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Atreverse a reflexionar y disentir en un país disciplinado

Sobre la Entidad

Fundación PROhumana
Organización chilena que define su identidad como un DO TANK que actúa desde prismas reflexivos y críticos, formada por personas que buscan identificar, promover y coordinar buenas prácticas para un desarrollo humano sustentable e integral.
  • Atreverse reflexionar y disentir país disciplinado

Por Soledad Teixidó, Presidenta Ejecutiva de PROhumana

Pareciera que opinar y reflexionar es algo hecho sólo para algunos en este país, aunque con ciertas reglas. Porque opinar en Chile debe ser armonioso con el tono disciplinado que caracteriza el debate local. Es decir, si este reflexionar disiente y se sale de alguno de los parámetros del pensamiento dominante o explicita una verdad y la cuestiona, por lo general se lo considera un atrevimiento, o se cataloga como una postura con coraje por expresar lo que muy pocos tienen la osadía de cuestionar.

Lo más increíble de todo es que esta “valentía” de disentir con cierta crítica reflexiva es considerada un modo no adecuado desde todo el abanico de pensamiento: político, religioso y ciudadano. No es que le parezca incómodo al conservador o al progresista, sino que disentir es considerado una imprudencia y un actuar cuestionado, de forma transversal.

No cabe duda que el miedo a pensar y opinar sigue instalado en nuestro país. Y creo que esto se debe a múltiples razones, que en este corto espacio de opinión se hace imposible de analizar.

Sin embargo, un ejemplo claro de esta estrechez mental que nos acompaña a todos, fue el de hace unos días con respecto a la palabra revolución. A mi parecer me resulta vergonzosa la falta de criterio reflexivo de la gente del Servel para su decisión sobre el nombre de un nuevo partido político, pero también agrego todo el debate público que se dio con respecto a este hecho. Me pregunto ¿No existen temas más relevantes a los cuales tengamos que dedicar nuestras capacidades analíticas y reflexivas? ¿O será que es tan cuestionado el disentir que vivimos que finalmente nos relacionamos bajo un silencio respetuoso, pero por sobre todo cobarde e hipócrita?

No puede dejar de preocuparme esta gran debilidad que tenemos en Chile de disentir. No me cabe duda absoluta que muchos de los conflictos que hoy vivimos, la falta de confianza que nos tiene a la gran mayoría muy inquietos, la violencia entre las personas, en alguna medida tienen que ver con la ausencia de debate o disentimiento; vivimos en una fantasía de armonía de convivencia que es reflejo de una disciplina del silencio y en la que sólo algunos opinan dentro de los marcos permitidos.

El establecer diálogos profundos y de cambio en las sociedades requiere de disenso, discrepancia, honestidad y transparencia. Es un hecho irrefutable que las sociedades para transformarse y por sobre todo avanzar, requieren de una multiplicidad de diálogos que generalmente no se van a caracterizar por lo común, por la disciplina en el pensar y el acuerdo, pero que si ayudan a limpiar las diferencias, a mediar y llegar a un equilibrio de intereses que respeta la diversidad de pensamientos de una sociedad.

El disentir tiene que ver con respeto. Pareciera extraño, lo del respeto, pero el ser capaz como persona de discrepar significa respeto primero a uno mismo ya que se es coherente, honesto y transparente con lo que se ha reflexionado y se opina. Pero si además le agregamos que cuando se disiente se está abierto a debatir con otros, significa que existe respeto por el otro y existe la voluntad y la esperanza de que el otro me muestre nuevas avenidas respecto de lo que yo puedo estar convencido que es correcto, y así ambos pueden modificar y enriquecer su reflexión.

Hace unos días en el marco de preparación de la Gira Internacional de Aprendizaje en Sustentabilidad que organiza PROhumana anualmente, conversaba con representantes del gobierno noruego sobre cómo habían logrado establecer su política de sustentabilidad, que es patrocinada por un grupo amplio de representantes de este país. Y compartían que su gran logro era el haber institucionalizado el diálogo como el modo de construcción de políticas públicas, de llegar a acuerdos, de resolver los conflictos y, finalmente, de construir una sociedad donde cada persona sea respetada en su amplia diversidad y que avanza porque tiene una meta común: que es buscar lo mejor para su país.

El diálogo. Una práctica tan básica y tan controvertida a la vez, que hoy alcanza su esplendor al ser reconocida nada menos que con el Premio Nobel de la Paz, a través de la figura del Cuarteto de Diálogo de Túnez. Una organización conformada por el Sindicato General de Trabajo, la Confederación de Industria, Comercio y Artesanías, la Liga de Derechos Humanos y la Orden de Abogados. Es decir, un grupo de representantes condenado a priori a disentir, pero que a pesar de sus diferencias se convirtió en un “instrumento para posibilitar que Túnez estableciera un sistema constitucional de gobierno garantizando los derechos fundamentales de toda la población, sin importar el género, las convicciones políticas o creencias religiosas”, según reza el dictamen del Comité Noruego del Nobel.

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