La región ártica, de prístina, misteriosa y cautivadora naturaleza, con espacios y especies únicas, es fácilmente identificable en el imaginario popular con el extremo norte del planeta. El norte circumpolar es, a su vez, complejo en términos geopolíticos, humanos y económicos.
En términos geográfico-políticos, comprende ocho estados: la Federación de Rusia, Canadá, Noruega, Dinamarca –a través de Groenlandia y las islas Faroe–, Estados Unidos de América –a través de Alaska– Suecia, Finlandia e Islandia. Todos ellos son países con un poder económico relevante y se extienden geográficamente a lo largo de tres regiones continentales: Norteamérica, Europa y Eurasia. Cinco de los Estados árticos son estados ribereños del océano Ártico, lo que les da una posición estratégica privilegiada, conocidos por ello como los “Arctic 5”.
Los ocho estados árticos son miembros del principal foro político regional, el Consejo Ártico. Sin embargo, a consecuencia de la guerra en Ucrania, siete de ellos suspendieron su participación en este foro político como gesto de repulsa a la conducta agresiva de Rusia.
En lo que se refiere a su economía, es una región diversa. Si bien está integrada por algunos de los Estados con mayor nivel económico del planeta –y, por tanto, con economías altamente industrializadas y tecnológicamente muy avanzadas–, existen también retos logísticos y de interconectividad, por las condiciones físicas y climáticas extremas de la región.
Al mismo tiempo, en la mayor parte de los países árticos se practican también economías y formas de vida de mera subsistencia por parte de las poblaciones indígenas, muy apegadas a la naturaleza hostil en la que habitan.
Desde el punto de vista humano, y en conexión con lo anterior, la zona ártica es igualmente variada, siendo uno de los pocos reductos del planeta donde quedan poblaciones indígenas. La conquista de espacios “vacíos” –y para el derecho internacional del momento lo eran todos aquellos que no tuvieran un descubridor occidental, aunque de hecho estuviesen pobladas desde tiempos ancestrales– era un instrumento jurídico al servicio de los poderosos, como la directora española Isabel Coixet puso de manifiesto en su película Nadie quiere la noche (2015).
La realidad es que la región ártica no es ni nunca ha sido un espacio “vacío”, sino habitado por poblaciones autóctonas desde hace unos 20 000 años. Dichas poblaciones sufrieron el “encuentro” con las poblaciones de otras latitudes, especialmente durante de la exploración, entre los siglos XVIII a XX.
Inuits, samis, aleutianos, atabaskanos y gwich’in y la pléyade de poblaciones indígenas que habitan en Rusia han enfrentado desde entonces numerosos retos a su supervivencia, como una historia de colonialismo y asimilación a la que, en la actualidad, se unen las consecuencias del cambio climático, que afecta de forma especial a sus tradicionales modos de vida.
El cambio climático y el aumento de la actividad humana
La posibilidad de que una región antes inaccesible resulte transitable a consecuencia del calentamiento global plantea oportunidades desde el punto de vista de una más fácil explotación económica de sus recursos, la más fácil navegación comercial o el despliegue de unidades militares.
Al mismo tiempo, el rápido deshielo del Ártico coloca no sólo a los hábitats y pobladores de la región ante una encrucijada, sino al conjunto de la humanidad ante un reto cuyas consecuencias pueden determinar su propio fin.
Desde la extracción de combustibles fósiles y minerales hasta el transporte o el turismo, el Ártico está experimentando un marcado aumento de la actividad humana. Si bien esta situación ha ido acompañada de un incremento sin precedentes de la prosperidad económica, también provoca importantes desafíos ambientales y sociales.
El desarrollo económico generalmente se basa en dos premisas: la viabilidad técnica y la rentabilidad, sin tener en cuenta las cuestiones de si las decisiones de poner en marcha esas actividades son realmente sostenibles –es decir, éticamente correctas o incorrectas– para los habitantes y el medio árticos.
Por una explotación más sostenible del Ártico
El proyecto europeo H2020 JUSTNORTH, liderado desde la Universidad Uppsala (Suecia) y del que forman parte 17 centros de investigación, entre ellos la Universidad Complutense de Madrid (UCM) a través del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI), tiene como objetivo cambiar el futuro del desarrollo económico del Ártico al brindar reconocimiento y respeto por los diferentes sistemas de valores en la toma de decisiones políticas y económicas.
En 17 estudios de caso que examinan el desarrollo histórico y el marco regulatorio de las actividades económicas en el Ártico, el equipo investigador ha tomado contacto directo con las partes interesadas y los titulares de derechos de la región.
Los diferentes resultados del sexto grupo de trabajo (WP6) del proyecto JUSTNORTH, plasmados en una base de documentos jurídico-políticos y económicos, tratan de definir el punto de partida para la sostenibilidad, introduciendo la justicia en los marcos regulatorios de las actividades económicas en la región y proponiendo recomendaciones de política para municipios, gobiernos regionales o nacionales y la Unión Europea.
Los documentos sobre políticas han tratado temas tan candentes como el papel de la participación en la toma de decisiones para conseguir un Ártico sostenible; la justicia en los sistemas de evaluación medioambiental y social; la gestión, uso y propiedad de los recursos naturales vivos y de la biodiversidad; el impacto en la sostenibilidad del planeamiento de espacios terrestres y marítimos árticos; el impacto del cambio climático en la multiplicidad de respuestas regulatorias en el Ártico y las instituciones de gobernanza de la región.
Centrándonos en la actividad económica con impacto en el Ártico y sus gentes, los documentos económicos abordan cuestiones como las implicaciones en términos de justicia y gobernanza derivadas de la transición energética en el Ártico. Además, tienen cabida las preocupaciones sociales, medioambientales y geopolíticas derivadas de la actividad de transporte en el Ártico. A esto se suman las industrias extractivas no energéticas (minería y pesca) y sus implicaciones en términos de gobernanza, justicia y sostenibilidad; el turismo y el ocio; y, finalmente, los servicios sociales, el bienestar social y el desarrollo comunitario en el Ártico.
Este intenso y apasionante trabajo desarrollado hasta ahora, que a finales del mes de septiembre se verá completado con la presentación del principal entregable del proyecto, esto es, el Informe de Recomendaciones para la construcción de una Política Ártica integrada para la Unión Europea, confirma que, con los marcos regulatorios adecuados, otro modelo de desarrollo, sostenible y respetuoso con los hábitats y las necesidades de las poblaciones locales, es posible en el Ártico.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.