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Sobre el blog

Lorenzo Correa
Webmaster en futurodelagua.com Practitioner PNL. Master en Coaching con PNL. Executive & Life Coach.

El comentario a mi último “post” de Ramón Vázquez (ingeniero temporalmente unido a la diáspora, lamentable pérdida, por ello, de su talento para el país), me anima a seguir en la estela del héroe.

Hoy Ramón me escribe desde la douce France, do mora actualmente y se propone iniciar una correspondencia a la antigua usanza, que con su permiso paso a reproducir a continuación, ya que estoy seguro de que levantará muchos comentarios y le auguro una exitosa trayectoria en el futuro.

Solo me reservo unas líneas antes de que le puedan leer, aclarando una cosita sobre mi referencia heroica. Ramón me dice que “tu idea (de héroe) solicita una intervención divina”. No es divina, sino humana, el héroe de Carlyle es el Rex. el Regulator, en su idioma, el King, el Koenig, que quiere decir Canning, el hombre apto. El que manda (porque se gana la autoridad) sobre nosotros y nos provee de constante enseñanza práctica.

Lean lo que nos cuenta Ramón… tan lejos, tan cerca, ¡sí, es sobre expertos! Y es la primera de sus cartas lejanas:

Catálogo de Inexpertos Acuáticos

Amigo Lorenzo: ¿Cuántos artículos hemos leído, o cuántos reportajes visto, que abren titulares con “los expertos afirman…”? Luego se narra lo que opina un individuo que debemos creer que es experto porque nos lo dice el narrador. De modo que, realmente, ni son todos los expertos, ni nos consta que el presentado como experto lo sea. Mediáticamente podría relatarse el titular de forma alternativa como “Algún ciudadano piensa…” y a continuación pasarle la palabra al individuo opinante, el cuál debería auto-presentarse, explicar de qué vive, y expresar sus intereses morales o ideológicos. Luego, podríamos oír, o leer, su opinión con todos los datos en mente.

Para ser coherente, por ejemplo, yo debería iniciar esta carta del siguiente modo:

Soy ingeniero de caminos, vivo de vender servicios profesionales en el sector de la ingeniería del agua en el ámbito internacional, y me interesa que en el mundo, y en particular en España, exista una restitución de los valores éticos, a izquierda y derecha, de forma que se antepongan a los valores monetarios o los intereses sectarios de cualquier tipo. Dicho esto, opinaré sobre los expertos que no tienen experiencia, o mejor, de los inexpertos, dado que un experto sin experiencia es un oxímoron. Con base en mi experiencia de más de 30 años en el sector, me atrevo a catalogar cuatro tipos de inexpertos acuáticos y protagónicos.

Y a renglón seguido, entrar en materia:

Clasificación

Inexperto Tubular

No imagina el agua fuera de otro lugar que no sea un tubo, o algún artefacto mecánico que esté conectado a un tubo, sea para imprimir movimiento al líquido, o para sacárselo.

Se caracteriza por su convicción de ser un príncipe de la hidráulica, sea teórica, o sea práctica. En el primer caso, deambula por jardines de software cuyos fundamentos hidrodinámicos desconoce, por no decir los matemáticos; muestra una pasión desenfrenada por generar videos tridimensionales de fenómenos que en su vida ha visto, y cuyo significado y aplicación práctica desconoce, no teniendo el más mínimo criterio sobre si las magnitudes con las que opera son grandes, pequeñas o normales. En el segundo caso, topamos con un individuo amante de hacerse fotografías vestido de peón caminero, o de pocero, sin jamás olvidarse de un casco blanco y unas botas negras, y con una fe ciega en los ábacos y tablas que le regalan los fabricantes de tubos y bombas.

Entre ambas subclases de “inexperto” tubular existe un cierto recelo, si no hostilidad abierta, a pesar de que ambos aman al conducto que les une taxonómicamente.

Esta especie de “inexperto” es muy apreciada por los empresarios del agua, quienes los utilizan con dos fines distintos. Al tubular teórico lo pasean por congresos, certámenes y ferias de ganado similar, con el fin de achantar a la competencia y de lucir palmito frente a los clientes. Al tubular práctico lo envían a las explotaciones para poner firmes a los soldados del agua, y para garantizar que ésta circule.

Inexperto Zoognóstico

No imagina el agua dentro de un tubo, o algún artefacto mecánico que esté conectado a él, sea para imprimirle o quitarle cantidad de movimiento.

