Este verano se ha puesto de manifiesto, casi de repente, en las Islas Baleares, la situación real de las infraestructuras del ciclo del agua. Y como se anuncia en el título, parafraseando una excelente película dramática, la situación no puede ser más alarmante.
En efecto, una serie repetida de averías, roturas y ausencia de infraestructuras, ha sacado a la luz el maltrecho estado de las instalaciones del ciclo del agua. Y todo ello, además, ante la atenta mirada de millones de visitantes de medio mundo, que han tenido que abandonar anticipadamente las playas en los días en que, precisamente, más apetecía disfrutar de ellas, y, eso sí, habiendo pagado todos ellos, además de la estancia, un impuesto a la misma llamado ecotasa.
Merece la pena analizar esta situación, porque nos parece paradigmática del estado en que se encuentra la gobernanza del ciclo del agua en nuestra comunidad, y, nos atreveríamos a decir, en el Estado.
A modo de antecedentes, conviene recordar que, a finales de los años 80 del siglo pasado, las islas Baleares, ya convertidas en un destino turístico de referencia, iniciaron un proceso de modernización de los servicios de saneamiento, creando inicialmente la figura del canon de saneamiento en 1991, y el IBASAN, instituto autonómico para el saneamiento en alta. Más adelante, a principios de los 90, se creó el IBAEN, gemelo del IBASAN, para el suministro en alta del agua potable, propiciando la construcción de plantas desaladoras y otras fuentes de suministro.
Estableciendo el ciclo del agua como prioridad en las tareas de gobierno, se pasó en pocos años a disponer de una planta de estaciones depuradoras y colectores generales muy presentable. Financieramente bien dotados, tanto por lo recaudado por el canon, como por los presupuestos autonómicos, estatales y europeos, llegamos a finales del siglo en una posición de privilegio con respecto al resto de España, e incluso de Europa. Y, lo que al final es lo más importante, una calidad de suministro y de saneamiento elevada.
Desgraciadamente, ahí se acabaron los parabienes. Nuevas personas tomaron el relevo, con otras prioridades, y se inició un proceso de abandono, irregularmente creciente, del ciclo del agua, que ha llegado, de momento, hasta nuestros días.
Y nada más demostrativo que las inversiones reales llevadas a cabo, en clara curva de tendencia descendente, que se hace más acusada si tomamos en consideración que durante este periodo, la población estable de las islas ha crecido más de un 20%, y también en proporción parecida, el número total de visitantes.
Podemos afirmar que llevamos casi 20 años de abandono parcial, y en algunos años, prácticamente total, del ciclo del agua, con un nivel de inversión total inferior en promedio anual, al 50% de las necesidades reales.
Cabe señalar que, en estos 20 años, se han alternado gobiernos de derechas y de izquierdas, sin que, en el caso del ciclo del agua, se haya notado diferencia sustancial.
Habrá quién argumente que, parte de este periodo ha estado inmerso en una crisis económica de gran magnitud, y que ello ha tenido repercusión importante en los fondos públicos disponibles. Y ello es cierto.
Podemos afirmar que llevamos casi 20 años de abandono parcial, y en algunos años, prácticamente total, del ciclo del agua, con un nivel de inversión total inferior en promedio anual, al 50% de las necesidades reales
Pero creemos que no invalida nuestra tesis. En efecto, por una parte, en el caso de las Baleares, todos los gobiernos han renunciado explícitamente a emprender proyectos en régimen de concesión, mediante los cuales podrían haber obtenido la financiación necesaria para mantener un ritmo de inversiones acorde con las necesidades reales.
Por otra parte, la recaudación del canon de saneamiento, al ser proporcional al consumo de agua, también ha ido aumentando, incluso en los años de crisis más severa, hasta llegar en la actualidad, tras una importante subida en 2013, a una recaudación anual de casi 100 M€. ¿Y a donde han ido a parar estos 100 M€ anuales? Desde luego, en buena parte, no al ciclo del agua.
Naturalmente, los efectos de esta desidia han sido demoledores. Hoy nos encontramos con un parque de depuradoras en general obsoleto e infradimensionado para las necesidades actuales, con unos niveles de tratamiento real por debajo de normativa, con frecuentes episodios de averías y roturas que todavía empeoran el resultado final, especialmente en el verano, que coincide con la mayor presencia de personas. En cuanto a colectores y alcantarillado, también gran parte de ellos superan la vida útil, generando roturas en los momentos de mayor presión demográfica.
