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En busca del agua perdida…

Sobre el blog

María José Polo
Catedrática de Ingeniería Hidráulica en la Universidad de Córdoba y directora del IISTA, sede UCO.

Publicado en:

Portada iAgua Magazine
  • busca agua perdida…

En febrero de 2022, la reserva de agua en España, un 45% de la capacidad total, nos impacta en un año hidrológico muy seco en gran parte del territorio, sobre todo en las cuencas hidrográficas del sur y el sureste, entre un 35% (Segura) y un 29% (Guadalquivir) de su valor máximo, salvo Tinto-Odiel-Piedras, al 74%. Datos preocupantes pues diferentes embalses no alcanzan el 20% de su capacidad. Estos porcentajes equivalen a 25.042 hm3 en toda España y 396, 2.316 y 170 hm3 en Segura, Guadalquivir y Tinto-Odiel-Piedras, respectivamente, es decir, 529, 198, 559 y 655 m3 por habitante (6.536, 1.472, 2.738 y 5.351 m3 por hectárea regada, respectivamente, o 495, 210, 406 y 247 m3 por hectárea de territorio).

Estas cifras ilustran dos aspectos que no siempre calan desde los medios. El primero se deduce del volumen de agua disponible por habitante frente a por unidad de superficie: la escasez hídrica actual afecta sobre todo al uso agrícola, sea secano por la sequía o regadío por el estado de la reserva; no es el consumo urbano el que suscita alarma, como han aclarado los organismos competentes, ni el ahorro doméstico es la solución, aun siempre deseable por eficiencia de consumo y ética.

No es la ausencia de precipitación la causa única de esta pérdida de reservas, sino el consumo de agua que sustenta nuestra economía

En segundo lugar, expresar la reserva como porcentaje de la capacidad de cuenca o embalse no es suficiente. No cabe duda de que porcentajes bajos generalizados reflejan escasez, pero la capacidad de almacenamiento difiere enormemente entre cuencas y ello altera el significado comparativo de las reservas así expresadas. La cuenca del Guadalquivir ha protagonizado estos días titulares por su menor porcentaje de reserva a nivel nacional; sin embargo, comparando las cifras unitarias por habitante o por superficies, es la cuenca del Segura la que presenta un estado más crítico. Asimismo, la capacidad de almacenamiento hídrico ha venido aumentando desde el siglo XX, aunque con ritmo desigual entre cuencas y variable en el tiempo; los 25.042 hm3 de reserva de agua en España hoy son un 45%, pero habrían sido un 46% de la capacidad existente en 2008 y un porcentaje mucho mayor en 1994.

Los titulares de estas semanas han apuntado reservas mínimas que no se alcanzaban en años o décadas, pero soslayan un hecho objetivo: nunca ha habido en España más capacidad de almacenamiento en embalses que hoy y, sin embargo, seguimos siendo vulnerables frente a los ciclos de sequía porque, entre otros, la superficie de regadío ha venido creciendo a la par. ¿Tiene futuro esta dinámica? La respuesta es obvia aun sin esgrimir el clima futuro: disponer de más cajas de caudales es condición necesaria para aumentar las reservas, pero no suficiente si no aumentan los ingresos y/o se controla el gasto. Aumentar nuestra capacidad de embalse ya no es garantía per se para disminuir nuestra vulnerabilidad. No se prevé un aumento de la precipitación en el futuro y hemos leído que la ausencia de lluvia vacía los embalses. Pero no es la ausencia de precipitación la causa única ni principal de esta pérdida de reservas, sino el consumo de agua que sustenta nuestra economía, en desequilibrio salvaje con nuestro balance hidrológico anual y plurianual, con un impacto ambiental que no puede tensarse más.


Imagen comparada de la reserva de agua.

La gestión del agua se enfrenta a este reto hoy y en ese mañana que apunta hacia una mayor torrencialidad. Necesitamos un entorno de calidad que amortigüe y evite desastres naturales y enfermedades; no podemos seguir utilizando el agua como mero recurso sino como el bien que es. Necesitamos una sociedad formada para ello, que racionalice sus demandas y afronte desde la ciencia un cambio de paradigma socioeconómico. En ese escenario, la información ofrecida desde los medios debe estar a la altura: contrastada, completa, con un lenguaje preciso, con rigor, para que todos y entre todos transitemos hacia un futuro sostenible, un futuro mejor. Y en ese reto, aunque me repita, invertir en investigación que apoye los desarrollos tecnológicos, económicos, ambientales y sociales es una necesidad irrenunciable.