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Adaptación y cambio cimático

Sobre el blog

Antonio Aretxabala
Geólogo y profesor en la universidad de navarra, además de Delegado del ICOG.
  • Adaptación y cambio cimático
  • El desarrollo de las sociedades no es el crecimiento material e insostenible. La hora de ponerlo en práctica ha llegado. La sexta extinción no parece una salida ni seductora ni inteligente. Escuchemos a los científicos, algo podemos aportar.

El Melomys Rubicola era un pequeño roedor que vivía en una isla al norte de Australia, desde 2009 no se ha visto ningún ejemplar, en 2016 se firma su acta de defunción. Acaba de pasar a la historia, es el primer mamífero extinguido a causa del cambio climático provocado por nuestras actividades industriales. Si nos fijamos en las emisiones de gases de efecto invernadero, éstas han venido creciendo de manera exponencial desde la revolución industrial. Hasta la entrada en el siglo XXI nuestras últimas emisiones crecían a un ritmo cercano al 1%. Nada más comenzar este siglo alcanzaron y superaron el 3%, la frenética actividad económica que colapsó en 2008 dejó su sello atmosférico perfectamente legible a partir de 2013, entrando en una especie de estancamiento que sería tranquilizador si no fuera por la aterradora observación de que a pesar de la frenada, la cifra de partes por millón de CO2 sigue aumentando. El ratoncito australiano no pudo vivir en una isla cuyos ritmos de inundación se hicieron tan frecuentes que ni pudo reproducirse ni le dio tiempo de adaptar sus patitas y cambiarlas por aletas, menos aún volver a las branquias. Mientras algunas especies de mamíferos adaptados a diferentes medios durante millones de años sucumben a causa de nuestras actividades industriales, la NASA nos alerta sobre mayo de 2016: se ha vuelto a batir un nuevo récord, algo que ya ni nos sorprende. El calentamiento global sigue sin dar tregua. La temperatura media global se acerca a 0,93ºC por encima de la media del periodo de referencia (1951-1980). Hemos conseguido alzar a 2016 como un año históricamente original: el primer año con una concentración de CO2 en la atmósfera superior a las 400 partes por millón. Hace eras geológicas que no pasaba nada igual. La última vez que el planeta vivió con semejante concentración no existía el ser humano. Nuestra dependencia de los combustibles fósiles no sólo provoca guerras, hambrunas, desequilibrios climáticos, sociales, culturales, o nuevas enfermedades, está cambiando a la misma Naturaleza, la que garantiza nuestra propia existencia.

 

El mundo del que venimos y el mundo hacia el que nos dirigimos: los límites del crecimiento

Seamos realistas, el fin de la era de los combustibles fósiles no ha hecho nada más que comenzar como se rubricó en la cumbre de París en diciembre de 2015. Pero la Tierra tiene sus propios ritmos, tanto de extracción como de renovación, el hecho de que aún sin aumentar las emisiones éstas sigan creciendo quiere decir que es el propio planeta el que se ha sumado a ellas, y el cómo lo hace se nos escapa, pero lo hace. Hemos puesto en marcha mecanismos que sin medias tintas ni paños calientes deberemos llamar apocalípticos y si no que se lo pregunten al ratoncito australiano. Se trata de fenómenos de realimentación, tales como que al fundirse los hielos del Ártico, o el permafrost, así como la subida de las temperaturas oceánicas, se liberan gases de efecto invernadero que estuvieron atrapados durante millones de años en los sedimentos. Al aumentar la temperatura se desencadenan fenómenos que aumentan la temperatura.
 
Nuestra evolución ha sido un curioso fenómeno, algunos hitos importantes que cambiaron el mundo hoy amenazan nuestra fugaz existencia sobre este planeta. Son muchos y variados los momentos destacables, pero los últimos acontecimientos, muy apretados en el tiempo, no deberían perderse de vista. El año 2005 supuso el año del pico del crudo, 2008 el colapso de los mercados desvinculados de una economía física real. Desde 2010 más de la mitad de la población mundial ya vivimos en ciudades, una nueva experiencia para la vida en el planeta. El consumo de recursos y el almacenamiento de desechos para intentar sostener esta nueva y voraz unidad de la arquitectura planetaria (la ciudad) se disparó. Comienza una decadencia que no parece ver fin. En 2015 las contaminantes extracciones no convencionales que fueron la última esperanza del crecimiento económico global también entran en decadencia, hemos tocado el máximo techo que nuestra tecnología podía acometer.
 

La energía del futuro (GAIL TVERBERG)

El petróleo, carbón, uranio o gas eran y son la sangre que movió y mueve a la sociedad industrial y tecnológica, pero ya sabíamos que eran recursos finitos que en algún momento iban a faltar. Ese tiempo llega y lo hace irrumpiendo en la historia con sus efectos secundarios de la mano del cambio climático. Ahora el ser humano debe demostrarse a sí mismo no sólo que es capaz de adaptarse a un medio por él modificado, y que lo hace mejor que un ratoncito australiano.
 
Debe demostrar que su diferenciadora inteligencia da para algo más que para extraer y consumir en unas décadas la energía solar en forma de hidrocarburos que el planeta coció y fosilizó durante millones de años. Debe reconocer que generar los grandes cambios ambientales refinando esas rocas traía conflictos asociados: guerras, inequidades, ciudades insalubres, aniquilación de especies o nuevas enfermedades. Debe aprender de sus errores y considerar que aquello fue un paso, o más bien una pesadilla necesaria, pero no un fin en sí mismo como parecen seguir pregonando algunos dirigentes.
 
El desarrollo de la ciencia, la cultura y la tecnología fueron paralelas al crecimiento económico, su legado es un tesoro muy a tener en cuenta, y hoy más que nunca. Gracias a ellas podemos diferenciar dos cosas: el desarrollo de las sociedades no es el crecimiento material e insostenible. La hora de ponerlo en práctica ha llegado. La sexta extinción no parece una salida ni seductora ni inteligente. Escuchemos a los científicos, algo podemos aportar.
 

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