Ningún rastro de iniciativas avanzadas en materia de nuevos tratamientos, como se hacía en los años 90, en los que había procesos experimentales en diversas depuradoras que nos situaban en una posición avanzada en la materia.
En cuanto al suministro, tampoco podemos alardear, ni mucho menos. La parte sureste de Mallorca, Ibiza, y parte de Menorca, presentan situaciones de incumplimiento del RD 140/2003, por falta de infraestructuras en funcionamiento, algunas de ellas proyectadas hace casi 20 años, sin ejecutar, y otras, ejecutadas, y sin poner en funcionamiento durante varios años, por problemas fundamentalmente administrativos y políticos. Todo ello, con unas tarifas alejadas en buena parte de la racionalidad económica y de la realidad demográfica y socioeconómica de nuestro archipiélago.
Y de las pluviales, mejor no hablar, porque sigue siendo la parte del ciclo del agua más olvidada, con lo que, visto lo anterior, está todo dicho.
Nadie duda de que Baleares es un destino turístico de primera magnitud. Los datos cualitativos y cuantitativos lo ratifican sin discusión.
En materia de turismo, en Baleares jugamos en la liga de Campeones. No competimos, con todo respeto, contra Túnez ni contra Turquía o Egipto. Competimos contra la élite mundial: Hawaiï, Mónaco, la Costa Azul, y otros similares.
Para ello, es necesario ser bueno en todo, no solamente en paisaje y playas, o en número de hoteles. El turismo requiere una gran simbiosis entre el sector público y el sector privado, porque toda una serie de servicios que conforman la calidad de un destino, son prestados, aquí y en todo el mundo, por el sector público, con más o menos colaboración privada. Y, obviamente, el ciclo del agua es uno de ellos. Servicios prestados o tutelados por la administración, y con una gran incidencia en el resultado final del destino.
Lo cierto es que se nos cae el alma cuando vemos lo acontecido estos días en las playas de Palma y otros puntos de nuestra geografía.
Repetidos vertidos de aguas residuales sin tratar, con cierre de playas en pleno agosto, ya de por sí es suficiente para recordar la terrible desidia habida desde hace más de 15 años con el ciclo del agua por parte de todas las administraciones. De nada valen las excusas de que hay mucha gente, mucha presión turística y otras lindezas. Eso ha sido así desde hace muchos años; es un dato del problema, y como tal, debe entrar en la ecuación que lo debería haber resuelto hace tiempo. Tampoco vale decir que estamos mejor que en otros lugares. Aquí se vive del turismo; somos un destino líder mundial, y el medio ambiente es nuestra “fábrica”, lo que nos da de comer, y no podemos conformarnos con cualquier cosa.
Por si no fuera suficiente, a lo anterior se han añadido aspectos poco inteligibles para personas acostumbradas a gestionar organizaciones. Playas sin servicios de socorrista durante una parte del día, lo que implica ausencia de banderas de aviso, y ausencia de Policía Local, todo por falta de medios, han propiciado que muchas personas se hayan bañado en una situación de contaminación importante, con el consecuente riesgo para la salud.
Obviamente, todo lo anterior es incompatible con una sociedad avanzada del siglo XXI, y mucho menos si además es, y pretende seguir siendo, un destino turístico de primera categoría.
Hace dos años, se aprobó una ecotasa, a satisfacer por todos los visitantes, con la justificación del impacto que suponen para el medio ambiente. Al segundo ejercicio, su importe se ha doblado respecto del primero. Los proyectos aprobados con financiación procedente de la ecotasa, en bastantes casos, poco tienen que ver con el medio ambiente, pero esta sería otra cuestión. Lo que uno se pregunta es qué deben pensar estos amables visitantes, que eligen de entre una multitud de ofertas alternativas, venir a pasar unos días a las Baleares, cuando satisfacen la ecotasa, y ven el panorama que hemos descrito.
El caso es que nada de lo anterior es fruto del desconocimiento técnico, o de una falta de recursos humanos o económicos. Al contrario.
Es el resultado esperable de una total ausencia de criterio para visualizar correctamente las prioridades, una falta absoluta de capacidad de gestión para cumplir eficazmente con las obligaciones, y una carencia de imaginación para buscar alternativas creativas ante necesidades sobrevenidas.
En resumen, es la diferencia entre una organización eficaz y eficiente, y un despropósito absoluto.