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Historias de Madrid (VII): La matanza de frailes de 1834

  • Historias Madrid (VII): matanza frailes 1834
    Degollación de los frailes de San Francisco el Grande (Museo del Romanticismo).

Como ya conté en un post anterior, el cólera llegó a Europa en el siglo XIX procedente de la India, cuando apenas se tenía conocimiento de la enfermedad en occidente.

España no se libró de esta inoportuna “visita”. Madrid fue por entonces escenario de uno de los episodios más vergonzosos de su historia, además de estar directamente relacionado con el cólera: la matanza de frailes de 1834.

Matanza de frailes (Imagen de madridafondo.blogspot.com.es)

Madrid, 1834

En la fecha señalada, Madrid no era precisamente la ciudad de los sueños: sus más de 200.000 habitantes se hacinaban en el espacio delimitado por sus murallas, siendo las zonas más populares y pobres las que mayor densidad de población alcanzaban. A ello había que sumar los mendigos que deambulaban por sus calles y unas deficientes condiciones sanitarias e higiénicas: la convivencia con animales domésticos y la suciedad eran la normalidad en la mayoría de barrios madrileños, además del uso de los rincones de las calles como aseos al aire libre.

Durante los 10 primeros días del mes, la prensa madrileña se afanó por disimular la situación real

Quedaban aún años para que el agua proveniente de la sierra llegara a los domicilios; los viajes de agua eran de hecho la principal fuente de abastecimiento en los hogares castizos. Sin embargo, estos viajes no garantizaban un suministro apto, debido al descenso de los caudales de los mismos o a las filtraciones de pozos negros. Por supuesto, el alcantarillado era entonces una infraestructura muy precaria e insuficiente.

A todo ello hay que sumar una situación política y social complicada: Fernando VII había fallecido el año anterior, dejando el país inmerso en una guerra civil y a la reina María Cristina de regente con la pequeña Isabel II de heredera. La vieja y repetida historia de las dos Españas, la partidaria de la causa de Isabel y la carlista, se materializó en revueltas que provocaron una migración masiva hacia Madrid ante el temor de las consecuencias del conflicto. Esta inmigración no encontraba acomodo fácilmente en la villa, derivando en un aumento de los pobres, la delincuencia y la mendicidad.

Sin embargo, una amenaza aún peor que la guerra se cernía sobre la ciudad. A pesar de las medidas tomadas por las autoridades españolas para evitar que el cólera llegase a Madrid, como el establecimiento de diversos cordones sanitarios, en julio de 1834 se registraban los primeros casos entre sus habitantes.

La matanza de frailes de 1834 (Imagen de hispanismo.org)

En esos días, el clima se agravó cuando las autoridades (incluida la familia real), que habían negado la existencia de la epidemia en primera instancia, abandonaron Madrid para refugiarse en el palacio de La Granja en Segovia. Sin olvidar el calor del verano, el aumento de los precios de los alimentos y los rumores de inminentes ataques carlistas.

Negación y acciones

Durante los 10 primeros días del mes, la prensa madrileña se afanó por disimular la situación real, no informando de todos los partes diarios de muertos y tratando de transmitir a los lectores la impresión de que la situación no era grave por el momento.

El 17 de julio, el cólera alcanzaba a la práctica totalidad de la villa, el contagio se multiplicaba y el número de fallecidos ya era alarmante

El día 15 de julio, llegaron a Madrid las malas noticias sobre la marcha de la primera guerra carlista, a la vez que el cólera se recrudecía “muriendo los enfermos a centenares, con las circunstancias horrorosas compañeras de tal cruel plaga”, según relata Alcalá Galiano. En total, ese mes murieron 3.564 personas, mientras que en agosto la cifra descendió a 834 víctimas mortales.

Como suele ocurrir en estos casos, los más desfavorecidos fueron objeto de las acciones iniciales contra la epidemia: se ordenó la expulsión de los “sin techo”, aparejada de una auténtica persecución y represión. Se demolieron también gran parte de las chabolas (conocidas como tejares) que albergaban a las familias llegadas de otros puntos de la geografía española, descargando así parte de la población. La limpieza de “pobres” fue a conciencia, expulsando a gran parte de ellos y recluyendo a otros en lugares acondicionados para tal fin que rayaban lo carcelario.

