La Amazonía, considerada como una de las regiones con más agua y biodiversidad en la Tierra, está atravesando la mayor crisis hídrica de su historia, al registrarse una considerable disminución del caudal del río Amazonas y de sus afluentes que suman alrededor de mil ríos, en mínimos históricos que no se registraban desde hace 120 años, producto del calentamiento global, la variabilidad climática, la deforestación, la contaminación y los incendios forestales.
El descenso de las aguas y la pérdida de bosques especialmente debido a la tala indiscriminada (minería ilegal, madereros, agricultores, petroleros, narcotráfico, ampliación de las ciudades) está impactando fuertemente en la economía y la ecología en América del Sur, donde la cuenca del Río Amazonas, desde su origen en territorio inca, con un recorrido de más de 6.992 km. hasta desembocar en el océano Atlántico ocupa más de un tercio de su superficie. Registra un área de más de 6 millones de kilómetros cuadrados, 44% del área terrestre del subcontinente, con casi 50 millones de habitantes, en la cuenca que comprende parte de territorios de Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guayana, Surinam y Venezuela.
Es tan fuerte el impacto ambiental y antropogénico que ha trastocado ―principalmente desde la última década― el ciclo natural del agua en la Amazonía (y en el mundo). Los científicos han visto sobrepasado sus estudios e investigaciones, debido a la imprevisibilidad de los fenómenos naturales, que alteran la intensidad y frecuencia de los períodos secos y húmedos. Llueve cuando no debería de llover y hay sequía cuando no la debe de haber y peor: se prolonga en tiempos difíciles de calcular y es caldo de cultivo para los incendios.
Esto deriva en una permanente incertidumbre en la gobernanza y las políticas medioambientales e hídricas caen inservibles, demandando nuevos esfuerzos y creatividad de los gobernantes, para crear resiliencia social, económica y ecológica, mayor adaptabilidad a nuevos escenarios y paisaje medioambientales y amenguar o atenuar los desastres naturales con gran impacto en la vida y condición social de las organizaciones humanas, tanto citadinas, como rurales y amazónicas.
En Perú, el experto de la Autoridad Nacional del Agua (ANA), Ernesto Fonseca ―en declaraciones a RadioOnda Popular de Cajamarca, resaltó que hay un déficit de agua en los ríos tributarios o afluentes de la parte norte del Amazonas y que vienen de Ecuador y Colombia, y que en los últimos años hay una tendencia a la disminución del caudal en los ríos, producto a la “falta de humedad, que transporta desde el océano Atlántico hacia la zona amazónica como también a los Andes del país y una parte también se atribuye a los más de 40 grados de calor alcanzados y por el cambio climático”, expresó.
- Mientras tanto, la comunidad científica de Brasil coincide en que la Amazonía estaría cerca del punto de no retorno o de inflexión, por la acelerada deforestación que está produciendo la “sabanización” (neologismo para la degradación de los bosques y su reemplazo por áreas de grandes claros, de hierba y arbustos) de la selva y donde el bioma amazónico va perdiendo su capacidad de generación de lluvias y de almacenamiento de carbono.
Las comunidades ribereñas e indígenas de la región amazónica pese a sus reclamos desde hace décadas, soportan la peor crisis de su existencia por la transformación de su hábitat y el disloque de su cultura y sociedad, con problemas agudos de asistencia por parte del Estado, emigrando hacia la costa y las ciudades o países vecinos, en busca de mejores oportunidades de vida y bienestar social.
La comunidad científica exige políticas regionales y locales efectivas y resilientes inmediatos ante las amenazas externas e internas ambientales y producidas por los seres humanos, donde la reducción de la destrucción de los bosques y la contaminación de las aguas, debe ser efectiva en el menor tiempo posible, a fin de asegurar alejarse del punto de no retorno y estabilizar el clima, mitigando sus efectos debido a la variabilidad, adaptándonos a nuevos escenarios en lo que va del presente siglo, porque la Amazonía ―junto con el mar― juega un rol importante en el aire que respiramos, en la regulación del clima y el ciclo del agua, en nuestra alimentación y salud, y en la vida del planeta, en sus múltiples manifestaciones.