Pues sí, me acaban de pasar una noticia con ese titular: “El acceso al agua potable en todo el mundo está más cerca de ser posible”. Qué alegría, millones de personas verán pronto reconocidos sus derechos. Directores y directoras de las ONGD españolas, manden recoger sus equipos y reúnanse para ver qué harán a partir de ahora con sus recursos. Señor Guterres, ponga en alquiler las oficinas de UN - Water y amigos de Wateraid, lanzad un concurso para ver cómo pasáis a llamar a vuestra organización a partir de ahora.
La noticia habla de un invento español que extrae agua del aire. En este mundo 2.0 en el que vivimos parece que cualquier problema se soluciona con innovación y alta tecnología, cosa que no es cierta, o al menos no lo es desde mi punto de vista en el caso de los 663 millones de personas que no tienen acceso a una fuente de agua mejorada. La solución a este gravísimo problema de escala planetaria es algo mucho más antiguo: la voluntad política, es decir, que los que tienen poder quieran arreglarlo.
El agua es un derecho y, como tal, la responsabilidad de garantizarlo es de los Estados. El problema surge cuando éstos no tienen los recursos necesarios para asumir ese rol de garantes, quizá porque tienen que pagar la deuda externa, no recaudan lo suficiente a causa de la evasión fiscal o por cualquiera de las decenas de causas -políticas y económicas, nacionales e internacionales- que les hacen débiles. No es que no tengan la tecnología adecuada, es que no tienen recursos ni para esa ni para ninguna (o no los quieren gastar en garantizar el acceso al agua). En muchos lugares el problema no es que no haya agua, ni que falten ideas sobre cómo obtenerla, sino que, por poner un par de ejemplos, puede haber una empresa que se apropia de ella dificultando el consumo humano o puede haber ganaderos en la parte alta de la cuenca contaminando la fuente porque ésta no está protegida. Nuevamente el papel de los Estados, esta vez como reguladores, rol que sólo pueden asumir con voluntad y recursos.
A falta de intervención de los Estados, la responsabilidad es de la comunidad internacional. En cuanto nuestros dirigentes decidan que no rescatan bancos o dejen de armar ejércitos y pongan sobre la mesa los millones en inversiones que hacen falta para garantizar el acceso al agua se acabará el problema.
Una vez que haya esa voluntad entonces sí podremos pensar en la tecnología, que puede ser la de la noticia que os comento, el último descubrimiento de la NASA, una canalización como la que cualquiera de nosotros tiene en su casa o un pozo activado con una bomba manual.
Muy probablemente la solución al problema del acceso al agua pase por la última más que por las dos primeras. En este sentido vale la pena recordar algunas ideas:
- El concepto de tecnología apropiada (poco costosas, que utiliza materiales locales, que no requieren necesariamente de altos niveles educativos para su uso, que pueden ser reproducidas a pequeña escala y que se pueden adaptar al contexto en el que se van a utilizar).
- Los riesgos de la dependencia tecnológica: si donamos una tecnología y posteriormente el receptor tiene que pagar grandes sumas por el mantenimiento y reparación estamos más cerca de perpetuar problemas que de encontrar soluciones.
- La asequibilidad como categoría del Derecho al Agua, es decir, que el acceso a los servicios de agua debe garantizarse sin que ello comprometa la capacidad de las personas para adquirir otros bienes y servicios esenciales (alimentación, vivienda, salud, educación,…). Maquinarias sofisticadas y bajo coste no suelen ir de la mano. Imaginad qué porcentaje de su renta tendría que pagar por usar una maquinaria hiper compleja alguien que gana 1,25$ al día.
- Las múltiples caras de la pobreza. Los 663 millones que no tienen agua probablemente sean también parte de los 1.300 millones que no tienen electricidad. Tecnología punta y consumo de energía suelen ir de la mano. ¿Dónde enchufarán estas personas los aparatos que les solucionen el problema del agua?
Cierro este post y el círculo con este vídeo, en el que se dice una frase que no deberíamos olvidar: hacer tecnología es hacer política.