Cada año, en octubre, los que tenemos hijos en edad escolar, sobre todo si van a la guardería o a los primeros cursos de educación infantil, iniciamos un periodo que se alarga hasta aproximadamente el mes de abril en el que vemos condicionadas nuestras vidas por lo que se conoce coloquialmente como virus de guardería.
Bajo este concepto genérico se esconden dolencias variadas que los niños cogen en el centro escolar y llevan a casa y que, por supuesto, acaban afectando al resto de la familia. Hablamos de temas como un simple resfriado, placas en la garganta o vómitos y diarrea entre otros.
Estos últimos son los que más temo y, lamentablemente, ya he pasado mi primera ronda este año. En esta última ocasión, una vez que pasó lo peor, tiempo en el que es imposible en pensar en nada más allá de lo mal que te encuentras, me acordé del agua y el saneamiento. Traté de ponerme en el lugar de una persona que practica la defecación al aire libre (1.000 millones de personas) y que no tiene garantizado el acceso al agua en unas condiciones mínimas (663 millones).
Me imaginé en una de mis urgencias saliendo de casa a la carrera en busca de, quizá, un árbol que me diera algo de intimidad en vez de salir corriendo hacia el blanco WC de mi cuarto de baño. Una y otra vez durante uno o varios días.
Me imaginé sin la posibilidad de lavarme los dientes después de alguna de esas urgencias por no tener agua o por tener que reservar la poca que tuviera para otros usos más prioritarios. Beber, por ejemplo.
Después de hablar con mi jefa y decirle que no podría ir a trabajar, me escribió a través de whatsapp y me dijo “No te olvides de beber mucha agua”. Al recordarlo me imaginé sin el acceso a cantidades casi ilimitadas a través del simple gesto de abrir el grifo, teniendo que recorrer con un cubo, debilitado por la enfermedad, una distancia que podría ser de hasta varios kilómetros para llevar algunos litros a casa.
Pensé finalmente en los miles de personas que mueren cada año como consecuencia del consumo de agua insalubre, muchos a causa de la diarrea, una enfermedad que aquí, venga o no de un virus de guardería, superamos casi siempre con un simple tratamiento a base de agua, arroz blanco, jamón cocido, yogures naturales y suero o algunos litros de una conocida bebida deportiva.
Pensé finalmente que, aunque seguimos lejos de alcanzar el objetivo deseado, lo que hacemos desde muchas entidades, organizaciones y colectivos por garantizar el acceso universal al agua y al saneamiento merece la pena.
Nota: la imagen de este post forma parte de una viñeta de M. S. de Frutos