Ulises Flynn no se consideraba un hombre muy emocional. Más bien gustaba de ocultar sus sentimientos y permanecer impertérrito ante aquello que podría desequilibrar su juicio. Esta vez fue diferente. Sabía que Karen Grant corría un grave peligro si permanecía en la Plataforma de Perforación Petrolífera llamada “The Andean Condor”.
Tras terminar de hablar con Karent, Ulises intentó centrarse en la tesis en la que estaba trabajando. Recuperando el espíritu emprendedor de Darwin, el profesor Flynn intentaba explicar la influencia de las lombrices sobre el ecosistema. Había leído con detenimiento la obra del mítico científico titulada “La formación del mantillo vegetal por la acción de las lombrices, con observaciones sobre sus hábitos”. Curiosamente este libro había tenido más ventas que el que había dado a conocer a su autor a nivel mundial. Ulises, intentando emular al naturalista inglés, había recogido muestras de tierras de los diferentes lugares donde le habían llevado sus viajes. Más allá de los esfuerzos solidarios en la conservación del medioambiente, Ulises sabía que una de las claves en el cuidado del medio era permitir que sus propios mecanismos de preservación se dejasen intactos para que estos, por sí mismos, limpiasen la suciedad que el ser humano se empeñaba en verter sobre el terreno.
Ulises había constatado que las lombrices tenían la capacidad de crear una capa de mantillo vegetal de casi 20 centímetros de espesor en un periodo de unos 30 años (lo que significaba, en términos estadísticos, que cada año contribuían a una renovación del terreno de unas 50 toneladas por hectárea). El profesor había comprobado que estas cifras se mantenían con ciertas oscilaciones según a qué continente obedeciese el estudio (ya que las condiciones climáticas incidían en la reproducción de las lombrices).
Por otro lado estos animales, que actúan como mezcladores de materia mineral y orgánica, fertilizan el suelo a través de sus turrículos que son ricos en nitrógeno. A todo ello había que sumar que sus galerías subterráneas permiten al agua de lluvia alcanzar niveles del terreno más bajos contribuyendo así a su movilización, intercambio de nutrientes y al crecimiento de las raíces.
Pero Ulises Flynn no podía concentrarse en su estudio. Un solo pensamiento ensombrecía su mente: la seguridad de Karent y la del resto de los trabajadores de la Plataforma Petrolífera. De pronto, el profesor abandonó su laboratorio y tomó una decisión drástica mientras caminaba a toda prisa hacia su despacho.
Mientras tanto, a mucha distancia del apartamento del profesor Flynn, su ayudante Karent Grant había regresado a su camarote de la Plataforma Petrolífera. El mar estaba en calma y las olas apenas chocaban contra la estructura de flotación que mantenía la orientación de la enorme estructura de acero. Karent se entretuvo repasando las notas que había tomado hasta ese momento. Concluyó que todo lo que había presenciado debía de mantenerlo confidencial. Podría llegar a ser un escándalo si se descubriese que la Compañía había intentado abaratar en las pruebas del fraguado del cemento. Debía centrar su reportaje en la extracción del crudo una vez que se diese luz verde a estas tareas. Aunque, probablemente, antes deberían de hacer la prueba que Ulises había recomendado. La fotógrafa investigó a través de internet para entender en qué consistía la prueba de presión negativa o positiva. Descubrió que esa prueba solía hacerse en el colector del tubo de perforación. Si la presión era muy alta entonces no podría hacerse la extracción.
Karent esperó a que le llamasen. Sabía que tras la comida se habían reunido el Jefe de la Empresa de Perforación, Gary O´Connor, y el Supervisor de la Compañía Petrolera, Peter Andersson, junto con sus ayudantes. Después se enteraría que se habían conectado por videoconferencia con el Presidente de la Petrolera, el señor Andy McGea. La reunión duró una hora. Cuando el atardecer asomaba por el horizonte, un tripulante le anunció a Karent Grant que la prueba de presión negativa o positiva se haría al amanecer. Si el resultado era positivo, entonces, mañana mismo comenzaría la extracción.
Durante la cena, Karent se sentó junto al viejo irlandés, O´Connor, quien bebía lacónicamente una cerveza.
-¿Se siente ya más tranquilo? –le preguntó Karent de manera inocente.
Gary le sonrió. Tenía unos ojos de azul claro que transmitían serenidad, esa que da la experiencia. Las arrugas de su rostro parecían dibujar la marea de los océanos que sus ojos había contemplado durante toda su vida.
-Señorita Grant, si una cosa me ha enseñado mi profesión es que saltarse cualquier protocolo, el que sea y en la medida que sea y por muy insignificante que parezca esa desviación, significa siempre problemas. Y eso es lo que tenemos aquí, un gran problema.
-Ya, pero la prueba de mañana confirmará si en realidad lo es o no.
-No, la prueba de mañana es indiferente. Su resultado no importa nada –sentenció el irlandés.
Karent se quedó enmudecida. O´Connor se rio al observarla más por nervios que por otra cosa.
-Sí, en efecto, esa es la maldita realidad de todo esto –le dijo a Karent mientras apretaba el mango de la jarra-. Aunque la presión sea positiva, ¿qué garantiza eso? Puede que el cemento aguante durante la prueba o incluso durante unas semanas. Pero un fraguado adulterado no es garantía de por vida, que es lo que necesitamos precisamente aquí. No sé, estas cosas le hacen a uno perder la fe en lo que hace.
-Pero –balbuceó Karent-, pero… ¿se lo ha dicho a la Compañía Petrolera?
-¿Decírselo? Ellos ya saben todas estas cosas. Lo único que estamos haciendo con esta prueba es la de ganar tiempo. Eso es lo que Ulises Flynn me pidió y eso es lo que les he pedido a estos magnates del petróleo. Y, ahora si me disculpa, me retiro a mi camarote. Mañana va a ser un día muy largo.
Karent se quedó sola en la mesa, inmersa en miles de pensamientos negativos. Toda aquella situación comenzaba a superarla. Por primera vez entendió la dimensión del significado de las palabras del profesor Flynn cuando le había dicho por teléfono:
“Karent, por favor, debe irse de la Plataforma”.