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Nueva York, estiércol y escaleras: cuando los caballos eran la pesadilla de las ciudades

  • Nueva York, estiércol y escaleras: cuando caballos eran pesadilla ciudades
    Mulberry Street en 1900 (Wikipedia/CC).

Hay ocasiones en que la solución a un problema puntual se convierte en una revolución, aunque no necesariamente positiva.

Es el caso de la invención del coche en el siglo XIX, en parte como respuesta a las necesidades de movilidad de un mundo en plena era industrial, y en parte por una causa mucho más mundana: la “mierda” de caballo. Tal cual.

Veamos como he llegado a este punto de simplificación a través de la historia.

Animales y desplazamientos

Antes del desarrollo del automóvil y en general, de los transportes a motor, el principal medio para desplazarse era la tracción animal en combinación con el gran invento de la rueda, en forma de carruajes, carromatos, diligencias, etc. Así, desde la Antigüedad hasta finales del siglo XIX, caballos, burros, asnos y demás bestias hacían las funciones de acarreo de personas y mercancías.

Un caballo produce entre 10 y 15 kilogramos de estiércol al día

Con la vertiginosa evolución de las ciudades en paralelo a la Revolución Industrial, llegó el crecimiento de la población: Londres, París, Río de Janeiro, Nueva York… millones de personas se desplazaban a las grandes metrópolis en busca de trabajo y nuevas riquezas. Con ello vino también el aumento progresivo de la necesidad de transporte, puesto que las distancias en urbes eran cada vez más grandes.

Es así como, llegados a este punto, los animales se convirtieron en un inconveniente: los carruajes, además de ruidosos, dificultaban en tráfico en las calles, provocaban atropellos mortales (en 1900, 200 neoyorkinos murieron por este motivo) y sobre todo, eran unos grandes productores de estiércol. El problema residía en que se empleaban para todo: la basura se recogía en carros, el correo llegaba a caballo, las princesas saludaban desde sus carruajes… también las carrozas fúnebres eran tiradas por equinos. Y, como cualquier animal sobre la tierra, los caballos hacen sus necesidades.

La 5ª Avenida en 1900 (Wikipedia/CC)

Morton Street.

Teniendo en cuenta que un caballo produce entre 10 y 15 kilogramos de estiércol al día, resulta desolador imaginarse la acumulación de boñigas y la insalubridad que aquello provocaba. Uno de los casos más paradigmáticos al respecto tuvo lugar en Nueva York.

Nueva York, finales del siglo XIX

La ciudad estadounidense era un próspero centro urbano a finales del siglo XIX, cuando ya contaba con cerca de 3 millones y medio de habitantes que, lógicamente, necesitaban moverse. En esta época, la población de caballos alcanzaba las 170.000 cabezas (otras fuentes la elevan a 200.000). Haciendo un cálculo rápido, podemos estimar que cada día se “producían” en Nueva York entre uno y dos millones de kilos de excrementos equinos diarios, más un litro de orina de cada animal por lo menos.

La acumulación de heces se recrudecía con la lluvia, convirtiéndose en un fluido pestilente que se colaba en los sótanos

Cuando el número de monturas aún era manejable, existió un boyante mercado del estiércol destinado a los campos de cultivo. Sin embargo, pronto dejó de absorber la ingente ‘producción’, que llegó a distribuirse en los alrededores de la ciudad. Las cantidades eran tales que en algunos sitios se acumulaban montones de hasta 18 metros de deyecciones, y los granjeros empezaron a cobrar por llevarse la bosta.

Calle de Nueva York en el siglo XIX.

Por otro lado, no existían lugares específicos para las descargas: la calle hacía las veces de establo, haciendo que caminar para llegar a casa sin ensuciarse pantalones y zapatos de mierda (perdón por la expresión tan gráfica) fuera una auténtica odisea. Los más adinerados aún podían pagar a uno de los muchos barrenderos que se afanaban en despejar los caminos, pero la mayoría tenía que arreglárselas como pudiera.

Manhattan en 1903 (Wikipedia/CC)

Las autoridades neoyorkinas contrataron equipos para recoger el estiércol por las noches, pero el trabajo era tal que se limitaban a limpiar las avenidas más transitadas. La acumulación de heces se recrudecía con la lluvia, convirtiéndose en un fluido pestilente que se colaba en los sótanos, atrayendo así a todo tipo de ratas, moscas y demás insectos trasmisores de enfermedades.

Esto determinó en gran parte uno de los rasgos más distintivos de la ciudad de los rascacielos: las típicas escaleras elevadas para acceder a las casas nacieron con el fin de evitar los “mares de estiércol”.

Brooklyn (Wikipedia/CC).

Por no entrar en más detalle, solo añadir que a todo esto había que sumar que en el momento en el que los animales morían, se abandonaban en las calles, creando un problema sanitario adicional.

En busca de soluciones

El problema llegó a tal extremo que en 1898, el alcalde de Nueva York George E. Waring Jr. organizó el primer congreso internacional de planificación urbana, con el estiércol como tema “estrella”. Al este evento, la primera cumbre medioambiental de la historia, acudieron representantes de otras urbes para desarrollar ideas sobre cómo resolver la cuestión. No obstante, la falta de ideas fue tal que, aunque la duración de la conferencia era de 10 días, al tercero se suspendió.

George E. Waring Jr. (Wikipedia/CC)

Sí que se pusieron en marcha medidas: además de las escalinatas para acceder a los edificios, se mejoraron las infraestructuras de alcantarillado y se trazaron las primeras líneas de tranvía (tirado por caballos, pero con mayor capacidad para llevar pasajeros que un mero carruaje), además de fomentar el uso del transporte público y los batallones de limpieza (llamados White Wings por sus uniformes blancos).

Calle antes y después de la limpieza de calles que impulsó George E. Waring Jr.

White Wing.

Todo ello contribuyó a evitar que cada ciudadano llevara su propio caballo, y consecuentemente la limpieza se hizo más asumible.

Sin embargo, la verdadera solución llegaría años después con la generalización del automóvil. Pasarían años antes de su popularización, y aunque a día de hoy nos resulte contradictorio, hace dos siglos el coche fue la solución más ‘ecológica’ al problema de los caballos… y su mierda.

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