Me bailan las fechas, Luis. Llevo días tratando de acordarme del año en el que nos conocimos y no lo consigo. Supongo que sería hacia 1992, quizás algo más tarde. Podía habértelo preguntado la última vez que hablamos. Tú seguro que sí lo habrías recordado, tenías muy buena memoria, pero claro, cómo iba yo a pensar que…
Yo estaba en Infilco, era muy joven y tenía muy poca experiencia. No tengo claro si tú entonces estabas en… ¿Se llamaba Proser? En fin, no me esfuerzo, confundo los nombres y mezclo personas de esos inicios.
En aquel momento, este sector nuestro era relativamente pequeño; no digo que estuviera despegando, pero distaba mucho del que hemos vivido después: siempre asistíamos los mismos a las sesiones técnicas, a los congresos, a las reuniones de las licitaciones.
A pesar de esas coincidencias, nuestros contactos no fueron continuos. Realmente no sé muy bien por qué. Lo que sí que sé es que cuando volvíamos a coincidir era inmediato sentir nuevamente tu cercanía, independientemente del lugar profesional en el que estuvieras situado en ese momento. Y cada vez era más alto: ahí te llevaban tu mente brillante, tu sensatez, tu claridad en la exposición, tu capacidad para convencer.
Me viene a la cabeza un congreso de la IDA, un astrónomo canario hablándonos de estrellas, una cena relajada y mucha conversación.
Cuando hablamos en junio estabas pensando en la jubilación: «hay que pasar el testigo a otros», dijiste. Comentamos que para jubilarse había que entrenarse, ir preparando el ocio y organizar cómo llenar las muchas horas que quedan libres, de repente, tras una dedicación intensa al trabajo, que en tu caso no era fruto de una adicción, sino de una pasión por lo que se hace. No te planteaba un problema. La pesca, la familia. Ahí estaba tu retiro, en las cosas sencillas como tú.
Me costó digerir la noticia que me dio Juan Carlos a finales de octubre en Bilbao acerca de tu enfermedad. Apenas un mensaje de WhatsApp para trasmitirte mi apoyo mandándote un abrazo. Eras optimista y te sentías fuerte.
Y después, malas noticias. Y al final, lo que ninguno esperábamos.
Los dos sabíamos de nuestro aprecio mutuo. Nunca te dije el respeto que sentía por tu enorme figura.
Quedan en mi recuerdo tu risa franca, tu calidez, tu inteligencia y tu radiofónica voz.
Cómo iba yo a pensar que…