El sector agrícola se enfrenta al desafío más importante en toda su historia: asegurar la alimentación de una población mundial creciente en un escenario donde la escasez de agua es cada vez más inminente.
Según datos de Naciones Unidas, en el año 2030 alrededor de 8.600 millones de personas poblarán la Tierra, y para 2050 esa cifra rondará los 9.800 millones. La agricultura resulta así una herramienta fundamental para garantizar el suministro alimenticio, motor fundamental para el desarrollo económico de la población.
El volumen de agua de riego empleado en España para explotaciones agrarias se encuentra entorno a los 15.000 hectómetros cúbicos al año (INE, 2018) y, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, la superficie nacional de regadío es de 3,73 millones de hectáreas, lo que supone un 22% de la superficie cultivada.
España está, además, a la cabeza en superficie de riego localizado a nivel mundial, empleando este método en un 49,3 % de su superficie, tan solo por detrás de Israel.
El desarrollo del regadío no solo resulta imprescindible desde un punto de vista productivo, sino que, desde un punto de vista microeconómico, es generador de pequeños empleos, y se concibe como una potencia para el rendimiento agrícola de muchos agricultores locales.
La clave para gestionar de manera eficiente el regadío está en tender la mano a la tecnología y confiar en sus innovaciones. Pero, ¿seremos capaces de cambiar el modelo tradicional?