Sus rasgos definitorios rozan la figura del romántico del XIX, y están impregnados de una cierta transustanciación del aire colonial de los niños del comandante Baden-Powell (“boy-scouts”). Sus creencias religiosas han sido lavadas por una nueva fe que las reemplaza sobradamente, y que es la que toman como primer mandamiento de amar a los animales sobre todas las cosas, lo cual relega a la humanidad como segunda opción amatoria, y no primera, en el mejor de los casos. Su segundo mandamiento es no tomar el calentamiento de la tierra en vano y el tercero santificar los artículos de los popes del zoognosticismo. Es acrítico, frecuenta las redes sociales, y en las fotos de grupo en el campo se le reconoce por la indumentaria de explorador británico.

Esos tres mandamientos le dan fuerza y soporte popular para pasar como un rodillo sobre cualquier atisbo de razonamiento que ponga en tela de juicio su fe, por bien intencionado que el razonamiento sea.

La especie es cultivada por políticos (en especial otro de los tipos catalogados más adelante, como es el “inexperto electo”) que están a la busca de incrementar resultados zarandeando la bolsa de las malas conciencias, y de las protestas antisistema, aunque la conciencia y el sistema suelen ser conceptos vagos para él.

Inexperto Electo

Conceptualmente, rara especie, pero en la práctica muy común. Es el “inexperto” cuyas escasez de virtudes intelectuales pasa desapercibida en las citas electorales, y es elegido para gobernar el país, la región, el pueblo, … o el agua. O bien es electo indirectamente: le sube al caballo de la “expertise nominal” el amigo que ha sido electo.

El inexperto electo, directamente en las urnas, o indirectamente por el dedo, pontifica sobre todos los aspectos de la vida. Incluso de la muerte, si le cae en gracia ser responsable político de los servicios funerarios. No sabe nada. Tampoco quiere saber nada. Ha decidido vivir de la lotería de las elecciones, lo cual le garantiza en gran medida, si apuesta con tino, desprenderse de los rigores de la vida civil.

Aunque no entiende lo que le pueda decir un “inexperto tubular”, o un “inexperto zoognóstico”, buscará sagazmente cuál de ellos le puede arrimar el ascua a su sardina, habilidad para la que tiene un instinto escuálido (si es que vale el término para referirse a algo “propio de escualos”). Del mismo modo, rehuirá con semejante sagacidad la proximidad de cualquier inexperto no clasificado en este catálogo, o ser pensante que esté en cura de adelgazamiento de la idiotez, porque prevé con acierto que le puede acarrear la desgracia de su modus vivendi.

El inexperto electo, según sea su elección (valga la redundancia) de inexpertos tubulares o zoognósticos, terminará por promover desaladoras, sugerir el regalo de activos al cuarto “inexperto” del catálogo, que es el “inexperto harvardiano”, o prohibir todo uso del agua que no sea para que floten los camalotes. Depende de su objetivo más inmediato.

Por estas razones, es una especie que puede ser extremamente apreciada, o totalmente aborrecida por los “inexpertos harvardianos”. Se le identifica por estar donde no tiene que estar, o por estar al lado de un chófer.

Inexperto harvardianensis

El inexperto harvardianensis es una especie singular que, tomando consciencia de su parvedad, ha pretendido dejar de tenerla, pero optando por una vía de formación “experta” que es la de pasar por la mal llamada “Universidad” (porque es todo, menos algo que tenga que ver con la idea de Universidad) de Harvard, o cualquier otro centro comercial del mundo que venda el mismo fármaco.

La esencia del fármaco vendido, a un alto precio, es una serie de principios activos que permiten, teóricamente, ejercer de canalla sin que se note, incluso consiguiendo que parezca todo lo contrario. Los inexpertos harvardianenses colman los despachos de las corporaciones transnacionales, y se desparraman hasta por los cuerpos de guardia de las pequeñas y medianas empresas con aspiraciones.

Pretenden recuperar su inversión en el fármaco en el primer negocio que se les cruza por la frente. Y desde que alguien pensó que el agua puede ser un negocio, aparecieron en la escena acuática los “inexpertos harvardianensis “ promoviendo participaciones público-privadas, que lo mismo hunden empresas privadas que hunden al sector público y sus contribuyentes. Ver el caso de las burbujas, y quienes son sus infladores.

