Desde la desaparición del profesor Ulises Flynn han sido muchas las teorías esgrimidas acerca de su paradero. Ninguna de ellas merece una especial atención. Como suele ser habitual en personas de renombre y que gozan de cierta popularidad, las noticias exageradas y especulativas sobre su persona fueron lanzadas por los medios de comunicación. Triste es decir que el único objetivo de estas noticias fueron la de seguir alimentando la curiosidad de su ávidos lectores y oyentes que únicamente ansiaban saber lo que fuese, sin importarles en realidad, la verdad sobre el asunto.
Por eso, casi supuso una enorme decepción para el público en general, el hecho de que publicase la entrevista que tuve con Ulises Flynn unos años después de su desaparición. Esto demuestra que la sociedad prefiere tener a iconos y leyendas en el recuerdo que se forjan por morir jóvenes cuando aún se mantienen en un alto índice de popularidad
Encontré al profesor recluido en Corippo, un pequeño pueblo que se encuentra en Locarno, Suiza. El pueblo se eleva de manera escalonada en la pendiente de una montaña. Sobre ella hay un puñado de casas de piedra gris y techos de pizarra negra. Cuando Flynn recaló en esta aldea, apenas vivían en el pueblo una docena de personas. Pero Ulises no llamó nunca la atención. Se mimetizó en el ambiente y con sus gentes y vivió casi como un asceta. No deja de ser curioso que el profesor eligiese para esconderse el mismo país donde supuestamente murió tras su encuentro con el doctor Latimer en los Alpes Suizos. Aquella reunión supuso el fin de sus aventuras en defensa del medioambiente. Todo el mundo pensó que había sido derrotado por su archienemigo. Sin embargo, yo siempre tuve claro que el retiro de Ulises se debía a otras razones más profundas y que Latimer no habría podido acabar con su vida de manera tan sencilla.
Mi entrevista con el profesor fue una de las experiencias más sobrecogedoras que recuerdo. Bajo la luz tenue de una hoguera, que ardía en la chimenea de una vieja casa de piedra de exiguas ventanas, Ulises y yo mantuvimos una conversación que, a la postre, significaría la vuelta del profesor Ulises Flynn a los terrenos de juego, a la tensión generada por las misiones en defensa de nuestro Planeta. No me quiero atribuir el mérito de que esto ocurriese, ni mucho menos. Pero quiero pensar que, de todas formas, esa conversación contribuyó un poco a ello. Esto, en sí, es bastante presuntuoso por mi parte porque la realidad es que Ulises Flynn sabe manejar sus propios tiempos para todo.
-¿Cómo se encuentra? –esta fue la primera pregunta que le lancé después de contener mi emoción tras verle con un aspecto casi irreconocible, con un rostro oculto por una espesa barba y unas largas arrugas cruzando sus sienes, con la piel ajada por el viento y la nieve del invierno suizo petrificando sus miembros.
Ulises no sonrió. Simplemente miró de manera lacónica el crepitar de las llamas de la chimenea, que iluminaba la estancia donde nos encontrábamos. Me había permitido entrar en la cabaña donde había permanecido oculto casi como un ermitaño.
-Un poco cansado –dijo al fin. Su rostro se iluminaba parcialmente y las sombras se movían por las paredes de piedra. Afuera, la noche aullaba con vientos que golpeaban las tablas que cubrían los cristales de las ventanas.
-El mundo le ha echado de menos estos años -le dije convencido-. Su ausencia ha sido terrible para muchos sectores, especialmente el del agua.
Ulises reaccionó. Clavó sus ojos en los míos e hizo un pequeño rictus con su boca.
-¿Y a quién o qué han echado de menos? ¿A mí o a lo que yo represento?
-A lo que representa, por supuesto. Usted siempre se ha preocupado mucho de esconder su verdadera personalidad. Ha evitado estar en primera fila. Los méritos los ha dejado a las organizaciones medioambientales para las que ha trabajado. De todas formas, creo que el mundo todavía no es consciente de lo que representa. Ahora que no está puede ser que empiecen a valorar su labor.
-Ah –suspiró Flynn-, ¿y eso qué importancia tiene? El ser humano se empeña en medirse en función de sus logros. ¡Cómo si eso diese más o menos sentido a lo que somos! No encuentro una época de mayor paz que la que he vivido aquí estos dos últimos años.
Debo de reconocer que aquellas palabras me molestaron bastante. No soy una persona que sepa fingir sus sentimientos delante de nadie, así que contesté de manera flemática.
-Su ausencia del mundo sólo nos ha traído más problemas. Probablemente se habrá enterado de lo que ocurrió en el golfo de Méjico donde se vertieron millones de barriles de petróleo tras la explosión de una plataforma de perforación. Los daños en el océano y en la costa fueron terribles. Y seguramente será conocedor de la subida paulatina del nivel del mar. Hay islas que están sufriendo inundaciones…
Ulises negó con la cabeza en silencio. Había vuelto a las llamas y a su crepitar. Pero su gesto duro y enérgico hizo que terminase abruptamente mi exposición. Sin embargo, tuve que insistir.
-Si usted hubiese estado allí… ¡estoy convencido de que eso no hubiese ocurrido! –afirmé con pasión.
