El cloro es un elemento químico muy abundante en la naturaleza, por ser esencial para la vida; sin embargo, no se encuentra en estado puro, ya que reacciona con multitud de otros elementos, formando parte de numerosos compuestos entre los que destaca, por encima de los demás, el cloruro sódico disuelto en el agua de mar.
Dentro del sector del tratamiento de agua, esta propiedad inherente al cloro de reaccionar con multitud de compuestos se puede resumir en que se trata de un fuerte oxidante, por lo que es extensamente utilizado como desinfectante, ya sea de agua potable o regenerada. Esta desinfección tiene como objetivo la destrucción o inhibición de microorganismos nocivos o patógenos, garantizando la calidad del agua. Tal es la capacidad desinfectante del cloro que, según Koski et al. (1966), es tres veces más efectivo en la eliminación de Escherichia coli que una disolución equivalente de bromo, y seis veces más que una disolución equivalente de yodo.
El reverso oscuro del cloro es que, a pesar de ser clave en la protección de la salud humana y en la provisión de agua potable, al mismo tiempo, en su versión gaseosa, es terriblemente tóxico y venenoso. Tanto es así, que fue utilizado como arma química en la I Guerra Mundial. El principal artífice de ello no podía ser otro que el químico Fritz Haber, de quien ya escribí en mi anterior post, y que es uno de los padres de la guerra química.
Precursor de la síntesis a escala industrial del amoníaco para la fabricación de explosivos, Haber, devoto patriota (“en tiempo de paz, un científico pertenece a la Humanidad, pero en tiempo de guerra pertenece a su país”), recomendó el empleo de cloro gas o Bertholita sobre los soldados resguardados en las trincheras aliadas durante la Segunda Batalla de Ypres (Bélgica, abril – mayo de 1915). Aunque anteriormente se había empleado gas en diversas batallas, éste era tan sólo de tipo lacrimógeno, y no resultó especialmente efectivo.
Sin embargo, y a pesar de ir en contra de la propuestas de la Conferencia de la Haya de 1899, los alemanes descargaron entre 150 y 170 toneladas de cloro gas, según las fuentes, provocando una nube mortal de color amarillo-verde-grisácea. Según describió un médico militar francés:
Los hombres se ponen morados, luchan por respirar entre lágrimas y se quejan de quemaduras en el pecho y el estómago. Lo hemos visto todo, heridas terribles y avalanchas mortales de metal, pero todo esto no es nada si lo comparamos con la niebla que oscureció el sol durante horas, que parecieron siglos”
En realidad, se calcula que el lanzamiento del gas no duró más de 10 minutos, pero se calcula que pudo haber unas 15.000 bajas, incluyendo entre 5.000 y 6.000 muertos, entre los que se habría contado soldados alemanes que no disponían de máscaras de gas. De forma muy resumida, según la ficha del cloro del INSHT, los soldados se vieron expuestos a una sustancia corrosiva cuya inhalación puede producir gravísimos trastornos en los pulmones y el tracto respiratorio.
En el anecdotario histórico permanece que, al parecer, Haber pensaba que la guerra química podría acortar el conflicto por su carácter disuasorio y atemorizante. Posteriormente, un grupo de investigadores bajo su tutela crearon el famoso y terrible gas Zyklon B, veneno que emplearían los nazis durante el Holocausto…entre los que se encontrarían varios de sus familiares (Haber era judío). Además, el resto de la historia cuenta que su mujer se suicidó debido a encontraba la guerra química una barbarie.
El hecho de que, ya en la época (hace más de un siglo), el empleo del cloro gas como salvaje arma química generase un profundo rechazo en todos los estratos sociales y militares, no hace sino recordarnos la peligrosidad de este tipo de productos a los profesionales que trabajamos de una forma u otra con ellos, y la imperiosa necesidad de seguir las recomendaciones previstas de Prevención de Riesgos Laborales y Almacenamiento de Productos Químicos (R.D. 379/2001, MIE APQ-3).
Afortunadamente, existen alternativas mucho más seguras en la desinfección de agua mediante cloro, destacando sobre todo el empleo de disoluciones de hipoclorito sódico. Sin embargo, su utilización sigue siendo muy común, tanto como preoxidante, como desinfectante directo, o para la producción de dióxido de cloro, para una desinfección sin producción de trihalometanos.