Los que tenemos una edad recordamos el consejo atribuido a Franco durante la Dictadura: “Haga como yo, no se meta en política”. Todo el mundo comprendía que meterse en política era discrepar de la posición oficial y arriesgarse, como mínimo, al exilio intelectual.
Sucedió de forma más suave, en la época Pujol. Él popularizó el “ahora no toca” para señalar los límites y la oportunidad de lo políticamente correcto. El llamado “oasis catalán” equivalía al “come y calla” que los padres espetaban a los niños respondones.
Ahora hemos recibido el diagnóstico del director de la Agencia Catalana de l’Aigua. Dice que el agua se ha politizado y que eso no conviene. Pues vaya.
La política no solo expresa las naturales discrepancias en una sociedad libre. También incluye los mecanismos para dirimirlas, ya sea por el voto o por la negociación entre sectores y el encaje de intereses que, no por distintos, van a ser siempre incompatibles.
Después de años trabajando en el ACA, el director parece no haberse enterado de que todo lo que sucede en el mundo del agua, por acción o por omisión, es político. Y más en Cataluña. Veamos algunos ejemplos:
El trasvase del Ter a Barcelona fue una decisión política cuyos ecos en Girona apenas pudo acallar la Dictadura con promesas que se materializaron a regañadientes, tarde y mal.
Fue político el veto al trasvase del Ebro a la Región Metropolitana, abandonada a depender de un escuálido Ter, que 60 años más tarde agoniza lentamente.
No fue técnica la sustitución de la palabra “trasvase” por el término “Sistema Ter Llobregat”, sino una forma de eliminar la contradicción semántica de los dirigentes de diversos colores que en Tortosa se llenaban la boca de antitransvasismo y en Girona pasaban por encima de la cuestión.
Fue política —y lo sigue siendo— la segregación entre las políticas relativas a los regadíos y a las aguas urbanas que han hecho del ACA un ente extraño para el sector agrario, más aún por el abandono de las obligaciones de cogobierno del agua que tiene la Generalitat en la parte catalana de la cuenca del Ebro.
Y ¿qué decir de la política de prioridades en relación a la gestión de los cursos de agua, hoy convertidos en bosques que devoran la poca agua que circula por el álveo y buena parte del subálveo? ¿A quién se le ocurre entregar la poca agua de nuestros ríos a unos bosques improductivos que van a ocasionar desgracias en las próximas crecidas?
Fue política la privatización forzada de Aigües Ter Llobregat, artificialmente hundida en su momento, como lo fue su recuperación en el ámbito de la gestión pública y con graves peajes económicos.
Es política la composición del consejo de administración del ACA formado mayoritariamente por personas que garantizan la alineación de las decisiones del consejo con las del gobierno, y que no representan a los usuarios del agua. El ACA es la única administración hidráulica española en la que no están representadas las comunidades de regantes.
En fin, ha sido política la culpabilización de los consumos de agua urbana cuando esos han sido los únicos que, según ha reconocido la propia ACA en diversas ocasiones, han sido los únicos que se han reducido significativamente y con ello han posibilitado que la crisis no fuera aún peor. La propia ACA ha reconocido el esfuerzo de ahorro de los ciudadanos, que en los últimos años han reducido el consumo medio por habitante en más de un 20%. Con un sencillo cálculo se observa que eso ha permitido recuperar 100 Hm³ anuales, más agua que la que producen, a pleno rendimiento, las desaladoras actuales.
Y más allá de las cuestiones puntuales y del rastro que han dejado los acontecimientos, los hechos cantan: Por Cataluña circulan 10.000 Hm³ de agua tan mal repartidos que parece un territorio árido [2]. Tan impropiamente administrados que tenemos municipios sin agua suministrados con cisternas y comunidades de regantes que hace 3 años que no riegan, y siguen sin perspectiva de poderlo hacer.
¿Debemos evitar politizar el agua? ¿A quién puede beneficiar que no se hable de esos problemas? El agua es un bien público generador de riqueza y bienestar. Me parece que una sociedad responsable debe debatir sobre esas cuestiones. El próximo gobierno de Cataluña va a necesitar de un debate sano, abierto y profundo, sobre el agua y de personas que crean en él. Es decir, que crean en la política, y resuelvan, o al menos reenfoquen, los anquilosamientos del pasado para adaptarlos a las necesidades de la sociedad catalana de hoy, tan confundida por la propaganda.
