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Cabica, una vereda para no olvidar...

  • Cabica, vereda no olvidar...
  • Autores: Jeimy Algarin Rodriguez, José José Palacin-Salced

El agua es imprescindible para el desarrollo de la vida y el acceso a ella y al saneamiento no solo es un derecho humano, sino que se considera como un factor indispensable en cualquier análisis relacionado con la pobreza, pues un servicio inadecuado o escaso de agua y saneamiento aumenta los costos de subsistencia para la población más marginada, reduciendo su potencial de ingresos y aumentando los riesgos para la vida. Según la ONU, las aguas contaminadas y la falta de saneamiento básico obstaculizan la erradicación de la pobreza extrema y las enfermedades en los países más pobres del mundo. Más de 2,3 billones de personas no disponen de instalaciones básicas de saneamiento, como baños o letrinas y al menos 1.800 millones de personas en todo el mundo beben agua que no está protegida contra la contaminación de las heces; razón por la cual, mueren 1,5 millones de niños al año, la mayoría de ellos menores de cinco años en países en desarrollo.

En América Latina menos del 20% del agua residual es tratada adecuadamente y muchos hogares, sobre todo en el medio rural, no están conectados a redes de drenaje, significando esto serios problemas ambientales y por lo tanto sociales y económicos en estas regiones. Colombia no escapa a esta situación, a pesar de contar con seis nevados, 44% de los páramos de Sudamérica, cinco vertientes hidrográficas, 30 grandes ríos, 1.277 lagunas y más de 1.000 ciénagas, cada año los ríos reciben 918.670 toneladas de materia orgánica no biodegradable por lo que el consumo directo de estas fuentes de agua representa un gran peligro para aquellas comunidades que se ven obligadas a consumirlas de forma directa.

Frente a este contexto y desde la comodidad de mi casa no puedo dejar de pensar la increíble travesía sobre caminos soleados y polvorientos que a diario deben transitar los habitantes de Cabica para beberse un vaso de agua. Y es que resulta increíble que esta comunidad del municipio de Soledad – Atlántico, de tan solo 700 personas en su mayoría niños, jóvenes y adultos quienes viven de la pesca y la agricultura, no cuenten hoy en día con acceso a agua potable. Razón por lo cual, a diario se ven obligados a enfrentar el viacrucis de arrear agua con un pedazo de madera atravesado a dos tinacos de agua el cual deben transportar a una distancia aproximada de un kilómetro desde el rio Magdalena hasta sus viviendas bajo el inclemente sol, algo a lo que “ya muy acostumbrados” según lo manifiesta Gladys, una mujer del sector.

Pero las cosas no siempre han sido así en Cabica. Hace un par de años un líder político les donó cinco tanques, una motobomba, una planta eléctrica y una tubería que abastecerían a las casi 100 familias que habitan esta población. Sin embargo, la alegría solo les duró unos días, pues comprar 20 mil pesos en gasolina para prender la máquina es un lujo que una familia de campesinos o de pescadores no pueda costear. Por eso acordaron vender a 250 pesos la caneca de agua. Pero, debido a la poca rentabilidad que generaba vender el agua, el proyecto de un acueducto para esta comunidad tuvo que caducar antes de lo esperado esfumándose con ello su sueño de tener agua potable. Sin duda alguna, Cabica es el reflejo de una serie de sucesos inesperados con trágicos finales para sus habitantes.

Mientras yo me encuentro aquí sentada en mi silla y disfrutando de un vaso de agua, no puedo dejar de pensar en Cabica, y me pregunto qué puedo hacer por esta comunidad. Creo que el uso de tecnologías apropiadas tanto para el abastecimiento de agua potable como para el saneamiento, podría ser una de las soluciones a la grave crisis del agua en Cabica, si concebimos todo el proceso desde la evaluación de las condiciones de la comunidad, desde un alcance económico, social, legal y medioambiental. Estas tecnologías podrían influir en el desarrollo de la comunidad estimulando los procesos de participación, aumentando los conocimientos técnicos de sus miembros y creando el sentimiento de apoderamiento de la tecnología, dando lugar a un mayor interés en su mantenimiento. Es evidente que la tecnología aplicada sólo es útil en la medida en que la comunidad se apropie de ella y sea capaz de operarla,  mantenerla y sostenerla a través del tiempo con un mínimo de apoyo institucional externo. Este planteamiento se contrapone al uso de las tecnologías convencionales no sostenibles, aplicadas indiscriminadamente sin atender a la problemática concreta de la región donde se pretende incidir. Del uso de unas u otras dependerá enormemente el éxito o fracaso de la acción.

Para conseguir una gestión integral y sostenible del agua, es fundamental disponer de tecnologías adecuadas tanto para la captación como para el tratamiento, sin olvidar que una fuente alternativa de recursos hídricos se encuentra en la opción del reúso de aguas ya utilizadas conocidas comúnmente como aguas residuales.

Las tecnologías apropiadas para el tratamiento del agua se basan en procedimientos naturales de depuración que no emplean aditivos químicos y que eliminan las sustancias contaminantes, usando vegetación acuática, el suelo y microorganismos. A pesar de las evidentes ventajas de estos sistemas naturales de tratamiento, requieren de una superficie mayor a la superficie requerida por las tecnologías convencionales. Este factor hace que las tecnologías sostenibles para el tratamiento de aguas sean especialmente apropiadas para ser aplicadas en zonas rurales. Como ejemplo de tecnología sostenible cabe destacar a los humedales construidos.

Las tecnologías apropiadas como las mencionadas anteriormente constituyen una herramienta muy adecuada para contribuir de forma especial a que los países en vías de desarrollo puedan alcanzar los ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio). Además, ello repercutirá positivamente en la calidad de vida, por la evidente mejora que supondría en los diferentes indicadores, como pueden ser la salud pública.

Para poder alcanzar estos objetivos, una de las claves consiste en adoptar un nuevo y necesario enfoque interdisciplinar en el que, más allá de asegurar un uso razonable, social, equitativo y eficiente del agua como recurso, se garantice una gestión sostenible de los ríos y ecosistemas acuáticos, desde la coherencia y complejidad que representan las cuencas hidrográficas como unidad de gestión natural de las aguas continentales.