La llegada de esta primavera, que ha traído unas mínimas precipitaciones, ha aliviado ligeramente la situación de sequía absoluta acontecida el pasado invierno, el cual ha sido el segundo más seco del siglo, y el tercero más caluroso. Por supuesto, tampoco es que se prevea una primavera con lluvias abundantes y continuas sino, en todo caso, irregulares y puntuales. Unas lluvias propias de un clima cada vez más árido y desértico.
Por tanto, todos los indicios nos recuerdan que nos vamos a ver obligados, aún más, a aprovechar hasta la última gota de agua, como se hace en el desierto desde hace miles de años. Y para ello siempre se puede echar un vistazo a la Historia para inspirarnos de cara al futuro.
Los misterios de Petra
En 1812, el explorador suizo Jean Louis Burckhardt redescubría al mundo occidental la majestuosa y legendaria ciudad perdida de Petra, en las tierras desérticas del sur de Jordania. Aparte de la famosa e icónica fachada, Petra la conforman 2 km cuadrados de ruinas, templos, un gran teatro y cientos de tumbas, restos de lo que en tiempos fue una gran ciudad que, según ciertas estimaciones, pudo llegar a acoger a 30.000 o 40.000 personas.
Y es que Petra no fue una simple ciudad, sino que el ingenio hidráulico del pueblo nabateo la convirtió en un vergel, en el cual paraban las caravanas comerciales que atravesaban el desierto, comunicando Egipto, Siria, Asia y el Mediterráneo. En estas condiciones, los nabateos ya eran muy ricos en torno al siglo I a.C., al ofrecer agua, protección y alojamiento… a cambio de un 25% de todas las transacciones comerciales que allí se realizaban.
Para ello, los nabateos, genios de la gestión hidrológica, estiraron hasta la última gota de los 100-150 mm de precipitaciones al año que recibían en los cortos aguaceros de la temporada de lluvias, entre noviembre y marzo (un clima mediterráneo seco típico de Murcia, Alicante o Almería puede contar con lluvias entre los 200-400 mm al año).
De esta forma, hace 2.000 años, los recursos hídricos que técnicamente eran suficientes para apenas 3.000 personas, se optimizaron para una población diez veces superior.
En efecto, el sistema de abastecimiento y riego de Petra era muy adelantado a su tiempo: numerosas cisternas o aljibes talladas en la arenisca roja, presas y hasta 160 km de canales recogían el agua de lluvia y de manantiales del desierto. Desde los puntos más altos, se almacenaba el agua y ésta discurría hasta la ciudad a través de tuberías de terracota y canales esculpidos en la roca, recubiertos de mortero impermeabilizante. Así, Petra pudo llegar a disponer de unos 40-50 millones de litros al día, con los que, incluso, se llenaba una piscina de 42 metros de largo en los jardines reales.
Además, los nabateos conocían el carácter torrencial que podían adquirir las lluvias de un clima tan árido, las cuales, al no poder ser contenidas en depósitos o en el propio terreno, pueden dar lugar a inundaciones. La entrada a Petra se realiza a lo largo de una famosa garganta de 1,2 km (el Siq), que en algunos tramos apenas tiene 3 m de ancho, lo que hacía crecer la altura y la velocidad del agua torrencial, haciéndola más destructiva. Para evitar esto, disponían de presas anti inundaciones y un túnel para redirigir y amortiguar las riadas en dicha garganta.
Sin embargo, en torno al siglo V d.C, algo salió mal. Se ha encontrado arena procedente de la parte alta del valle en la ciudad, y parte del techo de este túnel bypass está derruido, por lo que se cree que colapsó, y una terrible inundación que arrastró arena y rocas arrasó la ciudad. Petra, que ya había comenzado su declive, sobrevivió, pero un terremoto en el siglo VIII, que destruyó el sistema hidrológico, y los cambios en las rutas comerciales a raíz de la invasión musulmana, hicieron que sus habitantes la abandonasen y que los misterios del desierto la convirtiesen en una leyenda.
¿Aprendemos del pasado?
En la actualidad, los problemas a los que se enfrentaron Petra y los nabateos, no nos son ajenos. Sigue habiendo poblaciones construidas en llanuras de inundación, escasez y torrencialidad de las lluvias en cada vez más zonas y, además, una creciente impermeabilización de los suelos por su urbanización, reduciendo los tiempos de concentración de las cuencas y aumentando los caudales punta que gestionan las redes de saneamiento y drenaje.
A la hora de evitar inundaciones, es evidente que habrá que seguir mejorando continuamente toda la batería de medidas con las que ya cuentan los países desarrollados: diques, barreras, embalses, limpieza de cauces fluviales, sistemas de alerta meteorológica, etc. Esto son temas de absoluta actualidad en todo el mundo, como reflejan las inundaciones del pasado otoño en Mallorca (12 muertos) o en la misma Jordania (13 muertos).
Sin embargo, a la hora de estirar nuestros recursos hídricos, dado el carácter cada vez más árido de nuestro clima, en el que las precipitaciones serán más irregulares y torrenciales, cada vez debe adquirir más sentido la implantación de sistemas urbanos de drenaje sostenible (SUDS). Gracias a ellos se puede canalizar el excedente de escorrentía de los núcleos urbanos, ya sea para conducirlo a la red de saneamiento o para almacenarlo para un uso adecuado, como recuerda a menudo Carlos del Álamo en su blog.
Petra y los nabateos es, por tanto, un ejemplo más de cómo la Historia refleja el afán de la Humanidad por aprovechar todo el agua disponible, especialmente en regiones secas. Afortunadamente, hoy contamos con unos medios y un conocimiento que los nabateos no llegaron ni a soñar; sin embargo, los peligros de la escasez hídrica y las inundaciones a los que ellos se enfrentaron siguen hoy presentes. Y es que en torno a una brillante gestión hidrológica una ciudad puede florecer, y sin ella, colapsar.
- Bibliografía principal: Tesoros al descubierto: el enigma de Petra. Temporada 4, capítulo 2.