Revalorizados desde la Convención Ramsar -por el nombre de la ciudad iraní donde se firmó en 1971- que reúne representantes de más de 160 países del mundo, entre ellos de la Argentina, para protegerlos. Hablamos de los humedales, esos peculiares ecosistemas con suelos colmados de agua o, diríamos incluso, encharcados durante períodos prolongados del año. Estos espacios preocupaban a científicos y naturalistas estudiosos de aves acuáticas, que veían que los humedales estaban siendo degradados.
“Entre el tres y ocho por ciento de la superficie del planeta está ocupada por humedales, según distintas estimaciones. En la Argentina abarcan, aproximadamente, el 23 por ciento de su superficie. Más allá de cuántos sean, tenemos una amplia variedad ubicada en diferentes alturas, latitudes, longitudes y con diversos climas”, precisa Roberto Bó, responsable del Grupo de Investigación en Ecología de Humedales (GIEH) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (Exactas-UBA).
En el Chaco paraguayo-argentino por ejemplo, alimentado por los ríos Paraná y Paraguay desborda agua. Y allí los humedales posibilitan saciar la sed, salpicando la vida a nivel local y regional, ya que son fundamentales para consumo de las comunidades, permitiendo el desarrollo de actividades agropecuarias, recargan acuíferos y constituyen el hábitat de vida silvestre, pletóricos de biodiversidad. También, proporcionan vegetación para alimento de fauna silvestre y ganado, y paisajes de clara importancia para el turismo y el esparcimiento.
“Reflejo de luz brillante
que sacias nuestra sed
que alimentas nuestra tierra.
Oh agua…
Agua para el gran Chaco, deja que el noreste argentino
absorba tu belleza y dé vida de nuevo a nuestros suelos.
Te hemos desperdiciado, te hemos dado la espalda,
te hemos dejado ir , porque nosotros, arrogantes,
no valoramos tu importancia.
Oh agua…
Humedece nuestros corazones”.

Los hombres venimos utilizando los humedales desde hace mucho tiempo interviniendo en su dinámica, generando deterioros ecológicos que reclaman su restauración
Hoy sabemos que los humedales no son sistemas exclusivamente acuáticos, sino también terrestres. En otro tiempo, se los intervenía para llevarlos a “la formación de mejores terrenos”, se los drenaba para que se conviertan en áreas productivas como tierras agrícolas. Se los consideraba sitios marginales, pletóricos de mosquitos y pestes. Pero, sabemos hoy, que cumplen múltiples funciones: defensa contra las tormentas, reducción del impacto de las olas, retención de sedimentos y nutrientes y mitigadores del cambio climático, entre otros. La presencia de plantas en estos ecosistemas como el Jacinto de agua, la lenteja de agua y el helecho de agua son aptas para absorber y “reservar” metales pesados, como el hierro y el cobre, presentes en las aguas residuales. Purifican el agua, controlan inundaciones, son sumideros de carbono, y posibilitan el proceso reproductivo de los peces; son además, un hábitat inigualable para las aves.
Humedal
“El río desbordado
la lluvia que no cesa
los ojos desarmados
de llanto y de tristeza.
¡Oh! fuente de amor
derrama sobre mí tu pena
deja en mi tu dolor
de la sombra que es ajena.
Brotan dulces, tibios
destellos de labios
que enamoran, que enajenan,
calumnia inmemorable,
censura de muerte y guerra.
Río que te haces mar
con las lágrimas terrenas
dejas sabor a sal
en la estancia y la cantera”.