El cambio climático no es un fenómeno nuevo ni desconocido en la Tierra. Durante largos periodos geológicos, nuestro planeta ha tenido sucesivos enfriamientos y calentamientos de su atmósfera. Incluso pequeños cambios en tiempos más breves (e.g. Pequeña Edad de Hielo). Pero en todos los casos han sido alteraciones motivadas por factores propios del sistema climático terrestre, particularmente por la interacción entre la atmósfera y los océanos o por factores naturales como el aumento de la actividad volcánica o solar.
Sin embargo, el actual cambio climático es manifiestamente de origen antrópico/humano como reconoce la ciencia. Éste es debido principalmente al aumento de la producción de gases de efecto invernadero que son emitidos en la atmósfera. Este incremento está ligado al crecimiento industrial, de consumo y de población que ha sufrido el planeta en el último siglo.
Las consecuencias se reflejan ya a escala global y el agua es el recurso natural que más notará estos cambios. La ciencia admite que esto provocará modificaciones en el ciclo hidrológico y hará que sus efectos se hagan sentir más directamente en la población. Cambios en los patrones de lluvia (sequía, inundaciones), aumento del nivel del mar, desertificación… En resumen, alteraciones en la disponibilidad y el reparto de agua en todos los continentes.
A modo general las previsiones científicas confirman que la variabilidad de los recursos hídricos aumentará. Esto significa que serán más frecuentes y duraderos los episodios de sequía en regiones ya áridas, mientras que la disponibilidad de agua aumentará en las latitudes septentrionales del planeta.
Muchas regiones del mundo y, por ende, sus sociedades y ecosistemas, se verán afectadas. El acceso al agua, la seguridad alimentaria o la salud, entre otros, se verán comprometidos. Pero también aumentarán los riesgos de desastres relacionados con el agua. Y quienes más sentirán estos efectos son las zonas que ya están padeciendo el cambio climático que coinciden, además, con los lugares menos desarrollados económicamente y, por tanto, los que mayores dificultades tendrán en adaptarse a los cambios.
El futuro abastecimiento a la población está en riesgo, pues la presión sobre el recurso agua será cada vez más grande. En términos de salud, la falta de precipitaciones puede provocar, entre otros, graves problemas respiratorios, sobre todo en grandes urbes donde los niveles de contaminantes por el tráfico se concentran y no se disipan por las lluvias o vientos. La Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) estima que cada año mueren 31.000 personas en España debido a la contaminación atmosférica en las grandes ciudades.
También por efectos vinculados con las olas de calor y el aumento de la mortalidad asociada a estos eventos. Este tema ha sido muy estudiado a raíz de la ola de calor que afectó a Europa, especialmente en Francia durante el año 2003, donde se registraron 11.435 muertes. En España, según el Instituto de Salud Carlos III, las olas de calor costaron la vida a un total de 13.333 personas, entre los años 2000 y 2009.
Pero no solo nos enfrentamos a un problema de salud, sino también de seguridad. Según Naciones Unidas, en los últimos 150 años se han producido 37 disputas internacionales por el agua en el mundo, y nuestro país no es ajeno a ellas. La sequía provoca conflictos entre usuarios, regiones y países. En España, el enfrentamiento y las tensiones sociales creadas a raíz del trasvase Tajo-Segura, entre Castilla La Mancha y el Levante, o la derogación del trasvase del Ebro en 2004, son ejemplos de ello.
Es esencial tener un conocimiento preciso de los cambios que provocará el calentamiento global, con el fin de identificar los problemas y proporcionar las respuestas adecuadas. Especialmente en cuestión de gestión de los recursos hídricos. Cada región o país deberá articular sus planes, pero en coordinación con el resto, pues como hemos visto, lo que sucede en un lugar transcenderá más allá de sus fronteras.