Hoy se cumplen dos años de ese 9 de octubre de 2018 en que una torrentada inesperada e histórica inundó Llevant. Mucha gente no olvidará nunca ese día, y los recuerdos del rugido del agua volverán una y otra vez. Antes de seguir quiero dedicar este post a las 13 personas que se llevó el agua, a las que tendremos en el recuerdo, a todos las víctimas que sufrieron las consecuencias de la torrentada y a todos los profesionales, vecinos, voluntarios que trabajaron para auxiliar en un primer momento y reparar después ese enorme daño.
A mí la torrentada me sorprendió trabajando en el municipio de Artà como técnica de medio ambiente. Llevaba sólo 9 meses en ese puesto. Ese día salimos a las 15h del Ayuntamiento y el cielo era color plomo, empezaba a llover y con un compañero comentamos que vaya con la tormenta que se acercaba. No teníamos ni idea de lo que estaba por ocurrir ni de sus consecuencias. Al cabo de una hora ya se intuía que esa intensidad era inusual. A las 17:00h las calles ya iban llenas de agua a niveles poco vistos antes. Y sí, en esas condiciones, cometí la imprudencia de tomar el coche y lo que ví me dejó totalmente asustada. Uno no está acostumbrado a fenómenos extremos y confieso que no sabemos nunca cómo actuar. Esa es una de las primeras reflexiones a hacer. Cuando pasa algo inesperado alguien nos tiene que dar la voz de alerta, porque individualmente cuesta mucho calibrar el riesgo. Ese día no hubo alerta ni alarma... a tiempo.
La carretera iba llena de agua y de las montañas bajaban verdaderos mantos de agua por las laderas. Todavía era de día y la cosa ya no pintaba nada bien. Aun así, seguía la “vida normal” en toda la zona de Llevant. La gente iba i venía de sus actividades cotidianas. Ningún aviso todavía.
Al cabo de poco rato ya empezaron a llegar al móvil las imágenes del desastre en Sant Llorenç. Se había desbordado el torrente, los coches hacían efecto presa y el agua apretaba para encontrar su camino.
Esas imágenes parecían irreales, pero estaban sucediendo en ese mismo momento. Las redes sociales ahora nos hacen más visibles los desastres en tiempo real.
Y ya empezó a anochecer y los peligros, sin luz, todavía son peores. Entre esas horas sucedieron muchísimos (demasiados) casos de personas a las que le sorprendió la torrentada sin ningún aviso, sin saber qué hacer ni adonde ir. Los que estaban en sus casas, en Sant Llorenç, vieron como lo que habitualmente es un cobijo, un refugio, se convertía en una trampa de la que había que escapar. Quedaron afectadas 296 casas, la mitad de ellas totalmente destruidas. Los que circulaban en sus coches y empezaron a perder el control ya quedaron entregados al azar. Cientos de coches arrastrados por el agua.
Escribo y se me vuelve a erizar la piel recordando esos durísimos momentos. Y entonces, ya pasadas las 20h llega la fotografía siguiente, la del puente de la carretera de Artà que se ha caído. ¿Pero cómo? El agua cuando viene con fuerza, no quiere encontrar nada por delante. Si en lugar de los tradicionales ojos de puente anchos y altos pones un terraplén con dos tubos grandes, pues el agua ni pregunta ni lo entiende, se abre paso sin pedir permiso. Esa rotura provocó tal ola expansiva que produjo gran virulencia y destrucción aguas abajo.
A la mañana siguiente, como pudimos o como supimos nos repartimos entre los que éramos en Artà. Desde aquí un reconocimiento muy especial a la implicación que tuvo el alcalde, los concejales, el jefe de policía y los voluntarios de protección civil, además de IBANAT, Bomberos y todos los técnicos y voluntarios. Hay tantos relatos y historias como gente estuvo en el lodo ayudando. Empezamos a ver los efectos de la fuerza del agua, a ver cómo cambió el paisaje en unas pocas horas. La emoción estaba a flor de piel. Había fallecidos, todavía había desaparecidos, y mucha más gente había sufrido arrastrada por el agua y la otra había perdido su casa y sus pertenencias. Incertidumbre, pesar, aflicción. Teníamos que hacer algo pero ya os digo que cuesta mucho saber por dónde empezar.
