Redacción iAgua
Connecting Waterpeople
Schneider Electric
GS Inima Environment
ICEX España Exportación e Inversiones
TRANSWATER
ESAMUR
Vector Energy
Fundación Biodiversidad
Hach
Asociación de Ciencias Ambientales
Sivortex Sistemes Integrals
Innovyze, an Autodesk company
Laboratorios Tecnológicos de Levante
Fundación Botín
DATAKORUM
Catalan Water Partnership
Minsait
Almar Water Solutions
J. Huesa Water Technology
Sacyr Agua
CAF
TecnoConverting
AECID
s::can Iberia Sistemas de Medición
KISTERS
Saint Gobain PAM
Red Control
HRS Heat Exchangers
Grupo Mejoras
Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico
Filtralite
Confederación Hidrográfica del Segura
Hidroconta
AGS Water Solutions
Rädlinger primus line GmbH
TEDAGUA
Idrica
AMPHOS 21
IAPsolutions
SCRATS
ACCIONA
FLOVAC
FENACORE
Aqualia
Centro Nacional de Tecnología de Regadíos (CENTER)
Agencia Vasca del Agua
Fundación CONAMA
LACROIX
Amiblu
Molecor
Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia
Global Omnium
Baseform
RENOLIT ALKORPLAN
Lama Sistemas de Filtrado
ONGAWA
ADECAGUA
Xylem Water Solutions España
Likitech
Ingeteam
Barmatec
ISMedioambiente

Se encuentra usted aquí

Cuando dos nevados incas se enamoran (I)

Sobre el blog

Luis Luján Cárdenas
Sociólogo y Periodista, Magíster en Administración, especialista en Comunicación para el Ecodesarrollo, articulista en diversos medios escritos de Perú.
  • Cuando dos nevados incas se enamoran (I)

Existen muchas leyendas incas relacionadas a la creación de un río, lago, manantial, puquial, etc. Algunas de estas historias populares se han perdido con el paso del tiempo, otras aún siguen contándose de generación en generación en muchos pueblos andinos. Es el caso por ejemplo de la leyenda en torno a la creación de dos de los más grandes nevados tropicales de América del Sur: el Huascarán y el Huandoy, en el departamento de Ancash, a 430 kilómetros al noreste de Lima, en el Perú.

La historia transcurre en el señorío de Recuay o Huaylas asentado en la sierra ancashina, en la zona de Copa, en pleno Callejón de Huaylas, y el río Santa, flanqueado por la Cordillera Blanca, en occidente, y la Cordillera Negra, en el oriente; allá por los años 500 a 600 d.C.

La leyenda dice que poco antes del yugo inca, el Sacerdote-Guerrero, señor de Huaylas, recibió la visita inesperada de un agónico soldado de una tribu vecina, quien a duras penas le alertó que su pueblo había sucumbido ante el ataque de un enorme ejército de soldados fuertemente armados, provenientes del Cusco, comandados por Cápac Yupanqui. Al no aceptar el dominio inca, todo el pueblo fue arrasado, sin respetar niños, mujeres y ancianos.

El había sido herido mortalmente en el campo de batalla. Un certero mazazo con una makana de piedra estrellada le fracturó el cráneo.

― ¡Señor, debe huir con su pueblo…¡ Están muy cerca y vienen hacia acá!.

― ¿Cuántos son, valeroso soldado?

― ¡Tantos como las estrellas y feroces como los pumas, mi Señor!... Piden obediencia al Sapa Inca del Cusco, mi Señor, y hablar su lengua, el quechua… y adorar al dios Inti,… ¡mi Señor…!

Dicho esto, el soldado convulsionó por la grave herida en el cráneo, vomitó sangre y expiró en los brazos del Señor de Haylas, no sin antes pronunciar débilmente estas últimas palabras con su rostro ensangrentado: “¡Huyan, porque no podrán vencerles!”. Y sin bajarle la mirada, quedó quieto por siempre.

El Sumo Sacerdote-Guerrero en el acto ordenó a un ágil y veloz soldado para que confirmara la noticia con sus propios ojos. Vuelta, luego de una extenuante travesía, el mensajero con ojos desorbitados, agitado y cansado, luego de recorrer varios kilómetros por escarpados cerros y montes, le dijo: “¡Es cierto mi señor; vienen hacia acá, y son muchos soldados fuertemente armados!”.

Al escuchar esto, el jefe de los Huaylas convocó a sus sacerdotes consejeros para comunicarles esta alarmante noticia y preparar alguna respuesta en defensa de su territorio y población. Los huaylas eran de temple guerrera y así lo habían demostrado con los chimús, consolidando su poder y apropiándose de extensas tierras y muchos ríos y lagunas.

Luego de deliberar un largo tiempo y cuando caía el dios Sol en el firmamento rojizo marcado por los picos de los Apus, que acariciaban silenciosamente las grandes y blancas nubes, acordaron que dado que no contaban con un ejército tan numeroso y fuerte, como los invasores, lo mejor era enviar un grupo de emisarios con el mensaje de paz y amistad, y de brindarles agua y comida en su paso por estas verdes tierras adornadas por una veintena de picos nevados y más de doscientas lagunas.

La reducida comitiva llevó el mensaje de los Huaylas. Alcanzaron al ejército inca a casi un centenar de kilómetros de la capital Huilcahuaín. El líder era Cápac Yupanqui, hermano del   Sapa Inca Pachacutec, creador del mayor imperio de América.

