La agricultura es la actividad económica que más agua consume en el mundo cada año, con un porcentaje que alcanza ya el 70% del total de los recursos existentes. Además, es un sector imprescindible para garantizar el abastecimiento de alimentos para la población creciente. Sin embargo, debe existir un equilibrio para que su uso sea sostenible, tanto desde el punto de vista económico como social y medioambiental, más aún, teniendo en cuenta los continuos episodios de sequía, cada vez más duros, así como los efectos del cambio climático.
Para ello, es necesario realizar una óptima gestión de los recursos hídricos de forma que podamos aprovechar cada gota de agua disponible. En este sentido, la tecnología juega un papel fundamental para avanzar en la modernización de los sistemas de regadío hacia métodos inteligentes y de precisión, además de apostar por mejorar las redes de distribución, minimizar la huella hídrica y maximizar el potencial del binomio agua-energía aplicado a la agricultura.
En busca de la optimización del agua de la que disponemos, es imprescindible aprovechar todas las fuentes que se encuentren a nuestro alcance. Una de ellas consiste en el aprovechamiento de las aguas regeneradas, es decir, aquellas procedentes de la reutilización de las aguas residuales. Esto adquiere una gran importancia en las zonas litorales, aumentando la disponibilidad de recursos hídricos.
Este recurso requiere de la inversión de entidades públicas y privadas, lo que supone un factor limitante. Sin embargo, hay países que representan un ejemplo en este sentido, tales como Israel, que ya reutiliza hasta el 85% de las aguas residuales que genera.
En mayo de 2020, el Parlamento Europeo aprobó nuevas reglas para impulsar la reutilización de las aguas residuales urbanas para riego agrícola, con el objetivo de reducir el riesgo de escasez de recursos hídricos, velando por la protección del medioambiente, así como por la salud de los seres humanos y de la sanidad animal, a la vez que se reduce el uso de aguas subterráneas, en grave riesgo debido al uso agrícola, industrial y el desarrollo urbano.
Según la ONU, el 40% de las aguas subterráneas se encuentran en mal estado en España, donde cada año se emplean 5.000 metros cúbicos de este recurso para regadío, lo que ha generado la desaparición de un gran número de manantiales y el deterioro de zonas húmedas.
El marco normativo aprobado por la UE para el uso de aguas regeneradas recoge las exigencias mínimas para su reutilización de forma segura. Para ello, debe ser sometida a procedimientos de depuración que permitan su correcto uso una vez que se han eliminado los microorganismos, los patógenos, las sustancias químicas y la materia orgánica que pudiesen contener.
De ahí la importancia de impulsar el uso de una tecnología eficaz a la vez que asequible desde el punto de vista técnico y económico. En la actualidad, los procesos más empleados para la regeneración de aguas residuales se basan en procedimientos biológicos que tienden reducir las materias en suspensión y la eliminación de nutrientes, principalmente, el nitrógeno y el fósforo. También se aplican métodos adicionales para desinfectar y filtrar todo lo posible las aguas residuales para que estén en óptimas condiciones para su reutilización.