La Ilustración reconoció la importancia de la economía productiva y puso sus ojos en el agua como vehículo de transporte, fuente de energía y elemento esencial de la agricultura. Las prácticas aportadas por los acueductos romanos, las acequias árabes y los molinos medievales fueron integradas en una concepción más global que en España tuvo su expresión más acabada en la iniciativa de construir el Canal de Castilla.
La disponibilidad de agua acarreaba la creación de riqueza y esa idea fue la que inspiró el Plan Nacional de Obras Hidráulicas que en 1933 formuló Lorenzo Pardo, en el que se acogía la idea de los trasvases de agua entre cuencas para resolver los déficits de la España seca. La idea de los trasvases permaneció con variantes en los diversos planes de la Dictadura y de la democracia.
En 1935 Muñoz Oms[1] elaboró el Pla d’Obres Hidràuliques en el marco del Pla General d’Obres Públiques de la Generalitat de Catalunya. El Plan desarrollaba y precisaba los criterios generales del Plan de Pardo. Su pensamiento queda condensado en un párrafo revelador: los ríos no pueden ser considerados ya más como una unidad desde su cabecera hasta el mar; tienen que relacionarse y hay que trasvasar sus aguas entre sí como convenga; hay que coordinarlos; hay que complementar sus aportaciones rodadas con otras elevadas; en una palabra, hay que formar sistemas, hay que construir redes de ríos.
Años más tarde, a principios de los 90 el ministro Borrell, también ingeniero de caminos y paisano de Muñoz Oms, concibió un plan hidrológico español con todos los ríos interconectados. Fue la ocasión de la gran confrontación con el movimiento ecologista que, opuesto radicalmente a los trasvases, finalmente impuso la visión de los ríos como ecosistemas acuáticos.
Más tarde, el ecologismo determinó -al menos en Catalunya- cuál era el lenguaje políticamente correcto. El concepto “Sistema Ter-Llobregat” sirvió para disimular la fatalidad del transvase del Ter a Barcelona y poder mantener, simultáneamente, beligerancia contra cualquier transvase. Así ganó simpatías en el Ebro.
El ministro Silva Muñoz impulsó el trasvase –al norte y al sur- del Ebro. Por una parte, activó la realización del canal Xerta-Calig que, aunque se prometió destinado a regadíos, existen indicios fundados de que pretendía llevar el agua del Ebro al menos hasta la siderúrgica de Sagunto. En realidad, la crisis de la siderúrgica comportó el abandono del canal. Más adelante el proyecto fue sustituido por el canal Xerta-La Sènia que, lentamente y con polémicas, ha ido avanzando para usos de regadío. La idea de trasvasar el Ebro ha sido la eterna serpiente de verano de la política hidráulica española.
El trasvase Tajo Segura es una expresión de la contradicción entre la vieja y la nueva política de agua. Previsto en el Plan de Obras Hidráulicas de Lorenzo Pardo, la guerra civil retrasó varias décadas su realización que, bajo el mandato de Silva Muñoz y sus sucesores, se desarrolló en los años 70 del siglo pasado y empezó a fluir en 1979.
Es improbable que hoy se hiciera el trasvase Tajo Segura. Pocos discuten el efecto del cambio climático en el régimen hidrológico ni la necesidad de mantener caudales ecológicos que aseguren -por cantidad y calidad- el buen estado de salud de los cursos de agua. Eso, sin tener en cuenta las necesidades y expectativas de la propia cuenca. Las fórmulas tradicionales de análisis coste-beneficio han sido discutidas a fondo pues han sido alteradas por la trascendencia de esos elementos.
Por otra parte, la introducción de tecnología suele venir asociada a una mayor intensidad energética. La consideración de esos costes energéticos es básica para determinar la viabilidad de cada proyecto. En ese campo, la evolución las energías renovables y sus costes asociados permite contemplar el futuro con esperanza
En defensa del trasvase Tajo Segura, se asegura que el consumo de energía para poner en una parcela agrícola un metro cúbico de agua del trasvase es unas cuatro veces inferior al del agua desalinizada.[2] Probablemente, los argumentos esgrimidos desde el Tajo serán diferentes y subrayaran otros agravios que originan coste.
Claro que el agua de trasvases ha sido más barata hasta el momento. Pero el agua más cara es la que no existe. Las barreras sobre la regeneración de aguas usadas o la desalación se van derribando, no sólo desde el punto de vista de la resistencia cultural, sino de los costes.
Lo cierto es que el trasvase prestó un gran servicio cuando no había otro conocimiento que permitiera soluciones distintas ni pusiera en valor aspectos ambientales y de respeto a la cuenca cedente que hoy son de imprescindible consideración. Lo cierto es, también, que en el levante español, la conciencia de escasez de agua ha desarrollado una de las agriculturas más eficientes de Europa.
Por otra parte, la comunidad humana del río vive su transvase como una pérdida de identidad cultural, económica, técnica y, en definitiva, de percepción de su relación histórica con el entorno: cada grupo humano lo percibe en proporciones distintas. Pero el sentimiento de pérdida está ahí, al menos en proporción tan importante como el de ganancia que tienen los que reciben el agua.
En esas contradicciones habrá que resolver el futuro de nuestra política hidráulica. Los avances en energías renovables, su obtención y almacenamiento –pero el agua desalada es, también, una forma de almacenar energía renovable en zonas áridas- hacen prever que, en un futuro no lejano, la planificación hídrica podrá sustentarse sobre bases muy distintas de aquellas que inspiraron la política hidráulica del siglo XX.
[1] Victorià Muñoz Oms (1900-2000) ingeniero de Caminos, participo en numerosas iniciativas de obra pública y específicamente hidráulica entre la Dictadura de Primo de Rivera y hasta el final de los años 70. Fue el promotor der la electrificación del río Noguera Ribagorzana y primer presidente de Enher.
[2] Mariano Soto, Iagua 11/04/2019.