Nadie esperaba que la lluvia de dieciocho meses cayera en menos de veinticuatro horas. Que ocurriera precisamente ahora un evento que debería suceder una vez cada mil años. Nos habían alertado de que podía ocurrir. Aunque llevemos más de treinta años ignorando al IPCC, el cambio climático está aquí, es real y es imprevisible. La DANA llegó, arrasó con vidas, casas, negocios e ilusiones y todavía no nos lo podemos creer. El dolor es compartido.
Pero no nos escondamos tras la pantalla del cambio climático como si fuera una plaga bíblica. Estábamos alertados de que las zonas inundables «se inundan»: las ramblas, las llanuras de inundación de los ríos, los humedales. A pesar de ello, hemos seguido construyendo sobre ellas, amparados en la falsa sensación de seguridad que otorgan diques, muros, encauzamientos y presas —una de ellas con riesgo de romperse durante la tromba de agua— y alentados por el beneficio económico de unos pocos. Es cierto que el Plan de Gestión del Riesgo de Inundación del Júcar y el PATRICOVA (Plan de Acción Territorial de carácter sectorial sobre prevención del Riesgo de Inundación en la Comunitat Valenciana) se aprobaron después de la «burbuja inmobiliaria», pero las zonas inundables ya eran conocidas antes y no se modificaron los planes de ordenación del territorio de los municipios —algunos aún se resisten, después de la desgracia—. Los vecinos lo saben, de siempre, porque se les ha metido agua en casa más de una vez. Pero no tanto. Y nunca terminamos de creer a los que alertan de «los temibles efectos del cambio climático», por muy científicos que sean, por muy expertos que sean en cómo funcionan el clima o los ríos —Fernando Valladares ha sido «linchado» en redes sociales por hacer de mensajero del conocimiento—. Por eso, probablemente, no se ha priorizado el gasto público para las medidas de prevención previstas en esos planes.
Hay que reordenar el uso del territorio, mantener las viviendas lejos de zonas inundables y establecer una nueva relación con ríos y humedales
Llevamos años alertando de otro riesgo del que parecemos no enterarnos: la pérdida de biodiversidad. El último Informe Planeta Vivo de WWF estima que las poblaciones de vertebrados en Europa se han reducido en un 35% en cincuenta años (eso sin contar lo que ya habíamos perdido antes). En el mundo, un 73%. Es decir, donde antes había cien pájaros, quedan veintisiete. La pérdida de biodiversidad también pasa factura, las especies de animales, plantas, hongos y microorganismos mantienen los ecosistemas funcionando, y estos aportan servicios a la sociedad y la economía. Entre ellos, la regulación del clima y la resiliencia frente a eventos climáticos extremos.
La degradación de los hábitats por malas prácticas, abandono del medio rural o la transformación de usos del suelo se ve agravada por el propio cambio del clima. La pérdida de vegetación natural, incluidos los bosques de ribera, el empobrecimiento de los suelos desnudos, el avance de especies invasoras o la pérdida de espacio para los ríos y humedales, han empeorado el impacto de las inundaciones en Valencia. Enderezar, encauzar, cementar, dragar y «limpiar» ríos de su vegetación natural, por el contrario, han tenido y tendrán un «efecto rebote», acelerando el agua y multiplicando el daño generado.
El reto que tenemos frente a nosotros es complejo. No hay soluciones mágicas que lo resuelvan, hay que sumar acciones en múltiples frentes: además de reducir emisiones de gases de efecto invernadero, es urgente actuar para adaptarnos a los impactos que ya estamos sufriendo y los que vendrán. Hay que reordenar el uso del territorio, mantener las viviendas lejos de zonas inundables y establecer una nueva relación con los ríos y humedales, de modo que se conviertan en un aliado en la gestión de inundaciones y no en un enemigo a «tapiar». Las inversiones que se ejecuten en infraestructuras deben incorporar el papel de la naturaleza en sus ecuaciones y es imprescindible invertir en restaurar la naturaleza y la biodiversidad que la hace funcionar.
Ya estamos alertados. Afortunadamente, aún estamos a tiempo de hacer mucho.