En todos los sectores, y en el agua también, la experiencia de una persona no depende de su edad. Ni siquiera de su antigüedad en una misma labor. Es fruto de la cantidad de información que esa persona (o esa organización) ha sido capaz de gestionar, convirtiéndola en conocimiento útil y aplicable a su actividad.
En esta capacidad radica la principal ventaja que adjudicamos a las nuevas generaciones: su habilidad para utilizar herramientas y tecnologías que gestionan información. Es así desde al menos la generalización de las computadoras en las empresas, hace ya cuatro décadas. No es competencia exclusiva de los milenials: lleva sucediendo desde la generación X. Todas las personas de estas generaciones sufrimos estrés cuando sentimos que nos falta esa habilidad, y por eso nos interesamos en aquello relacionado con lo digital.
La gestión sostenible de los activos de un servicio de aguas en general, por ejemplo de sus redes de abastecimiento, conlleva adquirir, clasificar y valorizar grandes cantidades de información durante periodos de tiempo muy dilatados. Con frecuencia, los pequeños detalles de la operación diaria no son registrados. Como el número de veces que un tramo de la red ha tenido que ser desaguado para proceder en su polígono de corte a una actuación. Menos aún las ocasiones cuando hemos efectuado variaciones en el mallado o en las consignas de explotación, provocando pequeñas diferencias de presión o velocidad. A veces tampoco hay un registro fiable de los eventos mayores, como reventones o roturas, y se ha de tirar de hemeroteca. Sin embargo, tanto los grandes incidentes como los pequeños detalles, aun cuando hayan ocurrido hace veinte años, tienen unos efectos acumulativos que determinan el estado y la vida útil de los activos. Gestionar esa toda información lleva a la gestión digital de los activos.
En muchos lugares que he conocido, para justificar la ausencia de registros se suele argumentar falta de medios, o incluso desconocimiento sobre qué registrar y como tratar esa información. Yo creo que el principal problema es más personal: de miedo a la evidencia. Tras media vida laboral en este sector, mi sensación es que muchos responsables temen ser acusados de haber cometido errores, o incluso, haberles podido cometer por desconocimiento. A todos los trabajadores del agua la dedicación se nos supone, pero a los más antiguos, cierto conocimiento derivado de la edad, también. Y es una suposición que en nada ayuda, porque a algunas personas – e incluso organizaciones- les puede impedir continuar aprendiendo.
La digitalización de los procesos nos está obligando a un cambio. Hay quien habla de relevo generacional, de extinción de los que no se adapten. Gráficos titulares con los que no estoy totalmente de acuerdo. Porque el futuro laboral no será de los que se adapten, sino de aquellos que lideren este cambio, participando en las innovaciones que creen ese futuro. Independientemente de su edad, aunque sea justo reconocer que la juventud ayuda.
Para liderar este cambio no basta que dispongamos de algunas herramientas que ya deberían ser tradicionales en cualquier servicio: GIS, modelos matemáticos, softwares de gestión del mantenimiento y las operaciones… Es necesario implementar sobre ellas verdaderos procedimientos de recopilación y análisis de la información, orientados a mejorar la eficiencia y la vida útil de las infraestructuras que gestionamos, incrementando su rendimiento y minimizando las necesidades de inversión. Se habla mucho del big data (análisis de todo), que dará grandes frutos, pero menos del Data Analitics (análisis de lo relevante) que ya les está dando y es mucho más accesible para todos. Lamentablemente, en muchas ocasiones y comidos por su día a día, muchos jefes de un servicio de aguas no se paran siquiera para analizar lo relevante. Incluso algunos de sus responsables no se saben hacer las preguntas adecuadas para poder hallar respuestas útiles. Así, cuando se produce una rotura en un tramo de red muy deteriorado se explica solo con su causa más inmediata, sin atreverse a predecir la siguiente avería, que vendrá muy poco después. Esto deteriora la imagen del servicio y focaliza el temor, llevando a una espiral centrada en el escaparate. Aún se ven servicios con sistemas de información geográfica muy incompletos, casi meros inventarios gráficos; o con modelos matemáticos que únicamente son un volcado automatizado de los datos del GIS, sin ningún reflejo real de la base de datos de consumos de clientes o de las consignas del SCADA, y sin ni siquiera algún técnico de la propia plantilla mínimamente formado para manejarlos.
Pero lo peor para el conjunto de nuestro sector es la ausencia de modelos de datos comunes, o de iniciativas para generar un estándar. Porque en muchos casos, cuando son necesarios modelos estadísticos para simular el comportamiento a lo largo del ciclo de vida de los activos, se requiere de muestras generosas de información, incluso económica. Sin esa base de partida, no se puede generar el conocimiento necesario en plazo de tiempo razonable. Las grandes organizaciones tienen la indiscutible ventaja de poder llegar a disponer de enormes volúmenes datos, recopilados en los cientos de servicios que gestionan, aunque actualmente también deben perseverar mucho para lograrlo. Los municipios o las empresas aisladas lo tienen mucho más difícil, salvo que tengan la valentía de apostar por una gestión compartida del conocimiento. Aquí, como casi siempre, el problema para gestionar el cambio vuelve a ser emocional. Las personas muchas veces asociamos compartir a exponernos. Sin embargo, hay muchos modelos de éxito de organizaciones que apostaron por la liberación de sus conocimientos e incluso de sus productos. Por ejemplo, el software y el hardware abiertos, como las soluciones comunitarias basadas en Linux o PostgreSQL; pero también como la liberación que hizo IBM de su arquitectura de computadoras para crear los PC compatibles.
Para mí resulta obvio que el futuro de los agentes con menor tamaño de este sector pasa por la creación de clusters en los que compartir información, desarrollar colaborativamente nuevas herramientas basadas en modelos de datos comunes, innovar y promover la captura de todas las oportunidades que la digitalización nos brinda. Pienso además que sería muy beneficioso para la continuidad del negocio de las grandes organizaciones, estar presentes en estos ámbitos, incluso aunque muchos de ellos tengan un tamaño inferior al de la más pequeña de sus direcciones territoriales. Y también que debería ser un aspecto a considerar positivamente en las evaluaciones de las autoridades reguladoras del sector.
Habrá que seguir reflexionando sobre la mejor forma de construir una nueva realidad: generando y liberando conocimiento de forma colaborativa para hacer lo que antes nos parecía imposible, y lograrlo más rápido de que nos lo vuelva a parecer. Y ver si alguien siente la curiosidad suficiente -y reúne el valor necesario- como para apuntarse. Porque nuestro futuro como profesionales, cualquiera que sea nuestra edad, también puede depender de ello. Si compartes esas inquietudes, podemos iniciar un diálogo al final de este post.