En esta última semana del curso, a los alumnos del colegio donde van mis nietas y nieto, les han hablado del cambio climático.
Mi nieta mayor Daniella, diez años, trataba de explicar a sus hermanos, de seis y cuatro años, que la atmósfera, que nos protegía de los meteoritos, se estaba estropeando y que, para arreglarla, ellos tendrían que gastar mucho dinero y que no sabían si lo tendrían.
Yo no me atrevía a intervenir en la conversación más por vergüenza que por otra cosa, pero sabía que, al final lo tendría que hacer. Sofía, la mediana, se volvió hacia mí y me preguntó “Abuelo, tú qué sabes tanto, ¿por qué no lo arreglas?”
Cuando me miraron los tres, esperando la respuesta, no me quedo más remedio que contarles la verdad: “Nuestra generación está actuando de una forma egoísta. Disponemos de los medios técnicos y económicos para poder revertir la solución, pero no queremos hacerlo porque eso supone que tendríamos que renunciar a vivir algo mejor. No queremos sacrificarnos por vosotros. Así de claro”.
La pregunta era inevitable: ¿Y por qué no lo hacéis?
No lo sé, tal vez, respondí, por falta de respeto intergeneracional. Nuestra sociedad, en la que os estamos educando, es una sociedad individualista, egoísta y poco solidaria.
Ante esta respuesta mi nieto Jorge, el pequeño, apostilló: “Nos están rompiendo el mundo”.
