Una vez superada la reciente riada del Ebro, si en el buscador de Google ponemos “riada Ebro”, comprobaremos que las noticias y declaraciones de los protagonistas son las mismas desde hace décadas. Se puede comprobar fácilmente que en cada nueva riada del Ebro, las noticias repiten cada año lo mismo.
Si en el buscador de Google ponemos “riada Ebro”, comprobaremos que las noticias y declaraciones de los protagonistas son las mismas desde hace décadas
Los agricultores se quejan, los ecologistas dicen que lo avisaron y los políticos de la oposición dicen lo mismo que ya dijeron, escucharon o escucharán de otros. También se quejan de que no se ha hecho nada desde hace años, que era previsible y todas esas frases hechas que se dicen en las riadas.
Esta situación -que incluso puede inducir a la risa dada su esperpéntica repetición- no hace ninguna gracia a los afectados, de los que hay tres actores principales.
Por un lado los ribereños, quienes han vivido siempre en el pueblo, algunos en casas centenarias. Desde siempre han sabido el riesgo que asumen, pero confían en que alguna vez se arbitren las medidas que definitivamente les protejan de manera efectiva de cualquier riada, por grande que sea.
Por otra parte está el agricultor que cultiva terrenos próximos al río. Él sabe que juega a la ruleta rusa con su cosecha, pero si llega a perderla intentará que se le compense.
El tercer grupo son los denominados ecologistas, a los que preocupa especialmente desmontar los diques y dejar que el río corra libremente por su llanura de inundación, como si fuera un feliz cervatillo. Mientras lloran desconsoladamente por los vecinos que abandonaron sus pueblos hace más de cincuenta años a causa de los embalses, no tienen el menor empacho en decir que hay localidades cuyo destino es la desaparición, puesto que se encuentran en lugares equivocados y los ríos deben recuperar una pretendida “dinámica fluvial” que hace muchos años que perdieron.
Así mientras unos piden que sean demolidas, otros quieren motas más y más altas.
Podemos entender que los políticos solamente buscan la foto cuando entregan los cheques o cortan por enésima vez la cinta de la reposición de servicios, pero entre tanto… ¿dónde está la planificación de las confederaciones? ¿cómo es posible que entre riada y riada se vuelva siempre a la situación anterior?
Lo fácil sería culpar a la Confederación Hidrográfica del Ebro de falta de planificación e indolencia ante este cíclico problema, de imprevisión por no delimitar las zonas inundables… pero no sería completamente cierto.
La Confederación Hidrográfica del Ebro tiene en este aspecto los deberes hechos, pero en lugar de atajar de una vez por todas el problema, impidiendo que -con dinero público- se repongan servicios destrozados cada cinco años porque algunos ciudadanos tienen sus casas, naves, cultivos, etc. en lugares equivocados, se limitan a mirar hacia otro lado y hacer como que cada riada ordinaria es la de los quinientos años.
Hasta ahora, quienes vivíamos en la octava potencia mundial no poníamos demasiadas pegas. Comparado con tanto aeropuerto inútil, tanta arquitectura de vanguardia y tanta Expo, estos trabajos eran el chocolate del loro. Pero en estos tiempos tan difíciles para todos, no se puede gastar en lo mismo riada tras riada, sino que se debe de acometer de una vez por todas el tan demorado deslinde del DPH. No podemos seguir confiando exclusivamente en la buena gestión de los embalses.
Superponer -en asuntos de agua- la gestión política a la técnica, tiene como consecuencia un bucle interminable, un “déjà vu” en el que año tras año, riada tras riada, viene ocurriendo lo mismo. No se puede molestar a los agricultores o vecinos eliminando defensas, ni deslindando el DPH. Tampoco a los ecologistas que pretenden dejar que el río “reclame lo que es suyo”. Todo eso resta votos o es “políticamente incorrecto” por lo que tiene prioridad absoluta.
Desde hace mucho tiempo sabemos que -en cada riada- la altura alcanzada por las aguas en diversos puntos del Ebro es cada vez mayor, aún con el mismo caudal que la anterior.
