A mediados del siglo XIX la esperanza de vida de los barceloneses era de 25 años. Claro que no era solo la falta de potabilidad del agua; había que añadir la falta de higiene de viviendas y calles y las duras condiciones de trabajo de la población.
Los episodios de tifus, fiebre amarilla o cólera eran frecuentes. Por ese motivo, Cerdà pensó en otro modelo urbano, y otros ilustres higienistas entre los cuales García Faria estudiaron el problema del saneamiento y propusieron soluciones. Estaba claro que el agua era un factor de riesgo, pero no se empezó a comprender la causa hasta que Pasteur descubrió los mecanismos de la infección microbiana y se empezaron a usar sistemas de desinfección.
Las enfermedades y la mortalidad remitieron a medida que se redujo la presencia microbiana en el agua mediante la filtración, y posteriormente la desinfección química por cloro (y en muchas ciudades francesas mediante el ozono).
Ello permitió que a principios del siglo XX se duplicara la esperanza de vida hasta los 50 años, y especialmente, se redujo la mortalidad infantil.
He leído con sumo gusto el artículo de Moisés Canle, profesor de Química Física de la Universidad de La Coruña[1] en réplica al reciente estudio que se refiere a la posible relación entre el cáncer de vejiga y el consumo de agua con presencia de trihalometanos (THM).
El sesgo del estudio me impulsa a subrayar algunos de los argumentos de Canle:
- La cloración es un método de potabilización por desinfección, no de eliminación de contaminantes. En todo caso es compatible con otros tratamientos destinados a ese fin.
- La presencia de THM debidos a la cloración está en función de la dosis de cloro requerida, que a su vez depende de la carga orgánica del agua. Es decir, que la desinfección del agua sería menos intensa si se preservara la calidad de las fuentes. En España no están protegidas, sino expuestas a cualquier tipo de contingencias. Las únicas fuentes con derecho a protección son las que se acogen a la Ley de Minas (por eso se llaman aguas minerales)
- El tratamiento de potabilización de las aguas suele incluir otras prácticas específicamente destinadas a eliminar contaminantes. Sea la decantación, la oxidación, la adsorción por carbón activo u otras, complementan la panoplia de técnicas que permiten eliminar los posibles contaminantes hasta límites inferiores o muy inferiores a los exigidos por la normativa sanitaria.
- Las técnicas específicamente dirigidas a eliminar THM se han desarrollado por motivos muy diferentes a los posibles efectos secundarios de la cloración. Es sabido que algunas de las aguas destinadas al consumo público tienen riesgos de origen con concentraciones de THM que requieren de ese tratamiento.
- En cualquier caso, las cantidades residuales de THM en el agua son minúsculas, del orden de las partes por billón. La relación de riesgo a esas dosis es muy inferior a otras prácticas con riesgo sanitario que la mayor parte de la población realiza cada día, consciente o inconscientemente.
- Al ser gaseosos, los THM tienen más solubilidad cuanto más fría está el agua. Por otra parte, se evaporan con la aireación del agua.
No voy a profundizar en las dudas metodológicas que suscita el estudio. Sobre ellas suscribo las observaciones del profesor Canle. Sencillamente me pregunto por la oportunidad y el sesgo de un estudio que introduce confusión al poner en duda un instrumento de salud pública tan poderoso, que ha salvado millones de vidas en el mundo y que, omitiendo ese valor histórico que la desinfección por cloro se ha ganado a pulso, reclama la atención del lector a un posible efecto secundario que el estudio queda lejos de demostrar.
También llama la atención, por otra parte, el momento en que se publica el informe, en plena campaña de acreditación del agua del grifo, sometida a exhaustivos controles sanitarios, y por otra parte, centenares de veces más barata que las embotelladas y cómodamente servida a domicilio.
La cuestión está en distinguir el rábano de las hojas. Qué asociaciones temáticas responden a problemas de fondo y cuáles introducen más ruido que conocimiento. Los criterios sanitarios los fija la autoridad sanitaria y por cierto cada vez con mayor rigor y coordinación internacional, ya sea en el ámbito de la organización Mundial de la Salud o en el de la Unión Europea. Los focos de riesgo sanitario será más productivo buscarlos en otras partes, no me cabe ninguna duda. Y, a ser posible, orientados a los que con un respetable y respetado criterio asume la autoridad sanitaria. Como afirma Canle, la cloración nos ha regalado a todos muchos años de vida y ha reducido la incidencia de muchas enfermedades, algunas erradicadas en nuestra sociedad.
[1] Cadenaser.com/2020/01