Las comparaciones entre el mundo del agua y el de la energía son frecuentes, yo mismo las he utilizado en muchas ocasiones. Se trata de recursos esenciales relacionados con la vida y la economía de nuestras sociedades, que con frecuencia se han administrado desde entornos de poder cerrados, con tintes monopolísticos y con opacidad. Quien depende de esos entornos para proveerse de bienes tan esenciales, se siente próximo a la cautividad, es decir, lejos de un mercado de competencia sano y aún más lejos de sentirse protegido en sus derechos.
Hoy quisiera centrarme en algunas diferencias y quizá también en algunas relaciones que probablemente serán significativas en el futuro.
La capacidad de almacenamiento. El agua, como las energías fósiles, puede almacenarse. Los recursos fósiles se pueden extraer y almacenar de forma que su utilización está desvinculada de su extracción. Los acuíferos y los pantanos son reservas de agua disponible, y hasta cierto punto renovable. En cambio, las energías renovables como el sol y el viento no se pueden almacenar, como tampoco la electricidad, y por tanto requieren de intermediarios energéticos para disociar producción y consumo y así estabilizar su coste. Las centrales reversibles son intermediarios útiles pero insuficientes en un futuro más intensivo en energías renovables y electricidad.
El coste del transporte. El agua es un material denso cuyo transporte en horizontal y en vertical es muy costoso. Afortunadamente, es un recurso que se produce en muchos lugares y su transporte raras veces rebasa distancias modestas. Los grandes trasvases se han debido ponderar durante mucho tiempo y algunos de ellos, a la larga, se han mostrado ineficientes frente a las nuevas posibilidades de la tecnología. El coste de transporte no se deba tan solo a las infraestructuras necesarias sino al coste energético y de mantenimiento asociado.
Rendimiento de transformación de las redes logísticas de transporte y almacenamiento. La energía primaria debe procesarse previamente a su consumo como energía final. El proceso más típico es el de la transformación de calor en electricidad, en el que el rendimiento oscila en torno al 30%, aunque se puede mejorar si se aprovecha el calor residual generado. Peor lo tienen los motores de combustión interna, cuyos rendimientos oscilan entre el 20 y el 30% salvo los motores diésel cuyo rendimiento puede llegar al 40%. Por otra parte, los sistemas de transporte, a su vez, sufren pérdidas significativas. En el caso de la electricidad, la Comisión Nacional de Mercados y de la Competencia las evalúa en un 15%.
En las redes de agua, las pérdidas en tratamiento y transporte son notablemente inferiores. En las redes de abastecimiento en alta no suelen ser superiores al 5%, es decir, se distribuye en alta más del 95% del agua captada, y en las redes de distribución las pérdidas son inferiores al 25% en abastecimiento medianos e inferiores al 20% en grandes abastecimientos.
El tamaño de los mercados. El bajo coste de transporte de la energía ha determinado mercados extensos, de alcance mundial para la energía primaria y de carácter nacional para la distribución eléctrica. En el agua, el alto coste de transporte y las responsabilidad sanitaria y urbanística de las autoridades locales han limitado el ámbito de su distribución. No obstante, los operadores privados de ese ámbito tienen un tamaño creciente y sus intereses de mercado condicionan intensamente la dinámica del mundo del agua. Basta asistir a la agresividad empresarial entre Suez y Veolia para advertir los intereses en juego.
Evolución de la disponibilidad del recurso. En las últimas décadas se ha venido hablando de crisis energética, pues los stocks conocidos de combustibles fósiles eran limitados y de extracción progresivamente más costosa. Aunque las reservas de gas y carbón son más abundantes, el petróleo ha señalado momentos de angustia desde las crisis de los años 70 en las que la dependencia de los países industrializados respecto de los productores de petróleo mostró su importancia geoestratégica y las fragilidades del sistema productivo mundial.
La aparición de nuevas reservas de combustibles fósiles y las políticas de eficiencia extendieron el horizonte temporal de la disponibilidad, a la vez que la entrada de nuevos actores ha incrementado su uso. No obstante, el efecto disruptivo ha aparecido con las energías renovables, un flujo de extraordinaria potencia, deslocalizado, competitivo y sólo pendiente del desarrollo de tecnologías de almacenamiento.
El agua, aunque desigualmente repartida, es un recurso mucho más deslocalizado que la energía fósil. Y con la ayuda de la energía, la tecnología permite transformar el agua salada en agua dulce.
Impacto climático. Poco hay que añadir a todo lo dicho en relación con el uso de combustibles fósiles. En todo caso, recordar que cuando todo el carbón fósil estaba circulando por la biosfera, el clima de la tierra era tropical, como lo será de nuevo en pocas décadas. Aunque el progresivo cambio de modelo energético pueda mitigar el efecto, la inercia termodinámica del sistema tardará en readaptarse, al menos tanto como lo que tardó en notar el impacto de la industrialización con energía fósil.
Al ser el agua un recurso de uso local, el impacto climático de su uso es mucho más limitado, aunque el abuso de su extracción ocasiona alteraciones de distribución de gran impacto en el clima y las condiciones de vida, como el ya observado en el mar de Aral o en el lago Chad.
Crisis energética, crisis de agua. Así pues, las crisis energéticas han sido más crisis de modelo que crisis de recurso. La energía, en especial la renovable, estaba allí, pero en los dos últimos siglos el mundo industrial se desarrolló en dependencia de la energía fósil. Ahora bien, el Paleolítico no se acabó cuando se acabaron las piedras, sino cuando se aprendió a utilizar algo mejor: los metales.
En el futuro que se va abriendo paso, el agua dulce estará menos repartida que la energía y, al ser más difícil de transportar, será un recurso geoestratégico de importancia superior. No obstante, la disponibilidad de energía deslocalizada será un paliativo muy importante para asegurar el acceso al agua.
Interdependencias. Finalmente, es necesario señalar las intensas dependencias entre agua y energía. Algunas, muy evidentes, como la transformación hidroeléctrica, la desalación de agua o el bombeo. Otras, menos conocidas por el gran público, como la necesidad de agua de refrigeración para todas las centrales termoeléctricas o para obtener biocombustibles. En el futuro se perfila el agua como materia prima para obtener hidrógeno, que puede ser el gran intermediario logístico que, en un modelo energético basado en las renovables, disocie producción y consumo y le dé madurez y estabilidad.