ultravioleta en unas medidas enormemente peligrosas e incluso letales para la vida en la Tierra.
Gracias a que eso se descubrió a principios de los años 80, se pudieron hacer acuerdos internacionales, firmar el protocolo de Montreal, reducir las emisiones de sprais y sistemas de refrigeración y hacer que el problema del agujero de ozono –que aún no haya desaparecido-, no vaya a más. Y eso podía haber traído cánceres de piel en áreas cercanas a los polos, pero cada vez crecientes.
Quizá esto pueda hacerle entender a cualquiera por qué investigar, y por qué hacerlo en temas que a veces nos parecen alejados de esas necesidades del día a día.