Nunca antes había trabajado en una emergencia y la verdad, espero no tener que volver a hacerlo. Cambia totalmente la manera de abordar algo. Necesitas que alguien te diga qué tienes que hacer o cómo lo tienes que hacer. Entendí enseguida para qué sirven los simulacros. No puedes pensar, estás entre aterrado y acelerado. Y el factor humano pasa por delante de todo, antes de hacer nada, tenías que preguntar a la persona que tenías al lado cómo se encontraba, cómo estaban ellos, y si algo había sucedido, pues escuchar, acoger y consolar. Ya no eres técnico sólo de medio ambiente, el medio ambiente ha afectado a muchas personas, hoy ellas van primero. La escala local es siempre la que más cercada tiene a los ciudadanos. Aunque no haya medios disponibles, va a tener que dar una respuesta.
Recuerdo que hasta al cabo de una semana no pude romper a llorar, todo ese sentimiento aguardaba preso en algún lugar recóndito del pecho. Había que tener temple para empezar a gestionar toda esa catástrofe: alojamiento, ayudas, reparar caminos, gestionar residuos (coches, de todo), ayudar en lo que sea. Si ya los valoraba, ahora todavía siento más admiración por los cuerpos de emergencia. Ves cómo trabajan y la capacidad resolutiva con todo lo que están presenciando. Desconozco cómo podrán lidiar con sus emociones, pero a su manera lo hacen.
Ya han pasado dos años y hasta ahora no había podido escribir ni una sola línea de lo sucedido. Los primeros meses estuve demasiado dedicada a colaborar en la recuperación del desastre. Hasta al cabo de medio año no pude recuperar el día a día habitual de mi puesto de trabajo, y ni así. Ya nada volvería a ser como antes. En Artà se acababan de expresar con fuerza los torrentes. Es curioso que en 9 meses, hasta ese día 9 de octubre, como técnica local no había tenido ni necesidad de conocer ni gestionar los torrentes. ¿Y eso? Esta es también una de las razones que después nos conducirán al desastre. Antes los vecinos conocían perfectamente los torrentes, sus dinámicas, sus límites y sus peligros, y a lo largo de la año los gestionaban a la vez que a sus fincas. Era su protección. Ahora ya ha quedado mucho más difuminado de quién son. La administración autonómica, que tiene que velar por el dominio público hidráulico, carece de medio para su gestión diaria, la gestión de ecosistemas acuáticos. Y las competencias de medio ambiente en la administración local son tantas, y tan pocos los recursos, que no da para hacer cosas "extras". Los torrentes, que permanecen secos un largo período del año, cuando aparecen lo hacen siempre por el mismo cauce. Si algo ha ocupado su lugar, ya se encarga el agua de volver a su lugar. Tenemos una tarea pendiente en gestionar mejor los cauces, a lo largo del año, para que cuando vengan las lluvias torrenciales de otoño, habituales en el clima mediterráneo, esté todo preparado.
Y aunque cueste (que me cuesta), hay que continuar recordando estos hechos, porque es precisamente la memoria del agua lo que nos puede hacer estar más presentes ante estas situaciones extraordinarias. Es pronto todavía, pero en unos años estaría bien reunir a los que estuvieron al frente, a los que estábamos en el terreno, a toda esa gente que ayudó en hacer posible lo imposible. Tenemos mucho por aprender si lo conseguimos poner en común. En este evento torrencial ya se habló de estar causado por cambio climático, los 433,8 litros por metro cuadrado batieron cualquier registro anterior. Sea o no cosa del cambio climático, el clima mediterráneo incluye fenómenos de sequía y inundaciones periódicos. Aproximadamente cada 30 años (La última grande de Mallorca fue el 1989). Por lo tanto siempre tendremos que estar recordando las lluvias de final de verano y otoño. En catalán la palabra “torrentada” (traducida como avenida violenta de un torrente) es mucho más que una mera “inundación” (que significa cubrir de agua un lugar determinado o un territorio). El mismo nombre denota la fuerza brutal con la que comete la avenida. Está escrito en la historia, recordemos estos eventos para que a la próxima, que la habrá, por lo menos nos dé tiempo a salir del paso del agua.