Hace unos días, conversando con unas personas amantes y conocedoras de cierta zona de la frontera con Portugal comentaron algo que no pudo sino intrigarme, por no haberla escuchado nunca: el agua potable de esa región, que procedía de un embalse, “sabía a tierra”.
Como digo, esta afirmación me impactó, ya que no pocas veces en los últimos meses había tenido que recordar a amigos y familiares que el hecho de que el agua de un grifo no sea exquisita para el paladar no quiere decir que no sea apta para el consumo, y que incluso puede ser tan buena, o más, que muchas aguas embotelladas. Y esto se debe a que cada vez somos más voces desde el sector las que tratamos de fomentar que se beba agua potable en vez de agua embotellada, por un simple hecho de sostenibilidad.
Para supervisar y tratar de cuantificar todo esto aparece el estudio de los parámetros organolépticos o estéticos del agua (a saber: color, turbidez, olor, y sabor), que son aquellos que podemos notar mediante los sentidos y son de gran importancia para la confianza del consumidor. Por ello, se prescribe su análisis en el R.D. 1138/90 por el cual se aprobó la Reglamentación Técnico-Sanitaria para el abastecimiento y control de calidad de las aguas potables de consumo público.
En un primer lugar, teniendo tan claro estas personas que mencionaba al principio, que el problema de aquél agua era el sabor, y no ninguno de los otros tres parámetros, mi primera reflexión fue que probablemente se debía a que, en un escenario de sequía, los limos sedimentados en el fondo del embalse estarían presentes en una mayor proporción en el agua que lelgaba a la estación de tratamiento de agua potable. Sin embargo, descarté esta opción debido a que la propia ETAP no debería tener excesivos problemas para eliminar este tipo de sedimentos.
Fue entonces cuando caí en la cuenta de una entrada del blog de Águeda García de Durango, “¿A qué huele la tierra mojada?” y creo que hallé al responsable de este enigma (al menos para mí): la geosmina. Como bien se apunta en este blog, la geosmina es una sustancia química procedente de ciertos microorganismos (Actinomycetes y Cyanobacterias) que no sólo da ese característico olor a tierra mojada, sino que también pueden permanecer en el agua potable dando mal sabor. E, incluso, durante su crecimiento o cuando mueren, algunas Cyanobacterias pueden metabolizar compuestos que son tóxicos para muchos seres vivos, tales como neurotoxinas, dermatoxinas o hepatotoxinas.
Para evitar estas afecciones, que han llegado a notarse en grandes poblaciones como A Coruña (2008) o Montevideo (2013), y eliminar todo tipo de sabores y olores, normalmente se recurre a:
- Aeración: para eliminar los gases disueltos como metano, dióxido de carbono, sulfuro de hidrógeno y devolver el oxígeno que hayan podido consumir algas y bacterias.
- Clarificación: para eliminar sustancias y microorganismos en suspensión.
- Desinfección con oxidantes: como el ozono o los rayos UV.
- Adsorción con filtros de carbón activo.
Además, y reenganchando con mi primera reflexión, cada día resulta más fundamental que nuestras aguas superficiales se encuentren en un estado óptimo, con caudales renovados y abundantes, lo menor contaminadas posible, y una adecuada concentración de nutrientes. De esta manera no sólo evitamos la presencia de limos, algas o bacterias, sino que conseguiremos un agua potable de la máxima calidad y de forma más sencilla.