Otras medidas que se tomaron fueron la prohibición de la cría de animales en las viviendas, la limpieza de calles y plazas, la recogida de basuras, la mejora de hospitales y la habilitación de nuevas instalaciones… todo insuficiente para detener la enfermedad, que se cebó en los humildes barrios de las parroquias de San Sebastián, San Martín, San José y San Luis.

La matanza de frailes

El 17 de julio, el cólera alcanzaba a la práctica totalidad de la villa, el contagio se multiplicaba y el número de fallecidos ya era alarmante. A pesar de todo, las autoridades se negaron a declarar de forma oficial la epidemia para evitar el pánico. Ese mismo día, comenzó a circular el rumor de que la causa de la epidemia era el envenenamiento de las fuentes públicas, puesto que en muchas personas el cólera se manifestaba después de beber agua. Aunque en un primer momento se culpó a personas de baja condición social, pronto el bulo devino en que estaban al servicio de los frailes, los verdaderos responsables. Hay que tener en cuenta, además, que los religiosos apoyaban en buena medida a los carlistas.

Caricatura sobre la relación del carlismo con el clero de la revista satírica La Flaca, de 1870, con el trilema carlista «Dios, Patria y Rey» (Wikipedia).

El incontrolable comportamiento de las masas derivó en una especie de locura colectiva ante la mera idea de que el agua de las fuentes públicas hubiera sido envenenada por los frailes. Todo ocurrió entre la Puerta del Sol, la plaza de la Cebada, el convento de San Francisco el Grande y las calles de Atocha y Toledo.

A las 12 del mediodía, en la Puerta del Sol tiene lugar el asesinato de un joven ex realista y celador de los jesuitas. Poco después, en la Plaza de la Cebada, un conocido realista es increpado y asesinado posteriormente. A las 4 de la tarde, un religioso franciscano es atacado en la calle de Toledo.

A esas horas ya se habían congregado diversos grupos integrados por milicianos urbanos y algunos miembros de la guardia real, que se congregaron en la zona del centro de Madrid profiriendo gritos contra los frailes. Desde allí se dirigieron al Colegio Imperial de San Isidro, regentado por jesuitas, brutalmente asaltado a las 5 de la tarde.

Los resultados no pudieron ser peores: matanza a sablazos de 14 frailes y linchamiento de otros cuantos.

Colegio Imperial de San Isidro de Madrid, en la actualidad Instituto de San Isidro (Wikipedia).

El siguiente objetivo fue el convento de Santo Tomás de los dominicos en la calle de Atocha, del cual ya habían huido varios religiosos. Los amotinados acabaron con la vida de otros 7. Hacia las 9 de la noche, fue asaltado el convento de San Francisco el Grande, donde fueron asesinados entre 43 y 50 frailes franciscanos, según diferentes versiones. Finalmente, a las 11 de la noche fue atacado el convento de San José de los mercedarios en la actual plaza de Tirso de Molina, con el resultado de 9 o 10 asesinatos más. Aunque los disturbios continuaron hasta pasada la medianoche, no hubo más muertos.

Se calcula que más de 100 personas, en su mayor número religiosos pero también algún seglar, fueron asesinadas ese día por la muchedumbre. Todo ello ante la pasividad de las tropas de la ciudad, que no hicieron nada por impedirlo.

El incontrolable comportamiento de las masas derivó en una especie de locura colectiva ante la mera idea de que el agua de las fuentes públicas había sido envenenada por los frailes

La respuesta del gobierno

El día 18 de julio, se declaró el estado de sitio y se publicó un bando: «Madrileños: las autoridades velan por vosotros, y el que conspire contra vuestras personas, contra la salud o el sosiego público, será entregado a los tribunales y le castigarán las leyes». Los asaltos continuaron durante la jornada, sin víctimas esta vez.

Los días siguientes, el gobierno apresó y encarceló a varios instigadores de los motines, para ser sometidos a juicio después. 79 personas fueron juzgadas: 54 civiles, 14 milicianos urbanos y 11 soldados, resultando 2 condenados a muerte por los robos (no por asesinato) y los demás penados con galeras, presidio e incluso absueltos.

Aunque hay teorías conspiratorias sobre el origen de esta revuelta, lo más probable es que una conjunción de factores nada afortunados, además del “carácter” madrileño, fuera la causa más probable para este sobrecogedor arrebato histórico contra el clero.

Para saber más sobre la matanza de frailes de 1836:

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