La razón es evidente. Se ha desnaturalizado al río, confinado entre diques cada vez mayores o mediante bosques de galería que quizá no han existido nunca y -fruto de la fuerte regulación de sus afluentes- los islotes crecen y crecen sin que nadie se atreva a quitarlos, aún a sabiendas de que tarde o temprano habrá que elegir entre dragar el río o echar a sus ribereños.
Tan sólo hay que ver las ortofotos del vuelo de 1929 para comprender lo que ha cambiado la fisonomía del río y cómo hemos invadido su cauce sin haber puesto otro remedio que unas defensas que, riada tras riada, acaban siendo superadas.
Finalmente, son los núcleos de población ribereños y sus habitantes quienes acaban pagando la cobardía de quienes deberían velar para que esto no suceda. ¿Qué fue de aquel "Plan LINDE"? ¿Por qué se detuvo? ¿Dónde han quedado los mojones, quién los quitó y por qué no se han repuesto?
Por todo lo anterior, sigo reclamando esa Agencia Española del Agua que nadie se atreve a crear. Confiemos en que no haga falta seguir esa tradición tan española de poner remedio a toro pasado y sea fruto de una verdadera catástrofe, bien por defecto o por exceso de agua.
Hasta que en 1802 sucediera la tragedia de la Presa de Puentes en Lorca, este tipo de obras eran diseñadas y dirigidas por arquitectos, maestros de obras o cualquier profesional (o no) que se atreviese y consiguiera los fondos necesarios
Hasta que en 1802 sucediera la tragedia de la Presa de Puentes en Lorca, este tipo de obras eran diseñadas y dirigidas por arquitectos, maestros de obras o cualquier profesional (o no) que se atreviese y consiguiera los fondos necesarios. Hubo que esperar a que el colapso de esta presa acabase con más de 600 vidas para crear la Escuela de Ingenieros.
Y ahora ¿qué vamos a hacer? ¿Esperar como entonces a que una riada catastrófica ponga de manifiesto la desgana de nuestros responsables? ¿Vamos a seguir mirando cómo los profesionales son condicionados por unos políticos que saben tanto de agua como de mecánica cuántica?
El agua no entiende de votos, y por ello debemos hacer las cosas como es debido, expropiando, dragando o hasta dinamitando. No podemos consentir que -habiendo en las confederaciones personal suficiente y cualificado- sucedan episodios como el de Castiello de Jaca por dejar construir en un lugar disparatado. Mientras tanto, el SEPRONA multa a los pescadores o ciudadanos que dejan su coche unos minutos a la orilla de un río o de un embalse, porque dicen que es peligroso. Más actores para este esperpento nacional.
Para acometer los trabajos necesarios para solucionar de una vez por todas estas situaciones (deslinde del DPH, eliminación de islotes peligrosos, dragados puntuales y eliminación o cambio de posición de diques) no se requieren presupuestos millonarios;.solamente dejar claro que por encima de las administraciones locales o autonómicas debe de estar la seguridad, y ese cometido corresponde o debería corresponder a las confederaciones.
Las confederaciones tuvieron su papel, pero actualmente están desbordadas. Ya no tienen como vocación y misión fundamental construir presas y ampliar regadíos; hace unos años fueron volteadas añadiendo competencias medioambientales que muchos aún no entienden y otros ejecutan de manera desproporcionada. Quizá sea éste el motivo del estado de cosas actual, en que algunos tienen como meta esperar en su sillón a que les llegue la jubilación sin que se note que existen. Entre tanto, otros no tienen dinero que gestionar, y todos dependen de cargos cuya formación generalmente tiene poco que ver con el agua, porque se trata de anteponer el clientelismo político a las necesidades reales.
Soy testigo de que las confederaciones cuentan con personal extraordinariamente cualificado, con interés por realizar bien su trabajo y con herramientas administrativas adecuadas en la mayor parte de los casos, pero es necesario poner un cerebro a dirigir ese potencial, no a acallarlo o ponerlo a trabajar para el partido de turno.