Me llamo Nayara, tengo 8 años, soy una chica de África y a continuación voy a relatar la historia del agua, la historia de la vida.
Todo empezó como un día cualquiera, dispuesta a emprender el camino de todos los días. El agua es muy importante aquí en mi aldea, pues solo cocinamos una vez al día y los 8 litros que transporto cada día son indispensables para la vida. Así pues, con la luz de la luna llena aun bañando la oscuridad de la noche, inicio el camino hacia el pozo más cercano a la aldea.
A pesar de hacerlo todos los días, no termino de acostumbrarme a la dureza del camino. Hay depredadores al acecho, vehículos que pasan a toda la velocidad y a veces incluso puedes dar con asaltadores...Esto es lo más peligroso, porque o bien pueden robarte el agua o bien la vida, lo cual al fin y al cabo es lo mismo pues un día sin comer puede ser mortal, en especial por lo que significa hacer el camino con el estómago vacío.
Todo cambió el día que me encontré a Said, un chico con el que compartía el camino en muchas ocasiones y no veía desde hace meses. Me comenta que ya no coincidimos porque a su aldea ha llegado Moisés, un ingeniero español que con ayuda de su ONG ha construido un pozo en la aldea. Esto me resulta muy interesante pues podría ser la solución para mi aldea, la más alejada del pozo.
Amanece un nuevo día, tras 4 largas horas de camino vuelvo a casa con el cántaro llena hasta arriba, hoy es fiesta en la aldea y todas las familias aportamos algo. Cuando estoy a mitad de camino aparece un grupo de 3 personas encapuchadas dirigiéndose hacia mí, y algo me dice que lo mejor es olvidarme de la cántaro y correr a toda prisa hacia la aldea más cercana, sus intenciones no pueden ser buenas.
Aun me pisan los talones. Sin embargo, cuando siento que no hay escapatoria, escucho a alguien gritar mi nombre, es Said que está recogiendo unos huevos subido en un árbol. Me lanza una cuerda y me ayuda a subir mientras le indico que hemos de permanecer en silencio. Tras unos minutos, escuchamos a alguien caminar por debajo de nosotros, son ellos que siguen corriendo como si no hubiera un mañana.
Mientras esperamos hasta la caída del sol para bajar le cuento a Said lo ocurrido, y él muy bondadoso no duda en ofrecerme cobijo en su aldea. Así pues, aprovechamos la noche para viajar, sin embargo, aquí no terminaría nuestra noche de aventura. Cuando decidimos atravesar una zona frondosa para acortar el camino, Said se queja de sentir un picotazo por la pierna y aceleramos el paso, pues en esta región los depredadores y serpientes venenosas son la principal causa de muerte.
Por fin amanece, el sol aprieta y la larga noche sin dormir y sin beber agua hacen que el corto recorrido se dificulte. Además, Said lleva un paso cada vez más lento, lo cual me preocupa ¿tendría que ver con el picotazo que dijo sentir?
Mis peores temores se confirman cuando Said se detiene de repente y se tira al suelo achacando que el ardor y dolor que siente en la pierna es insoportable, mis peores augurios se confirmaban, era una picadura venenosa. Por el color de la picadura y los sudores de Said, era demasiado tarde para extraer el veneno, ya había llegado al sistema nervioso. La vida de Said estaba en mis manos, debía de cargar con él hasta la aldea, ya no quedaba más de 1km e ir a pedir ayuda podría suponer su muerte.
Siento que me van a fallar las piernas pero ya estamos cerca de la aldea, Said me ha salvado la vida y ahora yo debo salvar la suya. Ya diviso la aldea, por fin va cambiar nuestra suerte. En seguida somos atendidos por Moisés y su gente, sus caras lo dicen todo, la vida de mi amigo pendía de un hilo y ahora la suerte será su última carta. Mientras soy atendida le cuento lo ocurrido a Moisés, quien no da crédito que hayamos sobrevivido a un viaje con esas circunstancias. Dice que le parece inaceptable la distancia que hemos recorrer las chicas de mi aldea para conseguir agua y que le gustaría acompañarme de vuelta a casa para ver qué soluciones se pueden adoptar para mejorar la situación.
Han pasado ya dos días y tan solo hay que ver mi sonrisa para saber que Said ya está fuera de peligro. Sin embargo, aún no es seguro que vaya a conservar la pierna y a pesar de que debería de regresar ya, pues nunca he estado más de 2 días seguidos fuera, no puedo irme hasta que Said no despierte.
Después de una semana, yo ya estoy recuperada totalmente y Said ya consciente, puede reírse de la gran aventura que vivimos. El volverá a caminar y yo ya debo regresar a casa. Moisés, decide acompañarme en su camioneta a la aldea con comida y varios cántaros del agua que sacan de su pozo para colaborar con las familias de la aldea. De camino se interesa por la situación de la aldea y me comenta que le gustaría colaborar para construir un pozo como los que la ONG ha construido en otras regiones con escasez de agua.
Han pasado tres meses y aun no me puedo creer que dispongamos de agua en la aldea. Todo ha cambiado, todo ha mejorado. Moisés y su gente llegaron con un grupo de gente que se hacía llamar Young Water Professionals, la actitud de ellos no puede ser mejor, todo son sonrisas y trabajo desde el primer momento. Han sido semanas de intenso trabajo pero ahora puedo decir que aquella aventura mereció la pena.
Se acabaron las caminatas nocturnas en peligro, ahora es posible cocinar y cultivar cuando es necesario. El milagro de la vida tiene lugar cada día, es el milagro del agua.