-Usted exagera amigo, como el resto. Hay cosas que no se pueden controlar. La avaricia es el principal mal endémico del mundo. Mientras el motivo para hacer las cosas sea el dinero la batalla estará perdida. De ese caso que usted comenta, reconozco que lo desconozco por completo. Llevó dos años sin ver la televisión, sin leer la prensa y sin conectarme a Internet. Pero se me ocurre pensar que por abaratar costes en la Plataforma de Perforación, se quiso extraer el petróleo antes de tiempo. ¿Se hicieron las pruebas del fraguado del cemento? ¿Se probó la presión de las tuberías antes de extraer el lodo de taponamiento? No sé, cosas de esas. Al final las consecuencias se miden por las acciones guiadas por la pormenorización de los costes. Estoy cansado de la misma historia. Quizás por eso decidí abandonarlo todo.
Me apreté las manos nervioso. No podía creer lo que estaba oyendo. Pero era momento de ser valiente. No había sido fácil encontrar el paradero del profesor y debía de aprovechar la oportunidad que tenía por delante. Mi experiencia me decía que la única manera de conseguir que un hombre se reactivase en su servicio era apelar a su orgullo.
-¿Y por eso decidió retirarse? ¿Se ha rendido sin más? Eso no es lo que se espera de usted, profesor.
-No, no era lo que esperaba nadie que ocurriese, ni siquiera yo mismo –me sorprendió lo rápido que me contestó-. Pero, si le soy sincero, el Doctor Latimer casi acaba con mi vida y eso significó un duro golpe para mí. Cuando uno está muy acostumbrado a ganar, el encajar y el saber perder no es nada fácil. Lo he tenido que aprender. Creo que después de tantos éxitos había perdido la verdadera perspectiva sobre mí mismo.
-Y, ¿cuál es? –me precipité a preguntar.
-Ah –suspiró Ulises- que soy de carne y hueso, amigo mío. Y esa verdad es tan inmutable como el hecho de que el agua bajo cero se convierte en hielo.
Me quedé petrificado.
-¿Y por eso se ha rendido? ¿Por qué recordó sus limitaciones? ¿Por qué le ganó la partida Randolph Latimer? –le acusé sin compasión.
El profesor se puso en pie. Me miró en toda su envergadura de manera muy severa.
-Es usted muy joven e ignorante. Le di en su día el privilegio de escribir mis memorias. Como periodista vi en usted algo diferente: un profesional que estaba interesado en la verdad. Eso es loable. Pero sus observaciones de hoy me decepcionan un poco –la locuacidad del profesor me hizo sentir muy pequeño delante de él y debo de reconocer que sentí cierto temor-. Le dejaré algunas cosas claras para que nuestra colaboración no se dañe en el futuro. Primero, usted me ha encontrado porque yo he querido que ocurriese. Le fui dejando pistas en el camino hasta llegar a este pueblo. Segundo, si he querido que me encontrase es porque ya he decidido volver a escena. Tercero, voy a seguir luchando en defensa del medioambiente y para ello contaré con mi querida amiga Karen Grant. Ella cree que estoy muerto, pero ya es hora de que contemple mi resurrección. Cuarto, no me he rendido. Ahora sé que necesitaba un periodo de reflexión. Y, finalmente, y pensando acerca de las otras decenas de preguntas que seguramente tendrá usted en su mente le diré que, sobre los detalles que explican los motivos de mis otras acciones, la conclusión es que esas razones me los reservaré para mí mismo. Así que le agradecería que se marchase ahora mismo de mi casa, por favor. Usted ya sobra aquí.
-Pero… es de noche y tarde profesor y yo… -balbuceé sin esperar ese desenlace.
-Querido amigo, no hay nada como una cura de humildad. Recuerde que prejuzgar los motivos ajenos es un ejercicio bastante estéril. Y, ahora, si es tan amable –y el profesor abrió la puerta de madera de la casa. El viento que entró por la abertura golpeó mi rostro de manera inmisericorde.
-Una última pregunta profesor –le rogué antes de abandonar la estancia. Ulises asintió impaciente-. ¿Seguirá luchando para preservar el agua en el Planeta?
Ulises sonrió por primera vez desde nuestro reencuentro.
-El agua es y será siempre mi prioridad. Y, ahora, si me dispensa, necesito hacer las maletas. Debo de volver a mi apartamento de la ciudad.
Y así fue como el profesor Ulises Flynn, el veterano profesor de mediana edad que realizaba misiones especiales en defensa del medioambiente, regresó a la acción. Parecía mentira, pero Ulises renació en su pasión por la Ecología. Reemprendió su defensa a ultranza de los derechos de la Tierra. De nuevo las organizaciones medioambientales le volvieron a contratar para realizar informes sobre el terreno y demostrar así las consecuencias del Cambio Climático y de su impacto sobre el Planeta. Pero para realizar estas misiones, Flynn se tuvo que enfrentar, una vez más, a poderosos enemigos. De entre todos ellos siguió destacando la organización Eureka y su fundador, el doctor Randolph Latimer, que manejaba los hilos de una poderosa sociedad secreta criminal con intereses en todos los continentes.
Para superar cada una de sus misiones, el profesor Ulises Flynn siguió poniendo en solfa todas y cada una de sus habilidades especiales entre las que seguía destacando su profundo conocimiento del agua. Además, dominaba todas las técnicas de buceo existentes y era capaz de superar los escenarios más agrestes y salvajes de la naturaleza para conseguir sus objetivos. Ulises regresó junto a su fiel aliada, la joven fotógrafa Karen Grant, quién siempre sería su más devota colaboradora y una pieza clave en todas y cada una de sus aventuras.
Con ilusión pude escribir que el Profesor Ulises Flynn había renacido de entre las cenizas, al igual que el ave Fénix lo hizo ante las suyas después de consumirse en el fuego.