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Los Crímenes del Agua: El Oro Negro de Ramsés (Parte 1)

Sobre el blog

Enrique Castellanos
Project Manager Sector Público (Gestor de Licitación electrónica Pública y Privada) - Escritor y profesional del sector del Agua
  • Crímenes Agua: Oro Negro Ramsés (Parte 1)

Mientras el vehículo todoterreno del profesor Ulises Flynn se abría paso por una de las maltrechas carreteras del interior de Sumatra, Indonesia, sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. Cuanto más avanzaba el profesor Flynn por esa senda (con el asfalto deteriorado y lleno de socavones), cruzándose constantemente con otros vehículos, avanzando en zigzag para no atropellar a niños en bicicleta (que cubrían sus rostros con pañuelos para evitar respirar el humo que rodeaba cada rincón de aquel lugar), Ulises Flynn se percató de que se encontraba en medio de uno de los mayores desastres ecológicos de la Tierra.

La razón era sencilla: en el mundo quedaban tres grandes zonas tropicales. Una de ellas era el Amazonas, en Sudamérica. La segunda región se encontraba en la cuenca del Congo, en África. Y la última, que era precisamente donde se hallaba el profesor en ese instante (para emitir un informe sobre el terreno de todo lo que estaba ocurriendo allí), era la selva del Sudeste Asiático, que se extendía por Indonesia.

La expansión de la industria del Aceite de Palma había destruido más del 80% de la selva del Sudeste Asiático.  

Ulises llegó a su destino después de conducir durante varias horas por zonas áridas, arrasadas por el fuego, donde los trabajadores de las plantaciones andaban por la cuneta de la carretera transportando sus herramientas de trabajo. Parecían sombras fantasmagóricas envueltas en una tenue luz, la del sol que se difuminaba en aquella niebla irrespirable e infernal. Finalmente llegó a su destino embargado por una profunda tristeza. Aparcó el coche al lado de un enorme cobertizo donde unas máquinas excavadoras arrastraban el fruto de la palma (que se esparcía por el suelo como enormes balones de fútbol), un fruto con piel áspera y negruzca. Las palas de las máquinas recogían aquel fruto que parecía podrido y lo arrojaban a enormes contenedores. Posteriormente serían transportados hasta pequeñas industrias que procesaban con rapidez ávida su preciado zumo, el valioso oro negro del siglo XXI, el barato y abundante Aceite de palma que se usaba para procesar los alimentos.

Esa era la terrible razón por la que se estaba quemando la selva de Sumatra: para crear plantaciones de Aceite de Palma. La sensación de ansiedad que sintió el profesor la había experimentado muy pocas veces. Se alegró de que no la acompañase para este viaje su fiel compañera, Karen Grant, a quien unos compromisos de marketing y promoción en el periódico para el que trabajaba como fotógrafa, se lo habían imposibilitado. Tan mal se sintió el profesor ante ese espectáculo que su indómita flema, aparentemente indolente, se vino abajo y vomitó hasta que vació el estómago. Una vez que terminó, y notándose algo avergonzado por ese repentino momento de debilidad, Ulises recuperó la compostura y siguió inspeccionando el terreno.

Lo terrible de todo aquello era que aquella selva significaba el último lugar de la tierra donde todavía compartían el mismo espacio orangutanes, elefantes, rinocerontes y tigres.  

Unas semanas antes, cuando le enviaron el informe sobre la situación que estaba atravesando uno de los ecosistemas más importantes del Planeta y que ayudaban a estabilizar el clima, Flynn pensó que no podría ser posible. Ahora que lo estaba contemplando con sus propios ojos, Ulises se dio cuenta de la cruda realidad. De hecho concluyó que aquel informe no reflejaba ni la mitad de las aberraciones que estaban ocurriendo en Sumatra.

Al igual que lo océanos, los bosques eran capaces de absorber el carbono de la atmósfera. Desde que el hombre comenzó su trepidante y descarnada carrera por crear una sociedad basada en el consumo rápido de usar y tirar, desarrollando una industria tras otra, los bosques habían almacenado el carbono en el interior de sus troncos, en sus hojas y en la materia orgánica que los componían. La razón de ello era porque los árboles guardaban aquel carbono para los seres vivos de su entorno.

Pero entonces llegó el hombre, que lejos de estar saciado por el desarrollo industrial anterior, decidió esquilmar los bosques de manera directa y consciente, provocando incendios descontrolados. Esa falta de juicio convertía, día tras día, a los bosques de Sumatra en una auténtica bomba con efectos directos para la atmósfera. Por esa razón, la cantidad de carbono emitido al aire era inmensa. El humo que flotaba en la selva retrataba un cementerio vegetal volátil, con nula visibilidad para quien se encontrase en sus inmediaciones y completamente irrespirable.

