El escenario fue el ideal para asentar la compañía de producción de fertilizantes, pues cumplía dos requisitos clave para que el negocio sea rentable: se trataba de un pueblo donde el suelo era sumamente barato, y dado lo rústico del paraje, la mano de obra era también económica. Sin embargo, siempre se buscó disminuir los costes en todos los ámbitos, razón por la cual los residuos químicos no se trataban y se los desviaba por un barranco terminando una parte en un pequeño río y el resto eran absorbidos por la tierra.
Pasaron los años, y el pequeño pueblo de Bowmore del condado de Cary comenzó a sentir los efectos de la contaminación silenciosa que se realizaba en su entorno, ya que el agua que bebían los vecinos comenzó a enturbiarse, y a tener un olor desagradable y era casi imposible de beber por lo amarga; pese a ello, las autoridades locales consideraban que se trataba de agua potable y que bastaba con hervir el agua para eliminar el olor. Sin embargo, al poco tiempo las consecuencias comenzaron a ser nefastas, pues decenas de ciudadanos enfermaron, y la población pasó a encabezar el número de muertes asociadas con el cáncer. Fue sólo en ese momento, cuando desde el Ayuntamiento se prohibió su consumo y se recomendó que su uso se limite a utilizarla en el inodoro.
El agua que bebían los vecinos comenzó a enturbiarse, y a tener un olor desagradable y era casi imposible de beber por lo amarga
Como no podía ser de otra manera el caso fue llevado a la justicia a través de un proceso emblemático, en el cual una joven viuda demandó a la compañía fabricante de fertilizantes por la contaminación de los acuíferos, misma que había causado la muerte de su esposo e hijo, así como por los daños punitivos, por la intencionalidad y negligencia al no haber tratado los residuos de la fábrica. Fue así como la justicia estadounidense, acostumbrada a las indemnizaciones astronómicas dictaminó a favor de la familia en total 41 millones de dólares en primera instancia.
Sin embargo, el dueño del paquete accionario mayoritario de la compañía de fertilizantes se encargó de hacer todo lo posible para que las víctimas no reciban la indemnización, para lo cual ejerció todo su influencia política y económica en el Tribunal Supremo. Y no encontró mejor forma para modificar el destino de la apelación que cambiar el sistema, esto es, sustituir a los jueces y poner unos de su confianza.
Los hechos hasta aquí narrados amable lector, constituyen parte de la trama del best seller “La Apelación” (2008), del escritor norteamericano, John Grisham; los cuales encuentra puntos en común con una decena de casos ocurridos alrededor del mundo, pero que en éste libro forman parte de la ficción.
Si bien es cierto, el presente artículo constituye una recensión de un libro de ficción, los casos de contaminación escogidos por Grisham, así como las tramas del sistema judicial estadounidense, pueden calzar fácilmente en cualquier país, por lo que el riesgo de que una empresa negligente genere contaminación en aguas superficiales y acuíferos están presentes, pero, lo más preocupante es que el sistema político y judicial en algunos países es tan frágil y puede cambiar el destino de un caso o incluso que por avatares del destino se ponga en riesgo el interés de una comunidad. Por ello, en mi opinión, en ocasiones la ficción muchas veces tiene menos hostilidad y maldad que la realidad.