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Qué hacer en caso de apocalipsis

Sobre el blog

Ángela García Gil
Ingeniera tipo agua. Miembro de los YWP. Estudiante de doctorado sobre la desinfección solar de agua en países en vías de desarrollo. (URJC)

Publicado en:

Portada iAgua Magazine
  • Qué hacer caso apocalipsis

Marzo de 2020. Calles desiertas. Miradas tras las cortinas. Estanterías de supermercados vacías. Hospitales desbordados. En la televisión, imágenes de caminantes de buzos blancos y mascarillas pulverizando lejía. Por suerte, el agua siguió llegando a nuestros grifos gracias al esfuerzo invisible de los guardianes del agua, quienes hicieron frente a las exigencias de una pandemia. Pero ¿qué hubiese pasado si en vez de enfrentarnos a un desastre biológico hubiera sido uno meteorológico?

Inundaciones, terremotos, tsunamis, huracanes: desastres naturales capaces de arramplar con todo lo encontrado a su paso, trazando un auténtico escenario apocalíptico. En agosto de 2005, el huracán Katrina devastó Nueva Orleans, dejando el 80% de la ciudad inundada con áreas sumergidas más de 4,5 metros de profundidad. La principal planta de tratamiento de agua potable de la ciudad (la planta de Carrollton, que abastece a medio millón de personas) sufrió daños severos, pero siguió en funcionamiento gracias a la incesante labor de sus guardianes del agua, quienes cerraron válvulas de tuberías con fugas y apagaron un incendio eléctrico mientras el huracán, impasible, desfilaba. Sin embargo, la inundación posterior anegó los generadores, por lo que estuvieron parados durante diez días, aunque no fue hasta un año más tarde (octubre de 2006) cuando se restableció totalmente el suministro de agua potable.

Cuando los avanzados sistemas quedan doblegados, la solución más rápida consiste en adaptarlos y ejecutarlos a escala pequeña y simple, aunque haya que sacrificar la efectividad. Hay que volver al origen, a la semilla que creció hasta formar el gran sistema articulado y eficiente. Esto, aplicado al sector del agua, se traduce en la adaptación de los tratamientos de una planta potabilizadora a tratamientos de agua domésticos (pequeños volúmenes y con material accesible). Eliminar los patógenos es lo más importante. Estos son los responsables de las principales enfermedades del agua no tratada. Este proceso podría realizarse mediante una simple cloración con líquido o pastillas, una desinfección solar con botellas y seis horas de sol o mediante ebullición. Si el agua está muy turbia, se podría realizar un tratamiento previo que además beneficiaría los dos primeros procesos de desinfección enumerados. Para ello, se podrían llevar a cabo procesos tan sencillos como una sedimentación en cubos, una filtración con ropa o una floculación-coagulación con productos accesibles.

Cuando los avanzados sistemas quedan doblegados, la solución más rápida consiste en adaptarlos y ejecutarlos a escala pequeña y simple

Pero ¡atención!, que los procesos sean sencillos no basta para que sean funcionales. Muchos de ellos requieren consumibles (combustible, cloro, etc.) que necesitan ser repuestos periódicamente. Las autoridades locales y las entidades que dan apoyo en situaciones de emergencia deben ser las encargadas de recolectar y distribuir suministros. Y deben hacerlo rápido, algo utópico tras desastres naturales. Las redes de transporte quedan destruidas y, si los suministros llegan desde fuera del país, los ritmos tediosos de la burocracia alargan aún más el proceso. Pero eso no es todo. Aparte de rapidez, también se necesita formación. Tras el terremoto de Indonesia de 2009, solo se usaron un 4% de los sistemas de cloración distribuidos. Sin embargo, el 88% de los afectados aplicó la ebullición. Mientras que la población desconocía el proceso de cloración (instrucciones disponibles solo en inglés), la ebullición ya era un método popular antes de la emergencia.

Es fundamental que en áreas vulnerables existan planes preventivos y estrategias que garanticen una respuesta rápida y efectiva, como con la reserva de provisiones dentro del país y la instrucción de la población. La Oficina para la Reducción del Riesgo de Desastres de la ONU dice que “los desastres no son naturales, sino que son el resultado de las omisiones y la falta de prevención y planificación ante los fenómenos de la naturaleza” o, dicho en otras palabras, no saber qué hacer en caso de apocalipsis.