El Delta es el agua, pero también las islas que fundan un nuevo mundo continuamente, pleno de aventuras .Ya hemos escrito en el libro “Naturaleza y Paisaje de la mano de la Literatura” una interpretación sobre el poema de Martín del Barco Centenera (1544-1605) cuando remontando el Delta del Paraná -entre las actuales provincias de Entre Ríos y Buenos Aires de Argentina -, observa que: “el río hace aquí muchos islotes poblados de onzas (yaguarundí Herpailurus yaguaroundi, un felino de Sudamérica), tigres y leones” y continúan notas llenas de miedo como si hablara de una fauna imaginaria. Menciona que los perros morían bailando, arrojándose voluntariamente al barro ardiente de una laguna. La tierra está llena de amenazas, con peces que atacan al hombre hasta verlos muertos […]
“un pez palometa que freía
pensaba una mujer enharinando
de la sartén saltó muy de repente
y el dedo le cortó redondamente”.
Es el Delta - escribe Carolina Esses para el diario La Nación- un paraíso anfibio de ceibos, sauces llorones y juncos, que se reproducen como plaga. Es una vegetación cerrada serpenteada por infinidad de arroyos. Entre las islas y el agua se marca un tiempo distinto, la vida transcurre de otro modo que seduce a los poetas. Islas formadas por los aluviones que el Paraná arrastra y convierte en “imposible” ver a través de este color de león de las aguas limosas. Las islas son cambiantes, se renuevan inexorablemente; no hay límites claros entre la tierra y el agua; la naturaleza tiene el mando.
En este universo acuático fangoso nadan el surubí, el dorado, la raya de agua dulce que come camarones y cangrejos, bagres y viejas de agua, bogas, tarariras y el patí. Es el barro, resbaladizo y oscuro, sin duda, una importante fuente de alimentación ya que lo tragan, y al contener mucha materia orgánica la digieren y eyectan lo que no pueden aprovechar. Es el sábalo un importante comedor de barro, por eso lo llamamos iliófago.
Toda persona sensible y tierna sentirá su corazón inundado de las más gratas emociones al surcar estas aguas; se extasiará con su exuberante vegetación, con sus frondosas arboledas y verá con delicia el ondular de los arroyos, así nos lo transmite Marcos Sastre en su obra “El Tempe Argentino”:
[…] “En medio de tus aguas bienhechoras, de tus islas bellísimas, revestidas de flores y de frutos; entre el aroma de tus aires purísimos; en la paz y la quietud de la humilde cabaña hospitalaria de tus bosques…allí, allí es donde se encuentra aquel edén perdido”[…].
[…] “La leve canoa al impulso de la espadilla se desliza rápida y serena sobre la tersa superficie que semeja a un inmenso espejo guarnecido…las aves, al grato frescor del rocío y del follaje, prolongan sus cantares matinales, y se respira un ambiente perfumado. Las islas por un y otra banda se suceden tan unidas, que parecen las márgenes del río; pero este gran caudal de agua que hiende mi canoa no es más que un simple canalizo del grande Paraná, cuyas altas riberas se pierden allá bajo el horizonte. […]”
En este ameno recinto agreste y solitario vivió el presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento quien también soñaba con ver un Delta del Paraná productivo, como el Nilo de los egipcios, y anhelaba que este paisaje se convirtiera en una fuente de inspiración literaria como es Venecia para la cultura.
Su sueño se hizo realidad…