La naturaleza de los terrenos y la meteorología siempre han condicionado los campos de batalla y el desarrollo de las operaciones militares. Y a veces fenómenos naturales como las inundaciones han sido aprovechados o incluso recreados artificialmente como arma de guerra.
Tres ejemplos. El primero de la Antigüedad, muy conocido, porque la avenida en cuestión incluso se recoge en el Catálogo Nacional de Inundaciones Históricas de la cuenca del Ebro. Se trata de un caso de perfecta adaptación adaptación al cambio de escenario que representa la inundación:
Durante la guerra civil que enfrentó a César con Pompeyo, entre los años 49 y 45 a.C., las operaciones se trasladaron a Hispania, una de las bases de poder de Pompeyo. Los legados de este último, Afranio y Petreyo, que encabezaban el ejército pompeyano se encontraban en Ilerda (Lérida), en la margen derecha del Segre dominando la ciudad y su valioso puente de piedra sobre el río. Hacia allí se dirigió César desde La Galia y cruzó el Segre aguas arriba mediante dos puentes construidos al efecto, parece que en Vilanova de la Barca y Termens. Una vez allí, de repente, tiene lugar una gran inundación: ”se produjo una tempestad tan grande que nunca se había visto en aquellos lugares mayor cantidad de agua.
Además, se fundió entonces la nieve de todas las montañas y el río se desbordó y cortó en el mismo día los dos puentes…” (Bellum civile), que había construido. Todo parece perdido para César, encerrado entre los crecidos ríos Cinca y Segre, sin poder recibir suministros e incapaz de levantar otros puentes pues es hostigado desde el otro lado por los pompeyanos. Pero ahí surge la brillante e infatigable iniciativa de César para transformar las dificultades en su favor. Construye barcas y con ellas cruza aun más aguas arriba del Segre con un grupo de soldados y fortifica el otro extremo, para luego construir un nuevo puente en dos días, trabajando desde ambas orillas. No contento con esto, decide hacer, en las cercanías de Ilerda, trabajando día y noche “varias fosas de treinta pies de anchura para desviar por ellas una parte del Segre y conseguir un vado en este río” (Bellum civile), casi como un cauce de alivio, y lo cruzan aunque el agua les llega hasta los hombros y a alguno arrastra la corriente. Así, de estar cercado pasa a ser cercador, son ahora los pompeyanos los que no pueden recibir suministros ni refuerzos a pesar de disponer del puente de piedra, y sin grandes combates consigue rendir las fuerzas de Pompeyo en Ilerda y hacerse con toda la Hispania Citerior.
En el segundo caso, asistimos ya a la modificación en provecho propio de una inundación o más bien, a la alteración de la zona inundable. Para ello nos salimos de la cuenca del Ebro y nos vamos a Flandes en diciembre del año 1585, en medio de la campaña que Alejandro Farnesio, Duque de Parma, conducía contra los rebeldes holandeses. En uno de los movimientos, las fuerzas españolas constituidas por varios tercios bajo el mando del maestre de campo Francisco de Bobadilla se sitúan en la pseudo-isla de Bommel, una estrecha franja de tierra entre los cercanos ríos Mosa y Waal ya próximos a su desembocadura, en los Países Bajos.
Los holandeses ven entonces su oportunidad. Rompen los diques o motas, hechos de tierra, que protegían la campiña de las avenidas de estos ríos y todo comienza a inundarse, empezando por la isla de Bommel. Los españoles todavía consiguen retirarse al dique de Empel en uno de los lados de la isla, pero están rodeados por las aguas a uno y otro lado, y acosados por todas partes por los holandeses que al efecto disponían de embarcaciones de quilla plana.
El aprovechamiento de las inundaciones por los rebeldes es magistral. Todo estaba perdido, los españoles ni tenían víveres, ni suficientes embarcaciones, ni podían ayudarles eficazmente desde la ciudad leal de Bolduque (Países Bajos) que tenían a la vista más allá del agua. Al final, solo los salvó el que ha pasado a la historia como el milagro de Empel: una repentina ola de frío inusualmente temprana heló las aguas de la campiña y les permitió finalmente escapar andando sobre el hielo.
En el tercer ejemplo ya nos encontramos con una crecida totalmente artificial usada como un instrumento más de la batalla. Para ello volvemos a las tierras del Ebro y a la batalla que lleva su nombre de la Guerra Civil española en 1938. El Jefe del Estado Mayor Central de la República, general Vicente Rojo, diseña una audaz operación para aliviar la presión que las fuerzas del bando sublevado realizaban en dirección a Valencia. Se trata de cruzar por sorpresa el Ebro, que en aquel momento formaba la línea del frente, en varios puntos entre Mequinenza (Zaragoza) y Amposta (Tarragona).
La operación se inicia en la madrugada del 25 de julio de 1938 y constituye una sorpresa con éxito inicial. Los primeros contingentes cruzan en barcas, asegurada la orilla opuesta luego se instalan pasarelas flotantes y puentes de madera, finalmente se empiezan a construir puentes metálicos para el material pesado (cañones, tanques, camiones, etc.). Siendo el paso del Ebro el aspecto más clave de la operación, desde el primer momento la aviación franquista actúa para destruir los puentes pero es insuficiente por imprecisa.
Es entonces cuando se abren las compuertas de varios embalses de aguas arriba, principalmente los del río Noguera-Pallaresa (Camarasa y Talarn-Tremp), creando una crecida artificial que llega hasta el Ebro y se lleva los puentes. Una y otra vez se volverían a reconstruir, pero con su destrucción se retrasa especialmente el paso del material pesado y con ello se contribuye decisivamente a que la penetración republicana se estrellara contra la localidad de Gandesa (Tarragona) donde fue detenida, iniciándose entonces la pavorosa batalla de desgaste que a la postre conduciría al fin de la guerra.
Espero que esta pequeño relato haya servido al menos para distraernos de estos momentos de zozobra.