Para todos aquellos que estamos vinculados a la gestión del agua de una u otra forma, la determinación de sustancias contaminantes nos es familiar.
La Directiva Marco del agua (DMA) y su reglamentación posterior, incorporaron hace veinte años el control de determinadas sustancias. Esos «viejos» contaminantes son compuestos tóxicos que permanecen intactos en el medio, elevados periodos de tiempo, pero a los que su volatilidad les permite desplazarse a distancias muy alejadas del lugar de producción. Debido a su lipofilia, se acumulan en los tejidos grasos, alcanzando mayores concentraciones a medida que aumenta la escala en la cadena trófica, lo que potencia su riesgo.
El análisis de estos compuestos ha supuesto retos analíticos importantes en el pasado que, aunque en su mayoría resueltos, perduran como problemas asociados a la dificultad de lograr cuantificar en los límites requeridos por las NCA.
Frente a esos «viejos» contaminantes, la revisión de la legislación ha puesto en el centro de atención a otras sustancias, los «nuevos contaminantes». Fármacos, hormonas, microplásticos, estos «nuevos contaminantes» son compuestos familiares de uso generalizado. ¿Por qué esa denominación, entonces? Su «novedad» se debe a la reciente conciencia de su existencia en el medioambiente, gracias a nuevas técnicas de análisis y a la disminución de los límites de detección que permiten estas. Esa conciencia ha supuesto una creciente preocupación en las administraciones y en la propia opinión pública.
Frente a esos «viejos» contaminantes, la revisión de la legislación ha puesto en el centro de atención a otras sustancias, los «nuevos contaminantes»
Preocupan por varios motivos. La amplitud de su uso, su introducción continuada en el ecosistema, su uso global no restringido a determinados medios de producción o el desconocimiento del efecto de sus metabolitos, son cuestiones que se magnifican al pensar que no se eliminan por los tratamientos convencionales de las EDAR, a donde llegan no solo desde la industria, sino desde todos los hogares.
La DMA fue pionera en poner un foco de atención en estas sustancias a través de las listas de observación. Recientemente, la nueva Directiva de Aguas de Consumo Humano (DACH) incorpora ya valores límite para tres nuevos contaminantes (dos fármacos y una hormona) y la propuesta de la Directiva de Aguas Residuales (DAR) menciona un tratamiento cuaternario con reducciones del 80% para determinados fármacos indicadores.
Su inclusión en la legislación obliga a los gobiernos al control de estas sustancias y, por tanto, a los laboratorios de aguas a su determinación y cuantificación. El primer reto de estos no es el reto analítico. El propio texto legislativo y su lenguaje a veces pueden resultar ambiguos en términos científicos: definiciones no concretas, sustancias que poseen varios congéneres o sumatorios de analitos, por ejemplo.
Posteriormente, los retos analíticos se encadenan. Al tratarse de sustancias de reciente detección, no siempre existen normas de aplicación internacionales para su análisis y cuantificación. En tanto aparecen, los laboratorios deben poner a punto procesos trabajando bajo estándares de la norma de calidad UNE EN ISO 17025. Esto implica la validación de nuevos métodos, capaces de trabajar en rutina, versátiles, para permitir incorporar las sustancias que se vayan incluyendo en las normativas en permanente revisión, y económicamente viables.
Dicha validación va precedida de la elección de la técnica analítica más adecuada a la naturaleza del analito y a los límites que se exijan, la búsqueda de materiales de referencia que permitan la comparación con las sustancias diana, la compra de equipos de elevado coste y mantenimiento, o la existencia de un personal formado y muy especializado, entre otras cosas.
Si, a estos requisitos, añadimos que la propia decisión acerca de cuáles, dónde y en qué medida debe realizarse el control, implica un conocimiento analítico previo, tendremos una idea del reto en el que se embarcan los laboratorios de aguas y por qué, hoy más que nunca, legisladores, investigadores y laboratorios deben coordinar sus esfuerzos.