ADVERTENCIA. Algunos pasajes del texto pueden herir la sensibilidad del lector. Pido disculpas de antemano, pero es un riesgo que siempre se corre cuando se habla de forma tan explícita de las aguas residuales. El Médico del Agua.
Si bien los romanos no fueron los inventores del saneamiento, sí que es cierto que revolucionaron su planificación urbanística, convirtiendo a la capital del Imperio, Roma, en la primera ciudad que contó con un sistema de agua corriente y de alcantarillado.
Parte de este alcantarillado, caso de le la Cloaca Máxima (siglo VI a.C.), continua hoy en día estando operativa, dejando en clara evidencia a algunos de nuestros flamantes nuevos colectores, que han quedado fuera de servicio con las primeras lluvias de cierta intensidad.
Dentro de este sistema de saneamiento las letrinas públicas romanas (foricae) ocupaban un lugar muy destacado. Estas letrinas, a las que acudían a aliviarse las clases menos pudientes de la sociedad romana, se construían en forma de salas espaciosas, que contaban con una bancada adosada al contorno de sus paredes. Esta bancada estaba provista de orificios, distribuidos regularmente, donde acomodaban sus posaderas los visitantes. El interior de esta bancada estaba hueco y por él circulaba agua, que transportaba los residuos hasta la red de alcantarillado. Esta corriente continua de agua (un despilfarro para nuestra mentalidad actual), mantenía libre de olores las letrinas y evitaba, de paso, el tener que de tirar de la cadena.
Una vez aliviado, a modo de papel higiénico se empleaba una escobilla, que contaba con un mango de madera al que se fijaba una bola de esponja (natural por supuesto). En el suelo de la sala, y junto a la bancada, discurría un canalillo de agua que permitía el lavado de estas esponjas entre uso y uso.
Completaba la instalación una fuente, dispuesta en el centro de la sala, para el lavado de las manos una vez acabada la faena. Como se puede comprobar, de lo más avanzado en higiene del momento.
La naturalidad con la que se compartían momentos tan íntimos, a escasos centímetros unos de otros y sin mamparas de por medio, vista con nuestra mentalidad actual, nos lleva a exclamar instintivamente, ¡qué locos estaban estos romanos!, parafraseando al célebre galo. Pero para los romanos acudir a estas letrinas era una oportunidad perfecta para combinar una necesidad fisiológica con una necesidad social, pues se aprovechaba el momento para comentar con los colegas de urgencia temas tan variopintos cómo: que tal iba la campaña de las Galias, lo gordo que se estaban poniendo los leones del circo, o la buena pinta que tenía el nuevo gladiador traído de Tracia.
La urgencia de la necesidad fisiológica, el tiempo disponible para solventarla y la ubicación de las letrinas, fueron poniendo los cimientos de los diferentes tipos de redes sociales que hoy conocemos.
Si la urgencia era notoria y el tiempo disponible escaso, los usuarios se limitaban a emitir no más de 140 “cagacteres”, en lo que se podría considerar como una versión rudimentaria de nuestro moderno Twitter.
Si la urgencia era notoria y el tiempo disponible escaso, los usuarios se limitaban a emitir no más de 140 “cagacteres”
En aquellos casos en que la urgencia era motivada por algún proceso diarreico, los usuarios afectados se veían obligados a visitar las letrinas un gran número de veces, en un reducido espacio de tiempo. En ocasiones, esta insistencia se veía premiada al hacerse su contenido viral, a lo que sin duda contribuía la elevada carga vírica de las deyecciones y el uso de la esponja comunitaria tras finalizar su “tweet”.
Ante la falta de puertas en las que dejar su impronta, los usuarios de las letrinas dejaban sus tweets grabados sobre la bancada. Uno de los más habituales, “Veni, mixi, cacai”, que podíamos traducir, de forma políticamente correcta, como: “Llegué y me alivié de aguas menores y mayores”, remedaba, con muy mal gusto, el que para mí es el mejor tweet de la historia: “Veni, vidi, vici”. No se puede decir más con menos letras, Julio, ¡y lo sabes!
Los visitantes que disponían de más tiempo para hacer sus necesidades, o se veían afectados por episodios de estreñimiento más o menos crónicos, no se sentían encorsetados por el límite de los 140 cagacteres, por lo que podían elaborar discursos con un mayor lujo de detalles, sentado las bases del actual Facebook.
Las letrinas ubicadas próximas a algunas de las numerosas obras de ingeniería repartidas por todo el Imperio, eran visitadas principalmente por técnicos y obreros, por lo que sus conversaciones versaban principalmente sobre aspectos ingenieriles y sobre la búsqueda de empleo, lo que podría asemejarse a un incipiente Linkedin. Algunos grupos de esta red alcanzaron notable notoriedad, como es el caso de “Con las manos en la argamasa” o “Termas de ingeniería”, centrados en temas técnicos, mientras que otros mostraban un carácter más reivindicativo: “Una letrina en cada esquina” o “Cloaca máxima, pero salario mínimo”.
La postura adoptada sobre la bancada por los usuarios de estas letrinas provocaba, que al girar sus cabezas a derecha e izquierda, se topasen con los perfiles de sus compañeros de alivio. Irremisiblemente, cosas de la condición humana, se sentían más proclives a iniciar una conversación con el perfil más agraciado. Por ello, fue adquiriendo cada vez más importancia el contar con un buen perfil, si querías hacerte un hueco en estas incipientes redes sociales.
He leído por algún sitio, que las redes sociales no serían tan exitosas si no hubiese gente con ganas de MOSTRARSE y de COMPARTIR con otros, ¡qué mejor definición de las letrinas públicas romanas!
Un hecho irrefutable, que viene a corroborar esta hipótesis sobre el origen escatológico de las redes sociales, lo encontramos en la gran cantidad de inmundicia que, lamentablemente, y cada vez con más frecuencia, circula por nuestras redes actuales.
Si algo no ha cambiado desde el tiempo de los romanos hasta nuestros días, es el hecho de que sigue sin preocuparnos, en absoluto, qué pasará con las aguas residuales que generamos
La próxima vez que nos llevamos el móvil al váter y nos movamos por la redes sociales, muy probablemente nos venga a la memoria la imagen de las letrinas publicas romanas y entonces valoraremos, en su justa medida, el grado de intimidad que hemos alcanzado para poder satisfacer, conjuntamente, nuestras necesidades fisiológicas y sociales. Y también, puede que apreciemos dos grandes inventos de la humanidad: el del plástico, que en invierno nos aísla de la fría porcelana, y el del papel higiénico, de un solo uso, en contraposición con la vírica esponja romana de uso comunitario.
Pero si algo no ha cambiado, desde el tiempo de los romanos hasta nuestros días, es el hecho de que sigue sin preocuparnos, en absoluto, qué pasará con las aguas residuales que tan cómodamente acabamos de generar.
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