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La tradición agraria murciana

  • tradición agraria murciana

He visitado Murcia con el objetivo principal de disfrutar del Museo de mi tocayo Ramón Gaya y su excelente obra pictórica y escrita. He aprovechado para aprender nuevas cosas sobre la relación entre Murcia y el agua, su tradición agraria y molinera, a través de los interesantes espacios museizados que tienen abierta la ciudad.

La historia muestra la clara influencia árabe en los sistemas de azudes y acequias que configuraron secularmente la vega murciana, la lucha por extender las zonas regables a los almarjales vecinos y la extraordinaria construcción del paisaje agrario, tan trabajado -y por cierto, tan bien glosado por Ramon Gaya. Desde tiempos remotos, el Segura es el río más transformado y más aprovechado de España.

He observado cómo la tradición agraria se mantiene en la ciudad, donde diversas personas -taxistas, comerciantes, etc.- me han comentado que, más allá de su oficio urbano, mantienen un pequeño huerto familiar o semi profesional.

En su fuero interno, ninguno de mis interlocutores comprendía que el agua de un río llegue al mar y no se pueda usar íntegramente para tener más cosecha. Alguien les cobra 80 euros por una hora de agua, lo que apenas les alcanza para regar una tahúlla. Y les explican que ese precio es consecuencia de que a Murcia no llega más agua porque alguien prefiere tirarla al mar. Y concluyen: el tío Paco no lo hubiera permitido.

Ese sentimiento no alcanza a los desastres del Mar Menor, de los que nadie se siente responsable a pesar de la evidencia de la catástrofe, multiplicada con el agua del Tajo, y del dinero que de forma tardía se ha empezado a invertir para mitigar la situación. Dinero que no servirá para modificar conductas, pues lo paga la administración y no el que ha provocado el daño.

Pienso en Floridablanca y su reacción a la gran inundación de la ciudad de Murcia en 1783. El espíritu ilustrado de la época se plasmó en la construcción del puente de Los Peligros, la canalización del río y un moderno sistema de molinos longitudinales aguas abajo del puente, que ha funcionado hasta época reciente.

Se aprendió de una catástrofe para pensar en un futuro mejor. En aquel momento las causas fueron naturales y la solución anticipó la Murcia del siglo XIX.

Parecería lógico que hoy, siendo las causas conocidas y evitables, se aprenda una nueva forma de organización del uso del agua y de la imputación de los costes derivados de ese uso, -todos los costes- surgiera un nuevo entorno en el que la agricultura murciana, poderosa económica y culturalmente-, en tantas cosas ejemplar, diera el salto al futuro que la tecnología hace posible.

Los salitres de los viejos almarjales recuerdan que en su momento ya se supo superar ese problema.

La huerta murciana creció secularmente sin agotar el Segura ni malograr el Mar Menor. El trasvase del Tajo fue una bendición que permitió un desarrollo inimaginable de la región. Son etapas históricas que hoy exigen una adecuación, pues somos conscientes de que el agua tiene una doble limitación: el siglo XXI nos ha hecho conscientes de la pluviometría decreciente en toda la cuenca mediterránea y de la importancia de conservar los cauces y las masas de agua. También hemos desarrollado tecnología para superar esas cuestiones y disponer de más agua gracias a la regeneración y la desalación.

Esas nuevas realidades hay que asumirlas y transformarlas en una nueva cultura agraria que, al igual que en su día permitió pasar con ventaja del siglo XVIII al XIX, ahora dé el salto al siglo XXI con la ventaja de los esfuerzos ya realizados en eficiencia hídrica y asumiendo el deber de respetar los acuíferos y el Mar Menor. Como decía el antropólogo Bruno Latour, el progreso es una construcción cultural y los nuevos tiempos exigen nuevas miradas más allá de las nostalgias del pasado.

Esa pugna entre el agua que el Tajo ya no tiene y las alternativas del agua desalada o reutilizada es estrictamente económica y no mira al coste de disponibilidad sino únicamente al precio. La sostenibilidad ambiental, parece decirse entre dientes, que la pague otro.

A ese discurso se ha añadido lamentablemente el presidente valenciano, que queriendo participar de ser la Huerta de Europa, no puede ignorar que su mercado tiene normas exigibles, y también una cultura ambiental que le impide comprender los desastres ocurridos.

La batalla está servida en los terrenos económico, cultural y político. No hay jamón si hueso.