A su llegada a América, los conquistadores tuvieron que adaptar sus ordenanzas sobre la propiedad y distribución de los recursos hídricos a territorios y comunidades humanas muy diversas. Como resultado de ello, surgió un cuerpo legal adecuado a las condiciones de cada región particular; así como instituciones encargadas de hacer cumplir los preceptos normativos del nuevo gobierno y Estado.
Una institución que trastocó completamente la organización agraria inca, fue el sistema de la encomienda. El rey de España designó a nobles, hidalgos y acaudalados españoles en el cargo de encomenderos—, quienes se hicieron cargo de un grupo de indígenas para evangelizarlos, educarlos y ponerlos a trabajar en el campo; además, de encargarse del cobro de los tributos, ya sea en trabajo, especie o dinero, que debían pagar los indígenas al soberano de España.
Pero este poder, contra la norma de aquel entonces, se extendió poco a poco a la apropiación por parte de los encomenderos de grandes extensiones de tierra, y con ello la libre disposición de las fuentes naturales de agua, y el aprovechamiento de la fuerza laboral de los indígenas, aumentando su riqueza e influencia en las esferas de gobierno del Virreinato.
De una vida comunitaria y solidaria, los indígenas pasaron a un estado prácticamente de esclavitud y servidumbre para la agricultura (y otras tareas, incluidas domésticas), donde sus creencias religiosas incas fueron mezclándose con el cristianismo, y el agua dejó de ser una diosa o un elemento sagrado que había que conservar, cuidar y respetar, para convertirse en un simple e inagotable recurso natural, tal ideología europea.
Algunos ayllus bajo un régimen feudalista se ubicaron alrededor de estas grandes y nuevas propiedades rurales; y otras comunidades en desacuerdo con este sistema económico y empobrecidos, migraron hacia las partes altas andinas, y se asentaron en las cuencas media y alta, donde no solo escapaban momentáneamente del vasallaje del invasor, los tributos y el cristianismo, sino también les permitió seguir libremente con sus costumbres, tener libre disposición de los recursos naturales, y conservar la vida y parte de su mundo mágico andino.
Estas diferencias sustanciales en torno al acceso, la propiedad y la concepción ideológica sobre la tierra y el agua, provocó una escalada de conflictos entre el poder de los encomenderos españoles y las reivindicaciones de los indígenas; clases sociales enfrentadas por intereses distintos, contrarios y con pensamientos disímiles, producto de formas de dominación colonial y de supresión del modelo cultural autóctono.
Años después, estos conflictos sociales derivaron en una reacción directa del rey, aboliendo el sistema de las encomiendas en 1718, sistema opresivo e injusto, que ya estaba sumamente debilitada por la disminución de la población indígena a causa del trabajo forzado, enfermedades y mala alimentación; además del progresivo mestizaje, dado que los mestizos no pagaban tributos; apareciendo nuevas clases y segmentos sociales y grupos de poder con nuevos intereses.
Pero más que el agua y la agricultura, la economía en la Colonia giró casi exclusivamente en la actividad minera, la extracción de oro y la plata, que inició una etapa de contaminación progresiva de las aguas y alteración de los ecosistemas, especialmente en las regiones altoandinas, consecuencia directa del poder español sobre los restos del imperio inca.
(Continuará)