Pregunta: Agricultura y regadío, Fernando. A mí es un tema que me interesa mucho.
Respuesta: Vivimos en un país, en un territorio donde, o regamos, o producimos poco y mal. Me explico. Esto viene de la cultura ilustrada del siglo XIX donde, grandes pensadores y ejecutores, consideraron que, para que el país saliera de la pobreza, había que hacer regadío.
Con regadío, cuando escuchas a los expertos, una parcela produce seis veces más que una de secano. Si hablamos de la agricultura de primor o de invernadero, la producción llega a ser mucho mayor.
Un gran experto, el exministro Lamo de Espinosa, ha dicho muchas veces: España, o es de regadío, o no lo es. Porque es verdad, que perderíamos muchas capacidades. Debemos ajustar nuestras capacidades a una oferta que no puede ser ilimitada.
Existen concesiones de muchos años, incluso podríamos decir perpetuas, hoy tenemos otras condiciones, con lo cual, hay que revisarlas, ajustarlas y disponer de posibles sobrantes de agua cuando se moderniza el regadío, en lugar de generar más parcelas para ser regadas, es decir, es necesario mantener unos equilibrios claros.
Es verdad que, hoy en día, se está presionando mucho al agricultor sobre esta circunstancia y no se está avanzando en una estructura económica que acompañe al propio tema concesional. En muchos sitios da vergüenza el escasísimo precio del agua para la agricultura que no se compadece con las necesidades para el medio ambiente o los propios usos de carácter urbano. Son precios que no se sostienen y, lógicamente, habría que revisarlos.
P.- El agua es muy barata en España.
R.- Esos precios que están fuera de mercado, casi mundial, generan poca eficiencia a la hora del uso.
Es bueno que el indicador económico esté presente para poder fomentar un mercado de decisión libre. Los agricultores pueden plantar lo que les parezca oportuno, ahora bien, muchas veces no se justifica que un input a la producción tan importante como es el agua ronde casi el precio cero.
P.- El egoísmo y el mundo del agua.
R.- En España tenemos una de las primeras leyes de Aguas de Europa. No fuimos los primeros, Inglaterra tiene una primera carta que se puede considerar como la primera Ley de Aguas en Europa, pero sí los segundos, y eso es muy importante. Además, creamos a partir de ahí, un modelo de Gestión por Cuenca reconocido en todo el mundo.
Sin embargo, creemos que el agua es nuestra porque nace en nuestro territorio o pasa por él, cuando llevamos más de 150 años con unas leyes que dicen: el agua es un bien público gestionado por el Estado. No se entiende esa posición personal de: el agua es mía, cae aquí y, por lo tanto, es mía. Evidentemente, puedo hacer uso de ella porque, en primer lugar, pasa por aquí, es lo más económico, pero tengo que dejar que otros también dispongan de ella.
Cualquier elemento de protección excesiva del agua, sin dejar que otros la puedan disfrutar, es sin duda, un egoísmo claro. Yo creo que nace casi en el género humano, tenemos la tentación de decir: esto es mío. Eso no pasa, por ejemplo, quizá porque tiene sus contraprestaciones económicas, con los aprovechamientos mineros o con los hidrocarburos. Bueno, el agua es mía, sí claro, pero ya la vendo y me la pagas. Estaríamos en el mismo esquema. En definitiva, también es un bien económico. Una fracción es un bien económico, por lo tanto, debería guiarse por mecanismos que ya conocemos de cómo se comportan los bienes económicos.
Hay otros egoísmos relacionados con la posición preponderante de algunas entidades o la defensa de la competencia en el mercado privado y, otros muchos, digamos de detalle.
La ventaja de AEAS es que tenemos ese carácter colaborador y esa entrega generosa del trabajo de muchas entidades públicas, privadas, mixtas que aportan su conocimiento y experiencia en bien de los demás, entonces, a nosotros se nos oculta un poco ese egoísmo porque generosamente están entregando trabajo, esfuerzo, dedicación para el bien sectorial. Por eso, la mayor parte de las veces, ese egoísmo queda olvidado.
P.- ¿Estamos tan mal de agua en España?
R.- En este momento estamos mal.
Esa condición de que los regantes usan mucha del volumen total lleva a pensar que podríamos ser más eficientes, es decir, podría dejar un margen importante. El ámbito urbano también puede hacer cosas, de hecho, las hace. Hay que ser reiterativo y constante en esas posiciones del uso cuidadoso y racional, e insistir.
Alguna entidad que lo está pasando muy mal en la zona de Andalucía, se ha puesto unos objetivos verdaderamente potentes en relación con la dotación media y, por lo tanto, con el consumo medio del habitante.
La simplificación con la que, muchas veces, los ciudadanos atienden al agua, o sea, abro el grifo y sale, tiro del tapón y se va, hace que parezca algo perpetuo, continuo, sin embargo, hay detrás muchísima gestión, muchísimo trabajo, con lo que, tenemos que acostumbrarnos a ser muy parcos a la hora del uso.
Hemos perdido el valor del agua en las ciudades, lo hemos perdido. Antiguamente, yo que soy de pueblo, lo viví, teníamos una especie de sacralización o de pensamiento mágico sobre el agua. Nos educaban al uso lo más eficiente posible de lo que entonces se conocía.
El ciudadano urbano tiene que entender el valor del agua como un bien súper vital y tiene que hacer un uso muy cuidadoso y muy sobrio. Si no llevamos al usuario un indicador adecuado, no será consciente de su importancia.
A mí, muchas veces me han preguntado sobre el coste cero. No lo recomiendo, ni siquiera para países en vías de desarrollo. Considero importante trasladar a la ciudadanía que el agua tiene un precio, aunque sea pequeñito, pero tiene un precio, si no, el valor del agua se pierde.
El agua debe tener un precio adecuado. “Contamos mucho” un trabajo que publicó un catedrático de Economía de la Universidad de Zaragoza sobre el esfuerzo del consumidor, el esfuerzo económico, es decir, la relación entre lo que pagas por un servicio y los ingresos. Hizo un cómputo en toda Europa. Si de media todo el mundo paga 100 (un cien como un referente neutro), resulta que los españoles estamos pagando solo el 71%, es decir, en un país seco, con estrés hídrico, con muchísima más infraestructura o activos públicos que otros, pagamos mucho menos que el europeo medio. Esto no se concibe, no tiene mucho sentido. Y sin embargo, estábamos pagando en el momento en el que se hizo el estudio, en el 2017, el 125% y el 127% en electricidad y en telefonía.
Debemos progresar hacia una tarifa que cubra razonablemente los costes.