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El triste regreso de Yusuf

Sobre el blog

Ignacio Gracia Fernández
Profesor Titular del Departamento de Ingeniería Química de la UCLM. Investiga en fluidos supercríticos y en síntesis de polímeros con aplicaciones médicas. Es emprendedor y escritor y ciclista en sus ratos libres.
  • triste regreso Yusuf

Yusuf miró absorto aquella imagen. Era la misma que había visto antes, la que le perseguía. La que de alguna forma le había tentado a lo largo de su largo viaje del pueblo hacia la ciudad.

El viaje había comenzado hace mucho, más incluso de lo que él sospechaba. Quizás, pensándolo bien, había empezado desde el principio de los tiempos, porque formaba parte de un movimiento continuo asociado al viaje del agua. El círculo mágico que fascinaba a una niña del pueblo de Yusuf a la que muchos de vosotros conocéis. Por establecer un comienzo que marcó la vida de aquella niña llamada Kamila, podemos fijarlo en la labor de una serie de ONG’s como ONGAWA, que permitieron el acceso al agua potable de algunos pueblos de áfrica. Plantas potabilizadoras para los escasos recursos, canalizaciones eficientes, gestión adecuada de aguas contaminadas, permiten que lo que para muchos es algo tan sencillo como respirar, para otros pudiera ser un sueño cumplido desde muchas generaciones atrás. Sueños como los de Antonio García Pastrana, que desgrana en su blog (https://www.iagua.es/blogs/antonio-garcia-pastrana) y tantos otros waterpeople que conforman iAgua. Este hito supuso un cambio en la vida de muchas aldeas. Se mejoró la salud, se tuvo más tiempo incluso para pensar. Los sueños que se pensaron llegaron a materializarse y en poco tiempo hubo muchos huertos en el pueblo de Yusuf, conectados entre sí por venas plateadas portadoras del progreso. Esos canales, aunque pequeños, estaban enmarcados por una vegetación incipiente. Era un símbolo del triunfo sobre el desierto. De que había futuro. Era habitual caminar al lado porque la temperatura era un poco más fresca a su lado. Sentarse a su lado para escuchar el murmullo del fluir del agua. Yo he estado allí y os prometo que en el desierto es la música del paraíso. Incluso era habitual para los jóvenes enamorarse en torno al cauce, hacer planes juntos para un futuro mejor. Yusuf conoció y cortejó a su mujer allí. Era la columna vertebradora de la sociedad.

Vendiendo pacientemente cientos de hortalizas Yusuf pudo comprarse una cabra. Tenía leche todos los días –a pesar de que era muy arisca a la hora del ordeño-, y se atrevió a soñar la posibilidad de tener un pequeño rebaño, disponer de carne y quizás algún día tener una vaca. Una vaca. En esto discurría la vida sencilla de Yusuf cuando empezó a dejar de circular agua por las acequias. Algunos viejos hablaban de mal de ojo, otros decían que toda el agua se había desviado aguas abajo para abastecer un enorme resort turístico, propiedad de un hombre poderoso de la ciudad con contactos en el gobierno. Otros decían que el hombre del gobierno había instalado una fábrica de cerveza que consumía los recursos. Yusuf sospechaba que los Dioses lo habían castigado por atreverse a soñar en poseer una vaca.

Meses después de que se secaran los cultivos tomó la determinación de ir a la ciudad a hablar con el hombre poderoso. Sus vecinos de la aldea lo apoyaron y colaboraron en lo que pudieron. Vendió la cabra para pagar el viaje, un par de semanas de trayecto que empezaba con diez días a pie para coger un autobús hacia la capital de provincia donde le habían concertado una entrevista. A medida que se acercaba a la ciudad, Yusuf vio imágenes de la cerveza, primero en fotos de revistas, luego en carteles cada vez más grandes. En todas parecía que el vaso de cristal estaba iluminado, que estaba frío. Todos los hombres tenían uno en la mano y sonreían felices.

La ciudad era muy diferente a su pueblo. Decididamente era el sitio donde vivían las personas que aparecían en los carteles que había ido viendo a lo largo de su viaje, aquellos que sonreían mostrando dentaduras blancas y mostrando orgullosos enormes vasos de cerveza. La imagen que le perseguía desde hace mucho tiempo. Se supone que era un símbolo de progreso, de felicidad, pero Yusuf recelaba de esos seres artificialmente felices. Sabía que nunca sería uno de ellos. Personas vestidas al modo occidental, impecablemente limpios. Servidos por camareros con pajarita y guantes blancos. Acaba de ver con estupor cómo un empleado riega unas plantas ornamentales con una manguera de gran presión que abandona abierta mientras atiende otros quehaceres dentro del lujoso salón. Plantas de adorno para disfrute de los hombres modernos, a las que ni siquiera prestan atención porque sonríen felices mientras apuran grandes vasos de cerveza como en los anuncios. Yusuf siente un escalofrío y piensa en sus verduras y en la cantidad de género que podría cultivar con el líquido que se está despilfarrando. Tiene la sensación de que la tierra se desangra. Piensa en sus vecinos de la aldea y en Kamila, aquella niña que se quedaba absorta viendo circular el agua por las acequias ahora resecas. La que se pasaba horas escuchando en religioso silencio. Se alegra de que no vea lo que él está viendo ahora mismo.

Yusuf buscó a su contacto en la capital en el sitio convenido, pero nadie le esperaba. Le habían engañado. Intentó acudir a la prefectura o al sitio donde se reunían los gobernantes, pero lo echaron a patadas. Había fracasado. Se había fallado a sí mismo, a su familia y a los de su aldea. Estaba furioso, mareado, tenía sed. Levantó la vista y vio la imagen de la cerveza. Era perfecta. Un camarero que se había percatado de que tenía a un pueblerino absorto enfrente de su lujoso local, le preguntó con una sonrisa maliciosa si quería una. Yusuf negó con la cabeza, pero el camarero debió interpretar mal su gesto, puesto que le colocó una en la mano al momento. Iba a decir que era un error, pero el vaso estaba frío. Tenía mucha sed. Se lo bebió de un trago. Durante tres segundos pareció estar en el paraíso. Pero enseguida se dio cuenta de lo que había hecho. Aquel era un sitio demasiado lujoso para él. Yusuf tuvo que pagar por aquella cerveza el resto del dinero que tenía, el que tan penosamente había ahorrado vendiendo hortalizas. A su cabra. El dinero que le habían dado algunos vecinos incluso más pobres que él. Yusuf lloró amargamente pensando en su largo viaje de vuelta a pie, en las explicaciones que iba a tener que dar por haberse dejado engañar dos veces. En cómo sería su futuro sin agua. Lo que más le molestaba es que, pese a todo, seguía teniendo sed. 

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12/02/2018 ·
viaje agua