El tórrido verano se atempera con lecturas refrescantes. Leo en los blogs de iAgua estimables consideraciones de expertos hídricos sobre el deseado pacto nacional del agua. Desiderátum para muchos, eufemismo indefinido para otros… ¿Es posible ese pacto aquí y ahora?
Como la ingeniería del agua en España tiene a sus profesionales (entre los que creo estuve algún día), bastante ociosos en nuestro territorio, ahora tengo más tiempo durante mi tiempo libre para dedicarme al coaching, mi pasión de madurez. Y lo hago sobre la gestión del agua, a partir de la reflexión ontológica (lo que es, lo que analiza al ser que establece las determinaciones básicas sobre lo real), como contrapunto a la reflexión lógica (la de algunos “expertos”, que define los procedimientos para encauzar el pensamiento)
¿Qué es un pacto? Pues un ajuste o convenio sobre algo entre dos o más personas o entidades, que se comprometen a cumplir lo estipulado
E intento aplicarlo como dije al estado del arte de la gestión del agua. Por eso ahora me ocupo del citado pacto, tan de moda entre nosotros estos días. Porque creo que encauzar el pensamiento, como el río, elimina grados de libertad y no sé por qué me llega (seguramente estoy equivocado), que algunos de los defensores de las esencias de la buena gestión del agua, tirios y troyanos, claro, emiten señales de pensamiento encauzado
¿Qué es un pacto? Pues un ajuste o convenio sobre algo entre dos o más personas o entidades, que se comprometen a cumplir lo estipulado. Sí, es eso: convenio y compromiso
En él se involucran personas (¿qué personas, quién las elige?... el paisanaje), para convenir (¡coincidir!) sobre algo (el paisaje del agua) y comprometerse a cumplir lo acordado (por el bien del país, de la comunidad).
En algún lugar del Mediterráneo nos cuentan que se reúnen y se cubren el rostro con máscaras griegas para facilitar el pacto. Aquí tenemos el legado de Unamuno.
Quiero recordar su artículo “País, paisaje y paisanaje”, publicado el 22 de agosto de 1933 en el periódico Ahora. Porque el agua en España es país, paisaje y paisanaje y su pacto exige la armonización de los tres sujetos
Leamos a D. Miguel donde habla de cuencas: “Cada vez que me traspongo de Ávila a Madrid, del Adaja, cuenca del Duero, al Manzanares, cuenca del Tajo, al dar vista desde el Alto del León, mojón de dos Castillas, a ésta, a la Nueva, y aparecérseme como en niebla de tierra el paisaje, súbeseme éste al alma y se me hace alma... Alma y no espíritu, psique y no pneuma: el alma animal, ánima... Siento que ese paisaje, que es a su vez alma, me coge el ánima como un día esta tierra española, cuna y tumba, me recogerá -así lo espero- con el último abrazo maternal de la muerte...
En esa mano, entre sus dedos, entre las rayas de su palma, vive una humanidad; a este paisaje le llena de sentido y sentimientos humanos un paisanaje. Sueñan aquí, sueñan la tierra en que viven y mueren, unos pobres hombres...: unos pobres hombres pobres. Y algunos de esos pobres hombres pobres no son capaces de imaginar la geografía y la geología, la biografía y la biología de la mano española.
Fin de la cita, que el artículo deriva por otros derroteros que aquí no vienen a cuento. Si Unamuno en él se lamentaba de que en el paisaje de su país se diese cierto tipo de paisanaje, sirva la comparación para analizar brevemente la influencia de este trío en el deseado pacto.
Los pactistas de visión ecosistémica y los de la antropogénica aportarían al pacto sus paisajes del alma, condicionados por la ausencia del agua en ellos
Para mí, el país del agua son las administraciones del paisaje (la/s cuenca/s), la política del agua. Y el paisanaje, los usuarios directos e indirectos que trabajan, pagan y reclaman, así como los que investigan, concluyen y deciden.
La ontología del paisaje del agua nos dice lo que es en diversas dimensiones: reflexión antropológica, degustación estética de la naturaleza, biografía personal enfocada al despliegue de recuerdos y detalles particulares de la vida… describe el ser del hombre en su relación con el mundo, con la cultura y con el sentido de la historia, generando un “paisaje del alma”. Los pactistas de visión ecosistémica y los de la antropogénica aportarían al pacto sus paisajes del alma, condicionados por la ausencia del agua en ellos, que generaría una estructura que “convulsiona” al paisaje produciendo en él la contrariedad sensitiva de quien los habita y revelando antes la personalidad colectiva y después la personalidad propia de quien se encuentra en ellos. ¿Puede haber coincidencia en este importantísimo aspecto? Ahí tenemos un objetivo a marcar nada más empezar las negociaciones, la combinación consensuada y armónica de ambos paisajes del agua. Comiéncese por ahí, por favor.
Se trata de encontrar la personalidad colectiva por medio de la intrahistoria, de su oposición a los conceptos universales abstractos de la gestión del agua para dar con el verdadero problema: saber lo que será del agua después de darle un destino consensuado.
Ejemplo concreto: aplicación al Plan Hidrológico del Ebro. ¿Lo ven sencillo? ¿Se trata de negociar más o menos hectómetros circulantes por un punto del río o de negociar algo menos medible como es la citada “convulsión paisajística? ¿Está el paisanaje (de entre el cual saldrán los pactistas), por la labor de desencauzar el pensamiento? Espero y deseo que sí. Si no, habría que decir con Unamuno… ¡qué país, qué paisaje y qué paisanaje!