El inexperto harvardianiense no tiene tiempo de conversar con los otros inexpertos, no puede descender al detalle por su apretada agenda, ni elevarse al concepto supremo, porque desconfía de los filósofos. Pero acudirán a él, porque tiene una intuición bárbara para los negocios, para que aconseje qué hacer con el agua, sus mercados, sus finanzas, sus empleados. Se le identifica visualmente por estar solo, al lado de un banquero, o al lado de un político.

Inocuidad de los inexpertos acuáticos

¿Son inocuos los inexperto acuáticos? Mais non. Los inexpertos catalogados empecen el desarrollo intelectual en la sociedad en la que operan y, en particular, obstaculizan el progreso en cualquier enfoque o actuación vinculada con la planificación y gestión de los recursos hídricos.

- El inexperto tubular ignorará cualquier aspecto “acuático” que no esté relacionado con el caudal, la velocidad, o la energía del agua circulante por un tubo. Su actitud es por tanto un obstáculo para una exploración científica, o técnica, de cualquier sistema hídrico que pretenda identificar las claves de una razón económica o social, o los alcances ambientales de determinado fenómeno o actuación. Para mayor tragedia, con inusitada frecuencia este inexperto no suele comprender en esencia el Teorema de Bernouilli, que debería ser el leit motiv de su agenda. Lo aplica, pero no lo entiende.

- El inexperto zoognóstico nunca perderá dos minutos en verificar si lo que propone tiene sentido físico, o no. Ni siquiera biológico. Menos aún, social o económico. Su ceguera religiosa le impide sumar y restar. Invocará artículos ignotos y experiencias remotas, casi místicas, como un evangelio a aplicar urbi et orbe. Huirá del dato y de la matemática, como herramienta para representar el cosmos, aduciendo peculiaridades metabólicas de la vida animal para explicar el comportamiento del universo. Por analogía con el “inexperto” tubular, en no pocos casos sufre angustia por no llegar a aprehender el fundamento de su discurso. Con esos rasgos, difícilmente puede pensarse que contribuya a ningún desarrollo de mínima relevancia integradora en lo acuático.

- El inexperto electo está programado para eliminar las evidencias de vida inteligente. Su credo es agiotista. Anima a las masas para que decapiten a la diosa de la razón en cuanto asome por la esquina. Difícilmente puede pensarse que de él vaya a surgir ningún discurso benevolente con quienes puedan defender, llevados de la lógica y el sentido común, esquemas que evisceran al Leviatán que lo alimenta. Es un saprófito que no permite que crezcan otras especies más que la que le nutre. Por ende, arrasará con toda forma de pensamiento que constituya para él una amenaza.

- El inexperto harvardiano tiene a gala no entender de nada técnico, científico, o social, porque dice estar en una órbita superior. Ni siquiera se tiene por económico, porque él está próximo a los centros de decisión que se mueven en un espacio de lenguajes abstractos que sintetizan el mundo en un mercado, y el mercado en unos órdenes de prelación del riesgo financiero. Es un verdadero francotirador al que la sociedad le permite tomar decisiones, entre ellas si es rentable o no que alguien se muera de sed, de hambre, o ahogado por una inundación. Por tanto, siendo alguien que se mueve a un nivel abstracto alejado de los fenómenos reales, no puede favorecer ningún avance en la comprensión de la realidad mediante lenguajes interpretativos de nivel inferior de abstracción, como es el que utilizan los verdaderos inexpertos en determinadas materias.

Nuestra pregunta puede ser si la desaparición de estas cuatro clases puede mejorar el statu quo del acervo cognitivo acuático.

La respuesta es de desarrollo corto y contundente. Todos los inexpertos catalogados aspiran a tener una hegemonía absoluta, o bien establecer, como second best , unos oligopolios de clase (por ejemplo, los clásicos dipolos “tubular-harvardiano”, o “zoognóstico-electo”). Por tanto, la única forma de avanzar en lo “acuático”, vista la imposibilidad de convivencia con estas especies, es su difuminación por vías civilizadas.

Pueden publicitarse las coordenadas profesionales e inexperiencias prácticas de los individuos que se incluyen en cada una de las clases catalogadas, lo cual previsiblemente conduciría a una autorregulación del crecimiento de estas especies, o bien, y quizás al mismo tiempo, el fomento de especies nativas de lo “acuático”, robustas y resistentes, capaces de amoldarse a distintos ambientes sin perder su coherencia constitutiva y su capacidad organizativa, y ávidos de compartir conocimiento con otros inexpertos de pura cepa.