En la geografía de los continentes, múltiples ríos bajan de las cordilleras acrecentando su caudal cuando comienzan los deshielos en primavera. Las aguas heladas se arremolinan en los valles hasta alcanzar el mar.
Cuenta una leyenda mapuche de la Patagonia Argentina, en medio de un deslumbrante paisaje de pehuenes milenarios que el nombre del río, por el de Neuquén, corresponde al de uno de los dos amigos que compartían horas de caza y juegos.
El otro amigo solía caminar cerca del Lago Nahuel Huapi, por un bosque de arrayanes. Un día ambos “torrentes” pudieron ver a una jovencita mapuche: era una niña que entonaba canciones, mientras peinaba sus largas trenzas renegridas.
Desde ese momento su amistad se vio alterada por el enamoramiento que comenzaban a sentir ambos por la jovencita llamada Rahiué. Cada uno comenzó a alejarse del otro hasta que Ella les pidió que le trajeran una caracola del mar para poder escuchar su sonido. Los amigos partieron de madrugada sabiendo que quien volviera con el caracol, obtendría el amor de la jovencita. Fueron convertidos en ríos para llegar pronto al mar que estaba al este: el Neuquén, correría torrentoso desde la altura que lo vio nacer, al norte y el otro, el Limay, buscaría desde el Sur, llegar hasta el mar, separados.
Mucho tardaron los jóvenes en regresar y la jovencita ofreció su vida a cambio de que los amigos Neuquén y Limay volvieran vivos. El cuerpo moreno de Rahiué fue hundiéndose en la madre tierra poco a poco, hasta que una nueva planta, de hojas frescas y flores rojas, fue modestamente surgiendo en la oscuridad del bosque.
El viento celoso sopló con furia y resecó el desierto y llevó la noticia de la muerte de Rahiué a Neuquén y Limay que se abrazaron fundiendo su dolor y sus cuerpos para formar el río Negro. Y desde ese momento, unidos, corrieron hacia el mar en la búsqueda eterna de la belleza y la amistad.
“Ríos que nacen en los deshielos, que parecen brotar de las rocas, aguas heladas que llevan en su caudal la memoria del invierno, del bosque de alerces y abedules, la reverencia del huemul, y contienen el salto de las truchas arco iris. Los ríos hablan el lenguaje de glaciares derretidos para luego recorrer la estepa desolada y ventosa. Santa Cruz, Chubut, Chico, Negro, Gallegos, los nombro por su nombre cuando se pierden bajando por los pueblos a los que le sacian la sed, y le riegan los frutales… Para ser puerto o estuario y ya no son ríos, nunca más río, porque han llegado al mar.” @NatPaisaje
“Avanzaba de espaldas aquel río.
No miraba adelante, no atendía
a su Norte – que era el Sur.
Contemplaba los álamos
altos, llenos de sol, reverenciosos,
perdiéndose despacio cauce arriba.
Se embebía en los cielos
cambiantes
del otoño:
decía adiós a su luz.
Retenía un instante las ramas de los sauces
en sus espumas frías,
para dejarlas irse – o sea, quedarse -,
mojadas y brillantes, por la orilla.
En los remansos
demoraba su marcha,
absorto ante el crepúsculo.
No ignoraba al mar ácido, tan próximo
que ya en el viento su rumor se oía.
Sin embargo,
continuaba avanzando de espaldas aquel río,
y se ensanchaba
para tocar las cosas que veía:
los juncos últimos,
la sed de los rebaños,
las blancas piedras por su afán pulidas.
Si no podía alcanzarlo,
lo acariciaba todo con sus ojos de agua.
¡Y con qué amor lo hacía!”
Ángel González.- “Prosemas o menos“.-1985