Estaba al mando de 50 mil soldados armados hasta los dientes y con la orden de ampliar el dominio territorial inca en la región nororiental habitada por los Huaylas, Pincos y Piscobambas. Al recibir el mensaje de los huaylas, Cápac Yupanqui les contestó que siempre y cuando su actitud fuera pacífica, de colaboración y sumisión al poder del Cusco, no tendrían ningún problema de dialogar con su jefe máximo.

Dicho esto, y para darles confianza y credibilidad de sus palabras, el jefe militar ordenó que retornarían a su pueblo acompañados de un guerrero de su confianza, llamado Huáscar, quien llevaría la palabra y la voluntad del emperador Pachacutec, hijo del dios Inti, para una convivencia pacífica entre ambos pueblos.

Huáscar irá con ustedes a Huilcahuain y esperarán mi arribo a vuestra ciudad, garantizando nuestros buenos acuerdos de paz y amistad. ¡Esa es mi decisión!.

De regreso, el señor de Huaylas quedó gratamente sorprendido por los buenos términos aceptados y acordados, comunicándoles a sus sabios consejeros y habitantes que no debían temer a los extranjeros ni abandonar la comunidad, podían estar tranquilos, porque los invasores se habían comprometidos a no hacerles ningún daño, siempre y cuando aceptaran los designios del Hijo del Sol que habitaba en el ombligo del mundo: Cusco.

Entre tanto, Huáscar, luego de arribar a la ciudad y dialogar con el curaca de Huaylas y sus consejeros, y contarles las hazañas, el poderío y la magnanimidad del sapa inca Pachacutec, le fue ordenado habitar una de las mejores y confortables viviendas de piedra y barro, cerca al palacio fortificado, colmándole de presentes y atenciones por su investidura de embajador de Cápac Yupanqui.

Por la tarde, el visitante salió a recorrer el pueblo y constató la vida pacífica de sus habitantes y su dedicación al trabajo en la madre tierra, abriendo surcos con la tajlla, cultivando maíz, papa, camote, olluco, quinua y la mashua, mientras otros tejían mantos coloridos de algodón y elaboraban cántaros de cuello corto y dos asas para traer agua del río.

De pronto el fornido Huáscar divisó una hermosa joven de larga cabellera negra, ojos grandes y mirada risueña, vestida con una túnica de alpaca con figuras geométricas, que ceñía su pequeña cintura con una cuerda color tierra. Sobre su hombro derecho traía una vasija conteniendo chicha de maíz.

La imponente estampa del guerrero cusqueño no pasó desapercibida por Huandy. Levantó la mirada y se ruborizó al ver que se le acercaba el guerrero. Le ofreció ayudarle a cargar el depósito de barro. Ella apenas aceptó bajando la mirada y exhibiendo una inocente sonrisa. Más tarde, volvería a verla al llevarle sus alimentos cuando el sol recién se ocultaba entre los níveos nevados, que reflejaban sus dorados rayos como grandes espejos terminados en punta. Era la hija del Sumo Sacerdote-Guerrero.

Conversaron un momento, sus dedos rozaron sus delicadas manecitas de piel capulí y acordaron citarse al día siguiente en la ribera del río Santa. Y así fue. Huáscar la esperó desde temprano cuando trinan los pájaros, al borde del río, jugando su mano con las aguas cristalinas. Huandy le alcanzó luciendo una túnica blanca hasta los tobillos, con sandalias de algodón. Él le puso una flor roja en su cabello y le dijo: “Eres bella como la killa (Luna) y con esta flor ahora serás killari (luz de Luna), mi killari para siempre”.

Ella le tomó las dos manos y le dijo: “Nuestro amor no puede ser, porque mi padre se sentirá traicionado. Retorna a tu ejército y no vuelvas más. Cuando mires la Luna te acordarás de mí y te seguiré amando siempre, mirándote desde lo alto del cielo”.

― No sigas hablando, mi killari. ¡Te llevaré conmigo! ¡Viviremos en el Cusco y seremos felices bajo la protección del Sapa Inca!

Le tomó la mano, y sin resistencia alguna huyeron de la ciudad, siguiendo el recorrido del río, secundados por inmensos nevados, que les miraban con ojos aterrorizados por su intrépida decisión.

El señor de Huaylas estaba informado de los encuentros y cortejo de su hija por el enamorado guerrero. A pocos kilómetros, cuando Huáscar avistaba su ejército acampado en un recodo del río,  fueron capturados por soldados del padre de Huandy. No opusieron ninguna resistencia. Huáscar quería salvaguardar la vida de su amada.

― ¡No te preocupes querida killari! ¡Cápac Yupanqui con su invencible ejército nos rescatará cuando llegue a Huilcahuani! .

― Mi amado guerrero, mi padre no me perdonará haberme burlado de su autoridad y confianza. Le he fallado como hija mayor. Igual, tú le has faltado. Nuestro amor, es un amor imposible. ¡Siempre te querré. No te olvides de tu killari!

Ya en presencia de su progenitor, Huandy de rodillas y sollozando a mares le pidió perdón y clemencia para Huáscar, pero su padre hacía oídos sordos a sus súplicas, mientras su madre observaba callada y triste en un rincón del salón del palacio del gobernante.  Los sacerdotes consejeros miraban con enojo la escena. Conocían la ira del señor de Huaylas. Por algo eran respetados como un pueblo guerrero.

(Continuará)