Últimamente vivo en piloto automático. Apenas me queda tiempo para pensar más allá de cómo funciona la cafetera; que los dos zapatos que me ponga sean iguales, que no se me olvide la lista de la compra, la bolsa de entrenar o dónde dejé las llaves del coche ayer al llegar a casa.
Me levanto, trabajo, como, vuelvo a trabajar, compro, voy a entrenar, me ducho, cocino para el día siguiente, me acuesto y espero a que el ciclo vuelva a empezar 4 días más. Pero mañana algo será diferente.
Son las ocho de la tarde y, después de dos vueltas a la manzana, he aparcado relativamente cerca del club de remo en el que entreno. Aprovecho el camino desde el coche al vestuario para mirar el móvil: leer emails, socializar... Estos momentos me indican que la rutina de “obligaciones” diaria casi ha terminado, y además es viernes (no puedo pedir más). Una sirena de policía saca mi vista del móvil y me hace levantar la cabeza. No tarda en unirse otra, está vez el sonido cambia, es una ambulancia. De hecho, no es solo una, sino dos. Y sin entender por qué, un escalofrío me recorre la espalda como cuando se siente miedo. Como cuando se está en alerta. Miro alrededor y no veo nada que esté fuera de lugar, el mar esta dónde siempre, ni siquiera hay olas, pero un murmullo de fondo alerta de que se avecina una enorme. Quizá no es cuestión de ver sino de escuchar. Pongo más atención, y por fin me doy cuenta de lo que está pasando. Lo que percibo no es ningún fenómeno sobrenatural, es la voz de miles de mujeres reivindicando su lugar en la sociedad, en la manifestación del 8 de marzo.
Manifestaciones y policía, ambulancias y mujeres. Asociaciones tristes, pero que no sorprenden. Y cuando reflexiono sobre esas relaciones no lo hago pensando en las mujeres que se encargan de velar por la seguridad o en las médicas de las unidades móviles. Me acuerdo de los miles de ellas que desde principio del siglo pasado han luchado por conseguir lo que otras disfrutan a días de hoy, derecho a las mismas condiciones que los hombres. Recuerdo también los cientos de mujeres que, muertas de miedo, denuncian casos de acoso laboral, de "bullying", de violencia de género… Por todas ellas, por las que lucharon, por las que consiguieron un cambio, por las que se quedaron en el camino, por el 49,5 % de población mundial que representan; por TODAS, hoy gritan.
De alguna extraña forma -como todo en mi mente- el agua, y la historia de la lucha de todas esas mujeres me pareció tener más relación que nunca. Una sola (una sola gota) no cambia nada, pero muchas de ellas o mucho peor, su ausencia, cambiaría el mundo. Hoy su lucha se tiñe de violeta, pero el resto del año su color es casi invisible, como el del elemento. La necesidad de mejorar sus condiciones, de crear conciencia, se mide en víctimas. Según la ONU, para los 68,5 millones de personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares, el acceso al abastecimiento de agua potable es muy problemático. De esa cifra de refugiados del mundo, la mitad son chicas jóvenes y mujeres adultas que, durante los traslados o su asentamiento, son víctimas de violencia sexual.
Sigamos hablando de cifras de esta relación mujeres-agua. Un total de 2100 millones de personas viven sin agua potable en sus hogares. En ocho de cada diez de ellos, las mujeres o las niñas de la unidad familiar, son las encargadas de buscar agua potable diariamente. A pesar de cumplir esta labor (necesaria para toda la familia) en algunas zonas geográficas, muchas de ellas seguirán siendo víctimas de técnicas de mutilación genital o tendrán que pedir permiso a su padre o marido para ejercer algún tipo de derecho que, en los países desarrollados, como el nuestro, vemos como normal.
Si leemos que hoy en día existen en todo el planeta 67 millones más de hombres que de mujeres, no debería sorprender, ni siquiera en un país del “primer mundo”, la poca representación de las mujeres en gobiernos o partidos políticos, a pesar de las llamadas a la igualdad. Sin embargo, la cifra aportada solo representa un 2% de diferencia en cuanto a la población mundial de mujeres. Entonces, ¿por qué si se analizan los cargos públicos de un país como España vemos que solo hay 25.000 mujeres ocupando uno de los 70.000 puestos existentes? Porque al igual que con el uso del agua, hay que crear conciencia.
Se espera que para 2030, un total de 700 millones de personas en todo el mundo puedan verse desplazadas por la intensa penuria del agua. Tenemos 11 años por delante para intentar corregir algunas de nuestras prácticas para que los datos que se han aportado en los párrafos anteriores cambien. Para que en el peor de los casos “naturales” el factor humano prevalezca. Una década para sumarnos a la lucha, para alzar la voz con ellas y caminar juntos por un mundo mejor.
Estoy convencido que no te gustaría que tú, tu hija, tu madre, tu hermana, tu mujer, tu profesora… ni ninguna de las mujeres que conozcas se conviertan en un número más de en los porcentajes o cifras que se han citado anteriormente. De que tú, mujer o hombre, quieres un mundo mejor para ti y para ellas.
Imaginemos que H2O no es solo una formula química sino un mensaje en clave de la ciencia. Humanos (ambos sexos) cogiendo oxígeno para alzar la voz por un mundo mejor. No dejemos a nadie atrás. Es el momento de hacer callar las sirenas de ambulancias y policías, de luchar por endurecer las leyes que juzgan a aquellos que hacen que una mujer levante el teléfono muerta de pánico a cualquier hora del día; el momento de que sumemos juntos/as y de acabar con el concepto “guerra de sexos” y que la batalla no sea de unos contra otras, o viceversa, sino de todos/as por una sola causa. ¿Quieres ser una gota o sumarte a la ola del cambio?