Flynn trabajó incansable durante varios días seguidos, en medio de aquel apocalipsis. Las cifras que recogió para su informe fueron aterradoras. El Aceite de Palma era el aceite vegetal más barato del mundo. Este producto estaba presente en todos los alimentos elaborados, en los cosméticos y en los detergentes. Era tan barato que estaba enriqueciendo a centenares de empresas por todo el mundo. La comida rápida, los alimentos procesados, los productos de higiene personal y de limpieza (que eran consumidos y comprados por inercia en los supermercados), se sustentaban gracias a este líquido negro, una mina de oro para las empresas elaboradoras de estos productos preparados.

En un solo año, se pudo registrar esa cantidad de carbono, resultando en que cada incendio provocado emitía más carbono diario que el de todo Estados Unidos en el mismo periodo de tiempo.  

Uno de los días, pusieron a disposición del profesor un helicóptero. Desde allí arriba, Ulises Flynn pudo observar la verdadera dimensión del problema. Divisó como cientos y cientos de hectáreas, que se extendían por el terreno hasta terminar en un horizonte que parecía infinito, estaban pobladas por el árbol de la palma. Estaban plantados estoicamente, uno detrás de otro, formando cuadrículas. Aquel era el lugar que antaño había sido una rica y mágica selva. El hogar donde habían vivido el orangután, el tigre, el elefante y muchas otras especies animales que habían sido asesinadas sin piedad por las llamas y los cazadores furtivos. Lo terrible de todo aquello era que aquella selva significaba el último lugar de la tierra donde todavía compartían el mismo espacio orangutanes, elefantes, rinocerontes y tigres. Y aunque se habían creado algunas reservas naturales y ecosistemas protegidos, aquellos santuarios se antojaban una solución demasiado escasa para preservar aquel trozo de pulmón del planeta.

Ulises tuvo que reflejar en su informe la situación sin minimizar el problema. La expansión de la industria del Aceite de Palma había destruido más del 80% de la selva del Sudeste Asiático. Las cifras eran tan alarmantes que Flynn sintió un enorme sentimiento de incapacidad para encontrar una solución. También enumeró las razones que potenciaban este problema. Una de las principales era la situación política de la región. El gobierno era corrupto. Las empresas que se lucraban del Aceite de Palma sobornaban con facilidad a los funcionarios del país para que les concediesen permisos para incendiar impunemente los terrenos selváticos. La cantidad de carbono emitido a la atmósfera era doble. Por un lado la de la propia combustión de la materia orgánica y, por otro, la del carbono almacenado por décadas, dentro de esa materia. Ulises escribió de nuevo la palabra "bomba" en su informe.

Para que quienes recibiesen ese informe pudieran entender los efectos nocivos que dichos incendios estaban provocando en el medio ambiente, el profesor reflejó una comparación que resultaba taxativa y contundente. En un solo año, se pudo registrar esa cantidad de carbono, resultando en que cada incendio provocado emitía más carbono diario que el de todo Estados Unidos en el mismo periodo de tiempo. Si se tenía en cuenta que Estados Unidos era el país más contaminante del mundo en emisiones de carbono, aquellas conclusiones eran absolutamente concluyentes sobre el impacto que esta quema indiscriminada estaba teniendo en el Clima.

es esencial reducir la demanda de los productos elaborados en los que se utiliza el Aceite de Palma. Esta estrategia pasa por cambiar los hábitos de consumo de las personas en todo el mundo  

Ulises, como tenía por costumbre, envío un borrador de su informe a su compañera de aventuras, Karen Grant, antes de enviar la copia oficial al organismo en defensa de la Naturaleza que le había contratado para hacer aquel trabajo. A grandes rasgos el informe decía lo siguiente acerca de las posibles soluciones a adoptar para evitar una masacre total de la selva:

“En Sumatra, Indonesia, en el poblado de Bukit Lawang, en un pequeño asentamiento humano que marca el final entre las plantaciones de aceite de palma y el comienzo de la jungla, 11 de Marzo de 2018.

Existen dos vías principales para acabar con este desastre natural provocado por el hombre. Por un lado, es esencial reducir la demanda de los productos elaborados en los que se utiliza el Aceite de Palma. Esta estrategia pasa por cambiar los hábitos de consumo de las personas en todo el mundo.

Como consecuencia de esa disminución en el consumo del Aceite de Palma, se prepararán las condiciones para comenzar a sustituir paulatinamente las miles de plantaciones de Palma por las de las especies autóctonas arbóreas. Si se arrancan los arboles de la palma aceitera (Elaeis Guineensis) cuya fruta tropical es roja (debido a su alto contenido de betacaroteno), permitiremos que la propia Selva, de manera natural, comience a hacer su propia reforestación en el terreno que le ha sido esquilmado”.

Ulises marcó en negrita las dos palabras claves, Hábitos de Consumo y Reforestación.

Cuando el profesor abandonó Sumatra, un mes después, se llevó consigo algo de esperanza. Mientras estaba en el avión de regreso a casa, reflexionó sobre lo que había hecho los últimos quince días. Se había unido a una asociación local para plantar árboles autóctonos.

Flynn sonrió e intentó dormir.

Continuará...

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