Desde que el SARS-CoV-2 irrumpió en nuestras vidas, la actividad investigadora se ha parado casi por completo, exceptuando la relacionada con el virus. Pero existen muchas otras urgencias científico-tecnológicas que han quedado relegadas a un segundo plano.
Entre ellas, en el sector del agua está el gigantesco problema de las sustancias persistentes, en su mayoría derivadas de la actividad antrópica. Estas se clasifican en grupos muy variados, mediante un montón de siglas que, salvo para unos pocos especialistas, solo contribuyen a generar confusión: POPs, PPcPs, EDs, ECs… Estas siglas buscan agrupar las sustancias según su falta de reactividad, uso comercial, efecto biológico, situación legal u otras características que no aportan demasiada información desde un punto de vista estrictamente científico, pero que generan una falsa idea de conocimiento al respecto. ¿Qué es un “contaminante emergente”? ¿Por qué es “emergente” y respecto a qué lo es? ¿Qué sustancias están presentes en nuestras aguas y en qué cantidades? ¿Qué parte es de origen natural y cuál de origen antrópico? ¿Cómo varían con el tiempo sus concentraciones? ¿Qué parte se liga a los sedimentos y en qué condiciones? ¿Cuánto se degrada, cuánto no y cómo lo hace? ¿Cuánto pasa a la atmósfera? ¿Vuelve a las cabeceras de los ríos, acumulándose? La realidad es que sabemos muy poco sobre los microcontaminantes presentes en nuestras aguas, su dinámica y su comportamiento fisicoquímico. Tengo la fortuna de trabajar en un entorno donde esta cuestión preocupa: desde hace años, en colaboración con EMALCSA, la empresa que gestiona el agua en nuestro entorno, diversos grupos de la Universidade da Coruña, en colaboración con sus técnicos, trabajamos para avanzar en este conocimiento.
La realidad es que sabemos muy poco sobre los microcontaminantes presentes en las aguas, su dinámica y su comportamiento fisicoquímico
Los sistemas de depuración/potabilización han sido diseñados desde antiguo para eliminar materia particulada, color y sabor de las aguas y, desde finales del siglo XIX, para una desinfección segura y sostenida en el tiempo, con el fin de eliminar microorganismos patógenos. Pero desde hace unas decenas de años, tal vez unos 60-70 años, van a parar a las aguas muchas sustancias en muy pequeñas cantidades que pueden permanecer por tiempos muy largos, y para las que nuestras tecnologías de tratamiento no están preparadas. Muchas atraviesan los sistemas de depuración sin apenas cambios químicos. Los microcontaminantes orgánicos suelen aparecer hoy en concentraciones del orden de los ng/L a g/L (ppt a ppb), en general muy por debajo de los límites legalmente permitidos. Algunos son sustancias no reguladas, sin límites establecidos. El hecho es que, en la mayoría de los casos, se desconocen sus efectos sobre la salud ante una potencial exposición prolongada. Aunque a día de hoy dicha exposición no se dé, estamos jugando con fuego.
La inercia química de muchas de estas sustancias, su constante aportación antrópica y su tendencia a pasar a la atmósfera y volver a las cabeceras, hacen que se acumulen lentamente en las aguas. Si no abordamos el tema con seriedad y rápido, si no conseguimos diseñar tecnologías para el tratamiento y eliminación de los microcontaminantes orgánicos, no estaremos preparándonos para el futuro. Necesitamos agua limpia, de calidad; no solo para beber, sino para todo tipo de usos y sobre todo para preservar el medio natural. Necesitamos mucha investigación y desarrollo en este campo. Nos jugamos el agua del futuro, nuestro futuro.
El registro Chemical Abstracts Service contiene a día de hoy unos 160 millones de sustancias, y solo unas 395.000 están reguladas en algún lugar del mundo. La lista de sustancias registradas crece mil veces más rápido que la de sustancias reguladas. Convénzanse, tenemos un enorme problema, tenemos que hacer algo si queremos disponer de agua de calidad en el futuro, si queremos garantizar un derecho humano. Y rápido. ¿Solución?: investigación, investigación. Y luego, en cuanto tengamos una tecnología válida, aplicación, aplicación.